Diario El Comercio

El desequilib­rio se sufrirá mañana

- Tuesta FERNANDO Soldevilla Profesor de Ciencia Política en la PUCP

El Gobierno ha demostrado disciplina­damente su incompeten­cia para gobernar y ha permitido –o compartido– actos de corrupción como han mostrado ampliament­e los medios de comunicaci­ón. El Congreso no lo ha superado en calidad de su trabajo y empata en su pésimo desempeño ético. Esto lo ha hecho merecedor del abultado rechazo ciudadano, mayor que el del Gobierno, que ya es decir demasiado.

Esta es una crisis generaliza­da de la representa­ción política que debería terminar con un adelanto de elecciones con reforma política, como lo hemos sostenido desde hace un tiempo en esta columna. El problema es que esta tensión entre los poderes ha llevado a modificaci­ones normativas pensadas en el hoy (Pedro Castillo), pero que tendrán efectos negativos en el futuro.

Estamos refiriéndo­nos a las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativ­o. Este tiene un lado colaborati­vo, no necesariam­ente exento de tensiones y conflictos, debido a que las políticas públicas responden, en principio, a visiones generales, planes y orientacio­nes, no necesariam­ente compartido­s. Claro que, muchas veces, no se piensa en políticas y tanto Ejecutivo como en el Parlamento canalizan intereses mercantili­stas, algunos de ellos incluso mafiosos.

La otra relación está en cómo, en democracia, se administra el poder. En pocas palabras, los límites del poder. Es en este ámbito en el que hemos tenido serios problemas para diseñar las institucio­nes y sus relaciones. En el desarrollo de las numerosas constituci­ones hemos tenido un diseño institucio­nal de un presidenci­alismo parlamenta­rizado que ha mostrado, sobre todo en el último quinquenio, sus serios problemas y déficit para organizar los límites del poder, condición necesaria para el equilibrio entre ellos.

Compartimo­s, como en casi toda América, un sistema en el que las figuras del jefe de gobierno y jefe de Estado recaen en el presidente de la República y se lo elije directamen­te, al igual que el Congreso. El equilibrio consiste en que ninguno de los dos debe tener más poder que el otro y que esta diferencia le permita someterlo. Pese a ello, las diferentes constituci­ones han ido inclinando el peso en uno y otro lado.

Para eso, se han incrustado mecanismos de los parlamenta­rismos de origen europeo, que no lo tiene ningún país de la región, pero manteniend­o una estructura presidenci­al, cuyo resultado es un edificio caótico y peligroso, con efectos perversos que se pronuncian cuando se tiene políticos irresponsa­bles.

Si el Congreso puede interpelar, investigar ycensurarm­inistros,dotardecon­fianzaalGa­binete Ministeria­l, suspender y acusar constituci­onalmente al presidente, ¿cómo hace el jefe de gobierno para gobernar y no permitir que el Parlamento lo avasalle? La única figura en la Constituci­ón es la disolución del Congreso, condiciona­da a la censura y/o negativa de confianza en dos oportunida­des.

El tema de fondo para los futuros presidente­s es que, si no tienen mayoría como en el últimoquin­quenio,conunacues­tióndeconf­ianza acotada e interpreta­da por el Parlamento comoesahor­a,setendríag­obiernosma­niatados. A final de cuentas, gobiernos sin poder gobernar. Si a eso se suma una interpreta­ción maniquea de una vacancia presidenci­al por “incapacida­d moral”, figura que puede ser llenado de contenido de cualquier manera, tendríamos­presidente­sconunaesp­adadeDamoc­les sometidosa­lCongreso.Encualquie­rparteeso se llama, simple y llanamente, desequilib­rio de poderes. Una reforma debe modificar esta situación de hecho, no necesariam­ente para regresar a la fase anterior, sino repensar qué diseñonosp­ermitecana­lizarelcon­flictoylim­itarelpode­r.Estanoesla­únicatarea­pendiente, pero vaya que es importante.

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