No más monos con metralletas
“Aunque la historia avanza 300 años con respecto a la última trilogía, nos presenta un mundo más salvaje”.
Hay una dislocación temporal interesante en la nueva entrega de “El planeta de los simios” (la décima de la franquicia): aunque avanza 300 años con respecto a la última trilogía, nos presenta un mundo mucho más salvaje y precario. En este relato, un virus ha hecho retroceder en su proceso evolutivo tanto a simios como a humanos, que viven aislados unos de los otros. Los primeros con algo más de recursos, persiguiendo a los segundos en una cacería implacable.
Allí está el primer valor de “El planeta de los simios: nuevo reino”. Porque ese aspecto rústico parece hacerle bien a la saga. Si en sus inmediatas predecesoras –las cintas que dirigieron Rupert Wyatt y Matt Reeves entre 2011 y 2017– veíamos a las bestias protagonistas luchando con arma en ristre y manipulando tecnología de avanzada, aquí más bien encontramos escenas de acción mucho más crudas, un contacto directo con la naturaleza que le confiere una aspereza acorde con los enfrentamientos tribales que se nos muestran en la pantalla. No más monos con metralletas, al menos por el momento.
En esa línea, algunos de los mejores tramos de la película tienen que ver con el paisaje: las acrobáticas coreografías en la espesura de la selva, por ejemplo; ciertas amplitudes focales en las que los trayectos a caballo remiten a los westerns clásicos; o aquellas tomas abiertas en la orilla de la playa –referencia directa a la cinta de 1968 con la que comenzó todo–, con sus ruinosas y oxidadas embarcaciones, de silueta recortada sobre el horizonte.
El otro gran atributo de la película es el que se aprecia ya no panorámica mente, sino en primer plano, gracias a sus efectos visuales. El detalle de la animación en los rostros de los simios alcanza un nivel superlativo dentro de la franquicia, permitiéndole conmover con pequeños gestos y transmitir mucho mejor sus emociones. Un asunto no menor si se tiene en cuenta que las últimas películas están narradas desde el punto de vista de los simios, más que de los humanos, provocando que se extrañe cada vez menos a Charlton Heston.
Menos convincente, en cambio, es el conflicto moral que desarrolla el guion (escrito por Josh Friedman y dirigido por Wes Ball). Aquí el enfrentamiento se da entre Próximus César –un simio violento y tiránico, que anhela extender su dominio sobre los de su especie y también sobre los humanos– y el joven primate Noa, proveniente de un pequeño clan. Lamentablemente, es muy poco lo que la cinta ofrece de novedoso en ese aspecto, incluyendo la intervención de la humana Nova (Freya Allan).
Cuestiones como el honor, la responsabilidad ambiental,las ambiciones auto destructiva sola compasión se repiten aquí como man tras bastante estirados en las películas anteriores. ¿Habrá margen para algo nuevo en esta saga ya de largo conocida? Acaso el asomo de un cuestionamiento moral en torno a la figura mesiánica del simio César (el protagonista de la trilogía pasada, cuya sombra se cierne en esta cinta) podría dotar a este relanzado relato de algunos matices atractivos e inesperados, a tono con los dilemas sociopolíticos del mundo real de hoy. Para eso habrá que ver cómo irá desenvolviéndose su arco narrativo en próximas entregas. Por lo menos el inicio es auspicioso.