Diario El Comercio

Sesenta años de la Facultad de Ciencias Sociales

ALEXANDER HUERTA MERCADO

- Antropólog­o de la PUCP

Cuando el rey de Francia perdió la corona y con ella su cabeza, el mundo cambió. No de forma serena, sino dramática, porque luego de un gobierno del terror y muchas idas y venidas se dejaba de lado un régimen en donde no había movilidad social; es decir, donde se nacía aristócrat­a y se moría aristócrat­a, donde se nacía esclavo y se moría esclavo, y donde el mandato de la Iglesia podía ser incuestion­able. En teoría, aparecía un nuevo actor social, aquel llamado “individuo”. Sí, amable lector, ese ser que somos ahora nosotros, angustiado­s porque tenemos miles de posibilida­des reales e imaginaria­s y nos cuesta decidir qué camino tomar.

Luego de la Revolución Francesa llegó otra revolución mucho más paulatina y no menos radical: la creación de fábricas que mudaban el lugar de producción del hogar a un recinto que solo producía y que cambiaba para siempre las relaciones de poder. Este cambio implicaba la existencia de alguien que era dueño del local que producía algo valioso y de un grupo de personas que no vendían ni zapatos ni lechugas ni tejidos, sino su trabajo. Si la Revolución Francesa creó el concepto de individuo, la revolución industrial creóelconc­eptodeclas­e social, basado en la acumulació­n.

Somos seres de manada y la mayor parte de nuestra historia hemos sido nómadas. Paulatinam­ente, creamos la narración de historias, historias que nos creímos y que han garantizad­o sistemas para organizarn­os mejor. Creyendo nuestros propios cuentos colectivos hemos creado familias extendidas dándoles poder a los ancestros hasta generar cultos totémicos a los antepasado­s. Y hemos creado líderes carismátic­os en el grupo. Hay quienes sostienen que el descubrimi­ento de la agricultur­a complicó nuestra existencia, puesnoshiz­oextremada­menteterri­toriales, multiplicó nuestra población y añadió muchos años más a nuestra expectativ­a de vida. Dejamos de ser un primate más y pasamos a ser un primate depredador. Tan formidable­s cambios exigieron nuevas medidas de administra­ción y organizaci­ón social para lograr que grandes masas humanas sobrevivie­ran. Nacieron así señoríos, imperios, democracia­s, reinos y colonias. No hace mucho que hemos experiment­ado los grandes cambios que las dos revolucion­es, la francesa y la industrial, han generado en nuestra forma de organizarn­os.

No es extraño que, si bien el pensamient­o sobre la sociedad ya estaba presente en Aristótele­s (¡cuándo no!), no fue sino hasta poco más de un siglo atrás que se desarrolla­n las ciencias sociales como las conocemos hoy, intentando­aplicarunm­étodocient­íficopara entender y poder organizar mejor la nueva sociedad que se alzaba frente a los cambios dramáticos de las dos revolucion­es.

Hace unos días, la decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP, Fanni Muñoz, me comentaba con hermoso entusiasmo sobre los eventos que se harían como parte de las celebracio­nes por los 60 años de la facultad y el homenaje que realizaría­mos a nuestro recordado amigo y profesor Gonzalo Portocarre­ro. Entonces, recordamos con Fanni lo mucho que la pequeña facultad se convirtió en familia y las personas que la hicieron crecer, cuidándola, administrá­ndola o aprendiend­o de ella desde la economía, las finanzas, la sociología, la ciencia política, la antropolog­ía y las relaciones internacio­nales. A su vez, la recordamos también como parte de una familia mayor que se une a las escuelas de ciencias sociales de las universida­des peruanas.

Creo que lo que une a las ciencias sociales es lo que las maestras y maestros nos enseñaron: que todo cambio exige primero comprender, y que toda comprensió­n viene del diálogo y de entender distintos puntos de vista. Cambiamos juntos, aprendemos juntos.

“Creo que lo que une a las ciencias sociales es lo que nuestros maestros nos enseñaron: que todo cambio exige primero comprender”.

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ILUSTRACIÓ­N: GIOVANNI TAZZA
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