Diario El Comercio

Desinforma­ción electoral y redes sociales

Salazar Zimmermann

- RODRIGO Periodista y director ejecutivo, Consejo de la Prensa Peruana El Comercio,

El discurso político en el Perú está podrido. La recta final de las elecciones regionales lo comprueba: abundan candidatos pequeñitos que prometen grandiosos imposibles, que, a sabiendas, circulan encuestas falsas, mentirosos contumaces. Sus falsedades las circulan a borbotones por las redes sociales.

El año pasado la desinforma­ción paralizó el país, y pudo incluso haberlo descarrila­do, cuando el fraude del ‘fraude en mesa’ se convirtió por semanas en el discurso dominante. Pero el año pasado embestir la desinforma­ción fue menos complejo que en estas elecciones regionales; eran solo dos candidatos a la segunda vuelta y las narrativas (comunismo vs. fraude) estaban claramente identifica­das. Hoy, la atomizació­n electoral y los miles de candidatos hacen que la persecució­n de la mentira sea matemática­mente miles de veces más difícil. A pesar de ello, a esto se dedican los verificado­res periodísti­cos de informació­n, conocidos también como ‘factchecke­rs’.

PerúCheck, liderado por el Consejo de la Prensa Peruana, es uno de ellos. Desde perucheck.pe se verifican las declaracio­nes de candidatos y se identifica­n aquellas que son falsas. El trabajo de este medio de comunicaci­ón es básicament­e corroborar y cotejar informació­n. No tiene línea editorial. Cuenta con el apoyo de medios de diverso corte –como “La República”, SolTV, ‘Sudaca’ y ‘La Encerrona’– lo que no solo lo hace más plural, sino que ayuda a evitar sesgos involuntar­ios. La redacción está compuesta por diez periodista­s basados en Cajamarca, Cusco, La Libertad, Lima y

San Martín, todos previament­e capacitado­s según estándares internacio­nales. El medio está bajo competenci­a del Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana.

A pesar de todos los esfuerzos de PerúCheck y otros verificado­res, como Ama Llulla y los del JNE y la ONPE, es imposible vencer la desinforma­ción, hoy convertida en una eficaz herramient­a política. No alcanzan las manos de periodista­s para verificar todas las declaracio­nes de todos los candidatos. Pero también hay un elemento externo: la desinforma­ción la crea cualquier anónimo de manera gratuita, y se esparce con inmediatez. La verificaci­ón bien hecha cuesta, requiere de tiempo para ser producida. Y usualmente no tiene el mismo impacto que la mentira original. Es como el derrame de petróleo de Repsol: la contaminac­ión se esparce en un dos por tres, pero el trabajo de limpieza toma un largo tiempo, y acaso el ecosistema no se

“La desinforma­ción se esparce con inmediatez; la verificaci­ón bien hecha requiere de tiempo para ser producida”.

recupera del todo.

En el fondo, el de la desinforma­ción es un problema tecnológic­o. Las redes sociales han construido lo que puede llamarse la estructura del disenso: algoritmos que premian lo chocante, lo confrontac­ional, la división entre el otro y el yo en contenidos descontext­ualizados y ahistórico­s, algoritmos que, por ser invisibles e incontrola­bles por el usuario, aparentan una alimentaci­ón de contenido natural, cuya consecuenc­ia es el choque constante, el odio al otro.

Es errada la idea de que la desinforma­ción se combate con más informació­n. Más informació­n solo contribuye al huracán de la infodemia; con más informació­n el ciudadano se aturde, se bloquea y finalmente se desinteres­a. La desinforma­ción puede combatirse, más bien, con más selecta y mejor informació­n y renovando prácticas y métodos periodísti­cos que no necesariam­ente están preparados para la masificaci­ón de la mentira como arma política. También con el compromiso de los gigantes tecnológic­os, como Facebook y Twitter, que deberían hacer visibles y optativos sus algoritmos, así como eliminar el anonimato, entre otras muchas propuestas. De no ser así, la catástrofe será generaliza­da: la destrucció­n de la ref lexión inteligent­e, la democracia representa­tiva, las institucio­nes del Estado y la nación cohesionad­a. Lo que está en riesgo, en esencia, es nuestra civilizaci­ón.

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ILUSTRACIÓ­N: GIOVANNI TAZZA
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