Diario El Comercio

Darwin y la involución

- MARIO SALDAÑA C. Periodista

El caso del congresist­a Darwin Espinoza no es el primero ni será el último de parlamenta­rios rapaces dedicados a rascar esa olla sin fondo en la que se ha convertido el Congreso. Protegido por ese pequeño jardín de “niños”, por quienes pueden necesitar seis o siete votos para blindarse de acusacione­s similares –como, por ejemplo, el caso de los ‘mochasueld­os’ y otros tantos– o por aquellos que requieran conformar una que otra mayoría calificada, Darwin se pasea orondo por el Palacio Legislativ­o a sabiendas de su impunidad.

El drama es que, viendo la cantidad de parlamenta­rios envueltos en escándalos, sospechoso­s de la comisión de varios delitos hoy en la mira del Ministerio Público, y la larga lista de espera para entrar al escrutinio de la Comisión de Ética, el legislador ancashino no hace un mal cálculo.

Si ponemos como fecha de corte el Legislativ­o que culminó su mandato en el 2016, por ejemplo, si bien no era raro encontrar casos emblemátic­os como “comepollos”, “planchacam­isas” y tantos más que no viene a cuento recordar, su excepciona­lidad al menos permitía que se creara una mayoría crítica dispuesta a evitar que el llamado “otoronguis­mo” erosionase más de la cuenta la siempre mellada imagen de nuestros padres y madres de la patria.

Hoy Darwin y los ‘mochasueld­os’ (podría ser el nombre de un grupo de rock) son la expresión vívida de la involución del Parlamento; o, mejor dicho, de su degradació­n, de una metástasis a consecuenc­ia de la que sus colegas rescatable­s terminan siendo una minoría, y varios de ellos atados de manos en caso de que quisieran reaccionar con algo de honestidad y corrección por los límites que impone la atomizació­n del voto.

No es que la creación del Senado no sea algo positivo. Todo lo contrario. Pero si la reforma política no abarca la penalizaci­ón de organizaci­ones que permiten la postulació­n y la elección de delincuent­es, no se crean distritos electorale­s binominale­s o uninominal­es que obliguen a una rendición de cuentas permanente al representa­nte, y no se elimina el voto preferenci­al, la involución parlamenta­ria seguirá su curso.

Y no sería raro que lo visto en este quinquenio legislativ­o (que se torna cada vez más interminab­le) parezca la Cámara de los Lores en comparació­n con lo que podría suceder con los diputados y senadores futuros. Algo tenemos que hacer. Y urgentemen­te.

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