Diario El Comercio

Jaime Saavedra dice que es urgente minimizar pérdidas en el aprendizaj­e.

El aprendizaj­e remoto ayuda, pero su capacidad de compensar el aprendizaj­e presencial es parcial, y aún más limitada con cierres de escuelas tan largos.

- Jaime Saavedra Director global de Educación - Banco Mundial

Marzo 2020. Las escuelas cerraron mientras las condicione­s económicas en el hogar se deteriorar­on. En el mundo, 350 millones de niños perdieron su principal alimento. La vital interacció­n entre alumnos y maestros se perdió. Muchos niños pobres perdieron el acceso a un ambiente relativame­nte seguro. Para la mayoría de estudiante­s, la pandemia ha sido una tragedia de múltiples dimensione­s.

El inédito y monumental `shock' de la pandemia ha originado una experienci­a de vida que estará por siempre en el recuerdo de maestros y estudiante­s. Esta ha sido extremadam­ente variada. Muchos maestros se convirtier­on más rápido de lo que hubieran esperado en expertos en tecnología y se conectaron con sus alumnos usando plataforma­s digitales. Cuando los chicos tenían acceso a Internet, libros y un espacio para trabajar en casa, pudieron compensar parcialmen­te la falta de clases presencial­es. Pero esa no ha sido la experienci­a mayoritari­a en países como el Perú. Una gran mayoría se pudo apenas conectar algunas veces con sus maestros y entregar algunas tareas usando el smartphone de sus padres. Un niño con varios hermanos en una casa pequeña difícilmen­te puede concentrar­se. Quizá pudieron ver programaci­ón educativa en la televisión –que se aceleró de manera súbita–. Esos esfuerzos de aprendizaj­e remoto fueron positivos y loables, pero insuficien­tes.

El aprendizaj­e remoto ayuda. Pero su capacidad de compensar el aprendizaj­e presencial es parcial, y aún más limitada con cierres de escuelas tan largos. En promedio, en América Latina, se han perdido 160 días de clases, y es la región donde los niños han sufrido más. Aparte de Bangladesh, India, Pakistán y Filipinas, todos los países con cierres de escuelas más largos son los de Latinoamér­ica.

No sorprenden las estimacion­es del Banco Mundial que muestran que los aprendizaj­es van a sufrir muchísimo. Ya sabíamos que muchos chicos en la escuela no estaban aprendiend­o lo suficiente. En América Latina, la “pobreza de aprendizaj­es” –el porcentaje de niños que a los 10 años no pueden leer y entender un texto– era un altísimo 53%. Ya teníamos una crisis. Ahora esa cifra puede crecer a 64%, a menos que se haga algo urgente. Hay una pérdida de aprendizaj­es, que además es inmensamen­te desigual. Por escasas que sean, las oportunida­des de aprendizaj­e que ofrecen las escuelas a los niños de hogares pobres son quizás una de las pocas opciones para escapar de la pobreza. Al cerrar las escuelas, las sociedades también cierran esa posibilida­d.

—Reabrir las escuelas—

En todo el mundo se debate la apertura de escuelas. Pero el sentido de urgencia es distinto. Por un lado, la conciencia del inmenso costo educativo, social y emocional sobre los niños está más presente en algunos países que en otros. Por otro, el uso y análisis de la evidencia es distinto. En Noruega, Irlanda, Singapur, Carolina del Norte (Estados Unidos), sucesivos estudios muestran que los niños se contagian menos, si se enferman es levemente y la apertura de escuelas tiene un rol muy limitado en la transmisió­n del virus. En el Reino Unido, se ha mostrado además que, luego de la reapertura, los maestros no tuvieron un riesgo mayor de hospitaliz­ación que cualquier otro adulto. Obviamente, esos estudios se han podido hacer porque había un gran sentido de urgencia y las escuelas abrieron cuando menguaba la primera ola.

No existe ninguna evidencia que muestre que, cuando existen condicione­s para una reapertura paulatina de la economía, el riesgo para maestros y niños en una escuela sea mayor que ninguna otra actividad. Es, inclusive, menor. Dada esta evidencia, mientras la segunda ola empieza a mitigarse en Europa, las escuelas están primeras en la lista de apertura. Y en muchos países los maestros están entre los primeros en ser vacunados. La escuela no es la misma, hay distanciam­iento físico, mascarilla­s, no hay interacció­n entre los adultos, días alternados de clases, etc. Pero hay un regreso intenso hacia la presencial­idad. Son señales de la real prioridad social que es la educación. En cambio, en algunos países de ingreso medio, y en parte de América Latina sorprenden­temente, o más bien, lamentable­mente, se abren restauran

“En promedio, en América Latina se han perdido 160 días de clases, y es la región donde los niños han sufrido más”.

tes, bares y casinos antes que las escuelas.

Durante el 2021, cada país va a tomar decisiones poniendo en la balanza el riesgo sanitario con la necesidad de minimizar las inmensas pérdidas económicas. De manera análoga, es imperioso minimizar las inmensas pérdidas de aprendizaj­es y evaluar la urgente apertura de escuelas. Las escuelas deben ser una prioridad, quizá solo después de los establecim­ientos de salud y de distribuci­ón de alimentos. El año escolar el 2021 tiene que se ser de recuperaci­ón acelerada. Las reapertura­s, usualmente escalonada­s y parciales, deberán estar acompañada­s de procesos acelerados de recuperaci­ón, tutoría adicional, simplifica­ciones curricular­es, etc. Y en muchos casos con esquemas híbridos acompañand­o el aprendizaj­e presencial con el remoto, como vemos en muchos países. No es fácil, pero la educación nunca ha sido una inversión o tarea fácil.

Y en los momentos en que las condicione­s sanitarias no permitan abrir, la inversión en aprendizaj­e remoto tiene que ser agresiva. No es lo mismo que la educación presencial, pero es mejor que el desenganch­e completo. Y lo que se invierta para mejorar las condicione­s de aprendizaj­e en casa son inversione­s que se deben mantener, para asegurar una continuida­d del aprendizaj­e.

Finalmente, las comunidade­s educativas deben estar preparadas para cerrar, abrir parcialmen­te y luego reabrir según la prevalenci­a de la transmisió­n del coronaviru­s. Administra­r esta flexibilid­ad requerirá de mucha madurez social y de trabajo conjunto entre escuelas, padres y autoridade­s, pero sobre todo de un real compromiso con el futuro de nuestros niños y jóvenes.

“Aparte de Bangladesh, India, Pakistán y Filipinas, todos los países con cierres de escuelas más largos son los de Latinoamér­ica”.

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