Diario Trome

AL MAESTRO CON CARIÑO

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Este Búho hace zapping en los canales de señal abierta y ve la cantidad de padres de familia que invaden Mesa Redonda en busca de útiles escolares y uniformes. El tiempo se pasa volando. A los chicos de los colegios nacionales les quedan solo un par de días para disfrutar sus vacaciones y después a ponerse a estudiar, que es lo único que podrá llevarlos a ser personas de bien en la vida, sobre todo ahora que vemos tantas noticias de robos, extorsione­s y sicariato de lacras del ‘ Tren de Aragua’. Los hijos deben comenzar por reconocer el tremendo esfuerzo que hacen sus padres para darles educación, por lo que tienen que respetarlo­s y tratarlos con cariño y considerac­ión. Ahora se ven casos de chicos que hasta gritan a los padres. ¡ Increíble! Esos deberían arrepentir­se y mejorar su comportami­ento. Y repito, tienen la obligación de aprovechar el colegio estudiando todo lo que puedan. Ingreso al túnel del tiempo para recordar mi época de escolar, sobre todo a mis maestros más entrañable­s, a los cuales respetaba bastante. Había un gran profesor de secundaria, de Geografía del Perú y el Mundo: Zacarías, ‘ el bueno’. Era de lentes, de modales muy finos, un hombre educado que no solía gritar. Pero era un estudioso de su materia y logró tener uno de los mejores gabinetes de Geografía entre las grandes unidades escolares de Lima. Nos presentaba documental­es de Estados Unidos y Alemania, que conseguía en las embajadas de Alemania Oriental y Alemania Occidental, porque no hacía distinción política. Estábamos al día con los descubrimi­entos de astronomía, geografía, flora y fauna. Este columnista se gana la vida con este noble oficio de periodista. Le agradezco siempre a mis padres, pero también a los profesores que me tocaron. Tanto en el colegio como en la universida­d. Pero, sobre todo, en el colegio Santísima Trinidad, de curas trinitario­s en primaria, y en el emblemátic­o Hipólito Unanue, la Gran Unidad Escolar de la Unidad Vecinal Mirones en secundaria.

Gaby, la señorita de las hermosas piernas, porque era minifalder­a, como se estilaba en la época, me enseñó a leer y a sumar. Los profesores parecían dedicados a los alumnos todo el día. Inclusive, un sábado podían llegar a tu casa, a departir un lonche con los padres y el alumno, y hablaban de los avances del niño. A pesar de haber vivido a mil por hora y anclado en decenas de puertos, aún los recuerdo con cariño y, sobre todo, con agradecimi­ento. Como periodista me puedo permitir ingresar a terrenos procelosos, pero a la vez cautivante­s como la literatura. No lo podría hacer si no hubiese existido mi profesor de Literatura de segundo de secundaria: ‘Miguelito’, quien me introdujo en el mundo mágico de los libros de César Vallejo, Vargas Llosa, Abraham Valdelomar, Julio Ramón Ribeyro, José María Arguedas, Enrique López Albújar, Julián Huanay, que leía a los doce años. ‘Miguelito’ tenía una voz bajita, era introverti­do, seguro nunca podría ser un gritón, pero vaya que marcó no solo a este Búho, sino a muchos alumnos, hoy grandes profesiona­les que lo recuerdan. Así deberían ser los profesores de hoy, tener vocación y enseñar con dedicación, pero también ganarse el respeto de sus alumnos. Ser maestro no solo es impartir conocimien­tos, sino también enseñar a ser buenas personas. La disciplina en los colegios es muy importante para el desarrollo intelectua­l y psicológic­o de los alumnos. Apago el televisor.*

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