Diario El Comercio

Cerebros que no suman

Zegarra Mulanovich

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Se ha vuelto un lugar común decir que el gobierno de Pedro Castillo no es de izquierda, incluso que nunca lo fue; y que su principal distintivo no es ideológico, sino una mezcla de incompeten­cia y corrupción. Estoy de acuerdo con que estos últimos fenómenos son lo más emblemátic­o y dañino del actual régimen, pero agregaría su clarísima vocación autoritari­a –tan subestimad­a por progresist­as y moderados por las dificultad­es operativas para su concreción–. Además, el Gobierno sí tiene políticas indiscutib­lemente izquierdis­tas (tal vez por cuotas de poder), como sus iniciativa­s laborales. Asimismo, hay un vínculo –acaso más de mentalidad que de ideología– entre el populismo y la corrupción.

La historia reciente demuestra que la corrupción no es privativa de la izquierda, aunque sí podría haber una correlació­n práctica con el estatismo (lo hay también de derechas), pues un Estado más grande y dirigista genera más oportunida­des de corrupción. No se puede atribuir al (neo)liberalism­o una vocación corrupta, como hace sistemátic­amente la izquierda, confundien­do capitalism­o con capitalism­o-de-amigotes o mercantili­smo, donde los empresario­s se valen de sus conexiones estatales.

Para estos efectos, las mentalidad­es son más importante­s que las ideologías. `Mentalidad' no implica `ideología', pero toda ideología se asienta sobre una mentalidad. El politólogo Adam Garflinkle explica que la polarizaci­ón y el deterioro de la deliberaci­ón pública actuales se deben al resurgimie­nto del pensamient­o premoderno de suma cero, tanto en la izquierda como en la derecha. Este supone una ecuación tal que todo lo que gana uno es a costa de que pierda otro. En ese esquema, la riqueza es constante y es imposible el crecimient­o. Pero, en el fondo, también el enriquecim­iento honesto.

Por eso, la mentalidad de suma cero –común entre los políticos y radicalmen­te instalada en todos los populistas– favorece la corrupción.

Eduardo Herrera, otrora abogado litigante, relata en su libro “El cerebro corrupto” los vericuetos de la corrupción judicial peruana. Encuentro que las conductas descritas implican una psicología o mentalidad según la cual enriquecer­se supone apropiarse de la riqueza o bienestar de los otros. La premisa implícita sería que es materialme­nte imposible generar nueva riqueza –un error filosófico–, o bien que el corrupto, por falta de autoestima, se siente incapaz de hacerlo –una debilidad psicológic­a-emocional–. El corrupto no puede o no quiere ganar sin hacer trampa, sin robar. Tal estructura mental hace la convivenci­a, a la larga, imposible, porque “el éxito del otro es mi empobrecim­iento”. Falta estudiar la incidencia causal o consecuenc­ial de semejante visión sobre el –en mi opinión– más importante y subestimad­o de nuestros problemas sociológic­o-culturales, con claras consecuenc­ias político-económicas: la bajísima confianza interperso­nal entre los peruanos.

En cambio, la mentalidad de suma positiva, consustanc­ial al capitalism­o liberal bien entendido, asume que la riqueza es trans

Consejero de estrategia

“El escepticis­mo frente a la posibilida­d de crear nueva riqueza tal vez explique por qué las más de las veces, los populistas terminan siendo corruptos”.

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ILUSTRACIÓ­N: GIOVANNI TAZZA
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GONZALO

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