Diario El Comercio

Lágrimas y circo

- Escritor

Salir a la calle es una aventura; y en ciudades grandes y caóticas como Lima, una temeridad y un riesgo. Aun así, algunos de nosotros manejamos automóvile­s y otros se suben a un transporte público. Vamos a oficinas, a fábricas, a universida­des, a tiendas, a casas de amigos, a veces al cine o al teatro, y en el camino, alternamos siempre con lo impredecib­le.

Los semáforos son los únicos lugares de restricció­n que todavía funcionan en parte. A propósito de ellos, decía José Miguel Oviedo que frente a un semáforo en Lima había tres opciones. “Si es verde, pasa con cuidado. Si es ámbar, pasa con cuidado. Si es rojo, pasa con cuidado”.

El volumen del tráfico de los últimos años ha hecho que la gente respete en general las luces rojas. Por eso en sus filas de autos, así como en el final del zanjón, hay un espectácul­o callejero ya montado. En algunos casos, son personas vendiendo botellas de agua, alfajores, marcianos o helados. En otros, hay mendigos, por lo general, con un bebe en brazos o en los hombros. Muchos de ellos tienen carteles colgados con una o dos frases. “Ayúdame. No tengo para comer”. Otros son más directos: “Tenemos hambre”. La mendicidad es obviamente una de las muestras más dramáticas y terribles en una ciudad. Es el resultado de una ausencia total del Estado en su labor de protección de las personas sin recursos, que abundan. Hace poco, vi a un hombre joven, con un polo rasgado que tenía un lema algo más largo en su cartón mientras mendigaba: “Tuve una infancia muy difícil. Soy el resultado de un hogar roto”. En una ocasión, vi otro cartel colgado de un mendigo: “Los que ayudan a los pobres entrarán al reino de los cielos”.

Hablando del uso del lenguaje al aire libre, hace muchos años, mientras caminaba por el Parque del Retiro en Madrid en compañía de una amiga, un hombre de barba y andrajos se acercó a nosotros. Mientras miraba a mi compañera, le recitó un poema con rimas lisonjeras, en alabanza a su belleza. Al terminar, se volvió a mí. “Son diez pesetas”, me dijo. Nos quedamos en silencio. “El poema no ha estado tan bueno”, le contesté, “pero aquí tiene”. El hombre nos hizo una reverencia de gratitud y se fue a buscar algún otro cliente. Luego pensé que esa fue una de mis primeras incursione­s forzadas en la crítica literaria.

Volviendo a nuestro drama limeño, no solo los mendigos aparecen en los semáforos. Frente al duelo de la mendicidad, hay otros personajes que buscan la celebració­n de los cuerpos. Malabarist­as con palitroque­s o con antorchas de fuego, acróbatas aficionado­s y émulos del Hombre Araña circulan entre los autos. Hay números que podrían ser de circo, con saltos mortales, volteretas y manos en alto para agradecer una supuesta ovación. Lo hacen con entusiasmo, pues en ello va su sustento diario. En ocasiones, uno puede ver que los hombres o mujeres araña de los semáforos se suben a un microbús o a un camión y hacen su número desde el techo para lograr una mejor audiencia. Calculando el tiempo que demora una luz roja, bajan de su lugar para ir pidiendo “su voluntad” en las filas de autos. Entre las lágrimas de los mendigos y las proezas de los acróbatas, avanza el tráfico lento de la vida cotidiana. Circo y compasión al aire libre.

“Entre las lágrimas de los mendigos y las proezas de los acróbatas, avanza el tráfico lento de la vida cotidiana”.

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GETTY IMAGES Niños pobres piden dinero para comprar alcohol para sus padres, según dibujo fechado en 1841 del célebre caricaturi­sta británico George Cruikshank.
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ALONSO

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