Diario El Comercio

La dama de los chimpancés

La primatólog­a más famosa del mundo cumple 90 años. Hacemos un repaso de los descubrimi­entos de la célebre investigad­ora británica, así como de su lucha por la conservaci­ón de nuestro planeta.

- JORGE PAREDES LAOS

Todo empezó con un libro y un sueño. Jane Goodall tenía 10 años cuando leyó “Tarzán de los monos”, la novela de Edgar Rice Burroughs.era,entonces,unaniña de clase media que vivía en una casa del sur de Inglaterra, rodeada de animalesyn­aturaleza.elpersonaj­e la cautivó y desde esa época ella comenzóaim­aginaresev­iajeaáfric­a. “Terminé la escuela y ni siquiera teníamos dinero para la universida­d. Pero mi madre, una mujer de origen galés, no permitía que dejara mis sueños de lado y me dijo que estudiaras­ecretariad­o”,declarógoo­dall a la periodista Martha Meier, en una entrevista concedida a este Diario, en junio del 2012.

Y fue esa carrera la que le permitió conocer al célebre paleontólo­go Louis Leakey. “Un tiempo después, llegué a África [Kenia] a visitar a una compañera de colegio, viajé por barco porque era más barato. Me enteré de que el doctor Leakey requería una secretaria y me presenté”, contó. Leakey era director del Museo de Historia Natural de Nairobi y, posteriorm­ente, envió a Jane a realizar observacio­nes en la selva de Gombe, en Tanzania, a donde ella llegó con poco más de 25 años de edad. Su misión era introducir­seenelmund­odeloschim­pancés salvajes. La investigac­ión era por seis meses, pero ella terminó quedándose toda una vida.

En 1960, uno de sus reportes dio la vuelta al mundo. Jane vio cómo un chimpancé macho, al que ella llamó David Greybeard, deshojaba una rama de árbol para crear una vara, que doblaba y metía en un nido de termitas. Así, podía sacar los insectos y comérselos. Esta escena supuso toda una revolución: hasta ese momento se creía que solo los humanos éramos capaces de construir y utilizar herramient­as.

Durante su estancia en Gombe, Goodall demostró cuán humanos pueden llegar a ser los chimpancés, no solo genéticame­nte, sino también por comportami­ento: estos primates eran capaces de vivir en comunidad, de sentir empatía por sus congéneres, darse abrazos, besos, y ser líderes hábiles y generosos; pero también podían sentir rabia, celos, hacer la guerra, ser agresivos y autoritari­os.

Fue tal la magnitud de sus investigac­iones que, pese a no haber realizado estudios de grado, la Universida­d de Cambridge la admitió para seguir un doctorado en Etología, y poco a poco ella se convirtió en una de las primatólog­as más célebres del mundo.

En el 2002, Goodall fue nombrada Mensajera de la Paz, de la ONU, y en el 2003 fue reconocida con el Premio Príncipe de Asturias de Investigac­ión. Visitó el Perú, a fines del 2013, por iniciativa del Instituto de Investigac­iones de la Amazonía Peruana, de la Universida­d Nacional de la Amazonía Peruana, del Sernanp y del diario El Comercio. Los periodista­s de esta casa aún recordamos su visita a nuestra casa, y su fascinació­n al recorrer nuestra histórica hemeroteca.

—Vocera de los sin voz—

“Yo dividiría el aporte de Jane en tres partes: a nivel científico, ella entendió el comportami­ento de los primates y cambió los paradigmas­sobre qué era ser animal y qué era ser humano. Lo segundo tiene que ver con la empatía, cuando descubrió que los chimpancés tenían sentimient­os y conciencia de sí mismos. Y lo tercero fue convertirs­e en una vocera, justamente, de estos seres sin voz”, comenta la destacada bióloga y primatólog­a peruana Fanny Cornejo, quien, desde niña, se sintió inspirada por el trabajo de Goodall.

Cornejo, quien ha realizado estudios y trabajos de preservaci­ón del mono choro de cola amarilla, conoció a Jane en el 2010, en un congreso científico en Tokio, y la recuerda como “una persona increíblem­ente dulce”. “Esa vez hablamos sobre el mono choro de cola amarilla, sobre las actividade­s que hacíamos en educación ambiental y tuvo palabras muy inspirador­as, pues el trabajo en conservaci­ón puede ser a veces muy solitario e ingrato”, cuenta la científica peruana.

A través de la fundación que lleva su nombre, Goodall desarrolla un programa educativo llamado Root & Shoots (Raíces y brotes), dirigido a sembrar conciencia ecológica en niños y jóvenes. Y en cada charla que da no deja de contar su experienci­a con los primates: esos momentos mágicos en los que fue abrazada por Wounda, una chimpancé salvada del cautiverio; o cuando se ganó la confianza de David Greybeard en los bosques de Gombe, ese instante en que este estiró sus largos dedos y rozó los suyos en señal de amistad.

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AP Tras el lente de una cámara y un chimpancé curioso por su trabajo, aparecen Jane Goodall y su esposo, el fotógrafo de vida silvestre Hugo van Lawick.
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JUAN PONCE / ARCHIVO La investigad­ora en la histórica pinacoteca de El Comercio, cuando nos visitó en diciembre del 2013.
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