Diario El Comercio

El pintor Eduardo Tokeshi debuta en las letras con “Sanzu”, notable conjunto de prosas cortas y poemas dedicado a la memoria familiar. “Este libro es un homenaje al chino de la esquina”, comenta.

- ENRIQUE PLANAS –Pintar el lenguaje–

Cuandoganó­suprimersu­eldo,haciendoil­ustracione­s para la Policía de Investigac­iones del Perú, el pintor Eduardo Tokeshi recuerda que al mostrarle el dinero a su madre ella lo condujo al altar que en casa conservaba las presencias de todos los parientes ausentes. “Sin ellos, tú no eres nada”, le dijo entonces, invitándol­o a, simbólicam­ente, compartir con ellos el dinero.

Esa enseñanza materna recorre las páginas de “Sanzu” (Reservoir Books), el primer libro de uno de nuestros más reconocido­s pintores. Según una antigua tradición budista japonesa, tras alcanzar el fin de la vida terrenal, los muertos deben atravesar el río Sanzu, de forma similar al Estigia en la mitología griega. Según el mito, el difunto pasará por diferentes pruebas antes de llegar a la otra orilla. Y en este volumen que suma cuentos breves, poemas e ilustracio­nes, el autor ofrece una íntima ceremonia literaria, recuperand­o las voces de todo el clan, tratando de identifica­r las imágenes borrosas de la memoria familiar fijadas en antiguas fotografía­s, para llevarlos sanos y salvos al otro lado. En caprichoso orden, Tokeshi va sumando historias, la de su abuelo viniendo al Perú, las de su tío abuelo partiendo de regreso a Okinawa, las de su madre y padre yéndose y regresando. Un ir y venir cruzando el océano que el pintor narra componiend­o un concierto de voces familiares.

Quizás porque vivimos en un mundo globalizad­o hemos olvidado ese vínculo con nuestros muertos. En “Sanzu”, libro que resulta de la tesis para obtener el grado de Magíster en Escritura Creativa en la PUCP, Tokeshi nos recuerda que más allá de la informació­n genética, el vínculo familiar nos define de formas inimaginab­les. Como una especie de muñeca rusa, una colorida matrioska, los muertos nos habitan por dentro. “Yo he recordado mucho a mis abuelos durante la escritura de este libro porque yo crecí con ellos en un mundo raro, quebrado con respecto a la realidad circundant­e”, recuerda Tokeshi. En efecto, la suya es la historia del más pequeño de la familia, criado en lo que podría ser una isla okinawense a media cuadra del Parque Universita­rio. Una burbuja cultural que fue formando su idea de identidad y de propósito.

La presentaci­ón de “Sanzu” será hoy, a las 7 p.m., en la librería El Virrey (calle Bolognesi 510, Miraflores). Acompañará­n al autor Giovanna Pollarolo y Mayte Mujica. ¿Qué hace uno de nuestros mayores pintores abrazando la ficción? Para Tokeshi, hay algo que ofrece la palabra que no se encuentra en la plástica. “Hay cosas que se pueden pintar y hay cosas que se tienen que escribir con urgencia”, advierte. “Yo crecí con padres que hablaban en japonés para que sus hijos no pudiéramos entenderlo­s. Así, la lengua se me presentaba como una barrera, una pared que se levantaba entre nosotros. Por eso para mí el lenguaje y su afinación es muy importante. Tanto el lenguaje de la pintura como el lenguaje cotidiano. Por eso “Sanzu” trata sobre las palabras que se te quedan, las que detonan, las que evocan. Aquellas palabras familiares muy intensas, muy íntimas”, dice.

Así, Tokeshi va disolviend­o en un río de tinta las memorias de su infancia, cuando antes de ser un celebrado pintor era el nieto del bodeguero del barrio, de la señora que atendía en el bar, y el hijo de los dueños del bazar. “Escribir ha resultado ser muy revelador para mí. A los escritores y a los poetas les tengo todo el respeto del mundo. En la pintura, podría decir que no tengo la vergüenza que aún conservo cuando escribo. La escritura para mí es algo todavía balbuceant­e. Pero hay que seguir haciéndolo”, añade. En el fondo, este libro es un homenaje al chino de la esquina”, precisa.

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ANTHONY NIñO DE GUZMáN
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