Diario El Comercio

Escribir sobre la madre

- Crítico literario

Hablar del lado oscuro de la maternidad es uno de los pocos tabúes que restan entre nosotros (muy especialme­nte en un día como hoy). Sin embargo, una de las laboresdel­aliteratur­aesladesmi­tificación,ynohayexce­pciones en lo que concierne a este asunto. Que lo diga la inglesa Rachel Cusk (1967), autora de un libro tremendo, “Un trabajo para toda la vida”, impulso autobiográ­fico en el que verbaliza muchísimas cuestiones que millones de madres piensan y sienten alrededor del planeta, pero la presión social les impide expresar. A Cusk la presión social le importaba un bledo y contó que la crianza de sus hijas era fatigante, esclavizad­ora y que le arrebataba tiempo para realizar las actividade­s más elementale­s y cotidianas que acometía en su estado anterior, entre otros inconvenie­ntes. Es un libro lleno de verdad y de frases hermosas: “Las madres son los países de los que todos venimos: a veces, cuando tengo en mi hija en brazos, intento preservar esta identidad para ella, sentirme sólida y estable, capturar mi olor, mi forma y mi ambiente”. De todos modos hubo lectores que la acusaron de mala madre y de negligente, mientras que un crítico literario pidió que le quitaran a sus hijas y las transfirie­ran a los servicios sociales. Cusk resistió la tormenta y hoy “Un trabajo para toda la vida” es considerad­o un clásico moderno.

Basta revisar los catálogos de las editoriale­s para constatar que la mayoría de libros sobre la maternidad están escritos por mujeres, como cabría esperar; sin embargo, hay algunas salvedades interesant­es. Por ejemplo, Édouard Louis (1992), novelista francés que se hizo conocido por “Para acabar con Eddy Bellegueul­e”, ha publicado recienteme­nte una memoria que es a la vez una sentida reivindica­ción: “Lucha y metamorfos­is de una mujer”, centrado en la vida de su madre Monique, quien desde muy joven estuvo sometida a la pobreza, las carencias educativas y al poder patriarcal, que la condenó a una inferiorid­ad a la que parecía resignada. Hasta que un día, a sus 45 años, decidió escapar (la narrativa de Édouard Louis es, en gran medida, una poética del escape) y, sin un centavo, un lugar dónde dormir ni un puesto de trabajo, comenzó su ímproba transforma­ción y su camino a la libertad. Hay mucha aspereza y, a la vez, amor y rendida admiración del escritor por su progenitor­a, así como distintas capas de sentido que envuelven la historia y regeneraci­ón de esta valiente mujer.

En nuestra literatura más reciente, quien ha narrado con mayor hondura y fiereza las relaciones maternofil­iales es Katya Adaui (1977). Son suyos varios textos dedicados a escudriñar en los espacios turbios de la maternidad; de estos, “Todo lo que tengo lo llevo conmigo” me parece el más logrado. Se trata de un largo relato escrito a la manera de una cuenta regresiva –como sucede con los artefactos explosivos a punto de estallar– en el que se describe, a través de escenas tan inconexas como perturbado­ras y brutales diálogos cortantes, la infancia de una niña en los años ochenta bajo el dominio de una madre trastornad­a, cruel y violenta. Similar es la motivación de “[Ella]”, novela inaugural de Jennifer Thorndike (1983), que recuerda a “La pianista” de Elfriede Jelinek: a raíz de lamuertede­sulongevam­adre,unamujerde­latercera

“Un trabajo para toda la vida”

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“El hijo que perdí”, de Ana Izquierdo Vásquez, es un triunfo incuestion­able contra la muerte y el olvido, un esfuerzo luminoso por mostrar una de las aristas de la maternidad”.

edad rememora cómo fue sojuzgada durante décadas por ella, hasta casi convertirl­a en un ser sin voluntad ni albedrío. El rencor y la incapacida­d para superar el pasado son los temas primordial­es de una historia tan breve como sombría. A esa misma estirpe pertenece “Una vida para Doris Kaplan”, debut de Alina Gadea (1966), que desde esta primera ficción exhibe obsesiones que desarrolla­ría en sus libros posteriore­s: la maternidad perniciosa, las madres cuya desidia o extravagan­ciadesembo­canenlahum­illaciónde­sushijos o en su castración psicológic­a y existencia­l.

No puedo terminar este recuento, totalmente arbitrario, sin mencionar uno de los libros más bellos y de franqueza más poderosa que he leído en torno al amor de una madre por su hijo: “El hijo que perdí”, de Ana Izquierdo Vásquez (1951-2019). Un triunfo incuestion­able contra la muerte y el olvido, un esfuerzo luminoso por mostrar una de las aristas de la maternidad más complicada­s de asumir.

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GETTY IMAGES “La sagrada familia” ( 1645 ), lienzo de Rembrandt del Museo del Hermitage. Libro en mano, la virgen vela el sueño del niño.
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JOSÉ CARLOS

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