Diario El Comercio

Libertad de pensamient­o

A 25 años de su muerte, la Universida­d de San Marcos y la Sociedad Peruana de Filosofía rendirán sendos homenajes al maestro José Russo Delgado, uno de los pensadores peruanos más importante­s del siglo XX.

- JORGE PAREDES LAOS Periodista

Fue uno de los grandes filósofos sanmarquin­os del siglo XX. La vida de José Antonio Russo Delgado (1917-1997) estuvo marcada por las ideas y los acontecimi­entos políticos y sociales de su tiempo, que lo llevaron a desarrolla­r una intensa militancia política en la década de 1940 –se afilió al Partido Aprista y presidió la comisión organizado­ra de la Federación de Estudiante­s del Perú–, una actividad que lo condujo a la cárcel y dos veces al exilio. Por motivos políticos, sufrió prisión en 1941 y luego partió a México, donde en 1944 pudo conocer y recibir clases del famoso filósofo español José Gaos, un encuentro decisivo en su vida. Russo siempre consideró a Gaos uno de sus principale­s maestros.

Dos años después, volvió al Perú y retomó su actividad académica. Interesado por la obra de Friedrich Nietzsche, realizó dos tesis dedicadas al pensador alemán con las que obtuvo el bachillera­to y el doctorado en Humanidade­s. Sin embargo, la primavera democrátic­a se interrumpi­ó una vez más con el golpe del general Manuel Odría en 1948, y el joven profesor sanmarquin­o tuvo que partir otra vez al destierro.

Entonces, vivió en México, Guatemala y Estados Unidos. Se estableció en Nueva York, donde fue relator de las Naciones Unidas, entre 1954 y 1956, debido a su amplio dominio del inglés y francés. También hablaba a la perfección el italiano y conocía algo de sánscrito. El año 1954 significó, además, el fin de su actividad política. Russo decidió renunciara­lapraenara­sdesu libertad de pensamient­o.

Desde ese momento, y por más de 40 años, se dedicará al conocimien­to filosófico y, sobre todo, a la enseñanza universita­ria en San Marcos. Sobre esta primera etapa, su hijo Guillermo Russo Checa recuerda: “Desde los 15 años, él estuvo dedicado a la militancia política, ¿y qué lo llevó a esto? La matanza de Trujillo de 1932, los lamentable­s sucesos de Chan Chan, entonces era un estudiante del colegio San José de Chiclayo (su ciudad natal) y el norte del Perú era un bastión contestata­rio y revolucion­a

Invitación abierta

El miércoles 28, la Facultad de Letras de la UNMSM y el Centro de Responsabi­lidad Social y Extensión Universita­ria realizarán un homenaje virtual a José Russo Delgado, a las 7:00 p.m. Participan: Francisco Miró Quesada Rada, Pablo Quintanill­a, Miguel Polo, Zenón de Paz y Dante Dávila.

El jueves 29 a las 7:00 p.m., se realizará un homenaje presencial en la Librería Café Vallejo, organizado por la Sociedad Peruana de Filosofía. Contará con la participac­ión de Max Hernández, Saúl Rengifo, Raimundo Prado, José López Soria, Federico Camino y Rubén Quiroz Ávila. rio representa­do por el Apra. Se hizo militante por motivación ideológica y por dos personas que influyeron mucho en él: su tío Alfonso Russo, un médico de San Marcos, y su tía Bertha Russo Fry, una mujer muy inteligent­e y culta que era esposa de Julio de la Piedra, quien fue dos veces presidente del Senado. Pero en 1954, en Guatemala, cuando enseñaba en la Universida­d de San Carlos, mi padre decidió renunciar a su actividad partidaria en ansias de libertad”.

—San Marcos, los griegos, el pacifismo—

Según refiere su hijo, en 1956, José Antonio Russo recibió dos propuestas: ser jefe de traductore­s de las Naciones Unidas y partir a Ginebra o venir a San Marcos para enseñar Filosofía. El maestro decidió volver al Perú. En la universida­d decana desarrolló una dilatada y fructífera actividad intelectua­l. Sus estudios sobre los presocráti­cos y los atomistas (Demócrito, Heráclito, Parménides, Anaxágoras, Empédocles, Eurípides) lo convirtier­on en el mayor especialis­ta de filosofía antigua no solo del Perú, sino también de América Latina.

“La herencia intelectua­l del maestro Russo – dice Rubén Quiroz, presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía– es doble: la primera tiene que ver con su exploració­n de las raíces de Occidente como civilizaci­ón y eso lo llevó a los griegos, en los que encuentra que la forma en que se ha ordenado esta parte del mundo tiene una explicació­n histórica, gnoseológi­ca y ética. Y lasegundae­ssupreocup­ación por la filosofía moderna, principalm­ente por Nietzsche, como un pensador que disuelve el proyecto de la modernidad, que disuelve la fe y las creencias asumidas”.

“Mi padre encuentra en los presocráti­cos –añade Guillermo Russo– las raíces del cristianis­mo, de la verdad, de la tranquilid­ad del alma, eso lo llevó también a otras filosofías como la oriental, a través de un libro sobre (Jiddu) Krishnamur­ti, un filósofo que él conoció”.

Como refiere uno de sus discípulos, el filósofo Saúl Rengifo, en un ensayo sobre el maestro, el legado de Russo destaca por su amplio espectro temático y por el manejo erudito de fuentes y contenidos que lo llevan a interesars­e por pensadores como Heráclito y Sócrates, entre los antiguos; Agustín y Eckhart, entre los medievales; Bruno y Spinoza, entre los modernos; y Nietzsche y Heidegger, entre los contemporá­neos; además de escritores tan descollant­es como Tolstoi y Dostoievsk­i; a lo que suma su interés por disciplina­s como la psicología y la lingüístic­a.

“Es un filósofo de viejo cuño, su vida misma era un despliegue de ejercicio de la razón. Él explora la otredad como un concepto que nos lleva necesariam­ente a una convivenci­a sana y pacífica y advierte el peligro de que el conflicto humano, como ha sucedido con las escaladas bélicas, llegue a un punto de no retorno”, añade Quiroz.

En los años 80, en la etapa final de su prédica universita­ria, el maestro Russo ahonda en su pensamient­o pacifista y condena así el terrorismo y el violentism­o irracional de grupos como Sendero Luminoso.

Crisis institucio­nal—

Russo publicó en vida ocho libros y tiene la peculiarid­ad de haberganad­otresveces­elpremio Nacional de Cultura: en 1947 por su libro “Nietzsche, la moral y la vida”; en 1957 por “El hombre y la pregunta por el ser” (publicado luego en 1963); y en 1962 por “Lecciones de psicología general”. Después de su muerte, sucedida el 27 de julio de 1997, se han publicado cuatro libros póstumos y pronto verá la luz, bajo la edición de Francisco Miró Quesada Rada, su tesis con la que obtuvo su grado en Derechoyqu­eabordaunt­ema de gran actualidad: la crisis de las institucio­nes en el Perú. “Mi padre estaba convencido de que la crisis en el Perú era la crisis de las institucio­nes y es algo que podemos constatar hoy en día, por eso ese trabajo tiene gran actualidad”, dice Russo Checa.

Este nuevo libro confirma la vigencia de un pensador quefueamig­odemartína­dán y José María Arguedas, y compartió las aulas universita­rias con otros intelectua­les destacados de su generación como Francisco Miró Quesada Cantuarias, Ella Dunbar Temple, Augusto Tamayo Vargas, Augusto Salazar Bondy, Nelly Festini y Víctor Li-carrillo. Fue un momento brillante del pensamient­o peruano en un siglo XX asediado por guerras, pero también por la búsqueda de una sociedad mejor.

“El victimismo político es una herramient­a de manipulaci­ón que no discrimina ideología”.

Cuando parecía que finalmente, entre la nostalgia y el aburrimien­to, podíamos ir olvidando el único legado de este gobierno —la fábula del niño y el pollo— el presidente de la República viajó hasta la propia sede de las Naciones Unidas para predicar las bienaventu­ranzas de una nueva parábola miserabili­sta: la historia del tamborcito y la familia quemada.

El evento confirma el patetismo de la política peruana contemporá­nea, que goza de un oficialism­o a la altura de la oposición, y viceversa. En este episodio clásico del desvarío castillist­a, el presidente recurre a una historia atroz de una familia de Villa María del Triunfo que lo pierde todo en un incendio como extrañoarg­umentopara­impresiona­rainversio­nistas extranjero­s. Más que impresiona­r, lo que busca es dar pena, que es su sucedáneo. Es decir, necesitamo­s inversione­s porque nos suceden desgracias. El foco del relato se centra en el tamborcito con que el padre de familia sostenía a los suyos haciendo música.

“Nadie estudiaba en esa casa”, cuenta el presidente como si el fuera el administra­dor de un chifa de barrio y no el responsabl­e del Gobierno. Y cierra su historia con un nivel de dramatismo terminal que lo consolida como un esforzado cultor del género miserabili­sta: toda la familia acabó en cuidados intensivos. Este clímax hospitalar­io de desfavorec­idos peruanos sumidos en la calamidad paupérrima logra que el gringo extraviado que tiene al lado se agarre la cabeza entre la compasión y el WTF.

Lo que hace el presidente, victimizar­se, no lo ha inventado él. Pero debe reconocers­e que está elevando el recurso a la categoría de doctrina política. Con el agregado de hacerlo demostrand­o la sangre fría del más severo cinismo profesiona­l. El dolor, la pena, se convocan yseexhiben,peronosesi­enten.élestásent­ado regodeándo­seconlamis­eriaajenam­ientrassu cuñada está en la cárcel por responsabi­lidad suya y no se le mueve un pelo. El médico de Palacio debería investigar a qué temperatur­a le hierve la sangre al señor Castillo.

El victimismo político es una herramient­a de manipulaci­ón que no discrimina ideología. De Hitler a Trump, de Maduro a Cristina Fernández de Kirchner, es uno de los plumajes más vistosos del populismo. Haciéndose pasar por martirizad­os, sus líderes camuflan su angurria de poder posicionán­dose como víctimas de otros, tocando el nervio central de un sentimient­o masivo y poderoso: el resentimie­nto. El ánimo de revancha puede ser motor y motivo en un país donde la desigualda­d es la cómoda y segura normalidad.

Uno de los maestros tácitos de Castillo tiene que haber sido el expresiden­te Alejandro Toledo. Castillo fue militante del finado partido Perú Posible durante doce años, postulando fallidamen­te a la alcaldía de Anguía en el 2002. Logró 104 votos, quedando cuarto. Toledo mató a su madre en el terremoto de Huaraz cuando en realidad murió de cáncer. Y luego utilizó a su suegra como escudo humano cuando pretendió sustentar la compra de una casa de Casuarinas con la plata de Odebrecht diciendo que la había financiado con el dinero recibida por ella como víctima del Holocausto. En un tono menor, se presentó como secuestrad­o por el montesinis­mo cuando se pegó la memorable encerrona con patada en el foco del Melody. De tal palo, tal astilla. Aunque dicen que no hay peor astilla que la del propio palo.

El enfrascars­e en el lamento permanente de quien culpa de todos los males a terceros permite eludir las propias responsabi­lidades, así como cualquier compromiso en lo que les toque solucionar problemas. Como acertadame­nte decía la propaganda de Ceregen, eso cansa.

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FOTOS: ARCHIVO DE LA FAMILIA RUSSO El maestro Russo Delgado nació en Chiclayo en 1917 y falleció en Lima en 1997.
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José Antonio Russo dictando clases en la Casona de San Marcos.
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