El sistema de salud Arbona
Las enfermedades infecciosas y parasitarias causaban la mayoría de nuestras muertes en la primera mitad del siglo 20. En 1900, nuestra esperanza de vida al nacer era de apenas 33 años. Superábamos a Haití por escasamente dos años. Estados Unidos nos aventajaba por 16 años.
Durante esa primera mitad del siglo 20, logramos aglutinar una plantilla de brillantes salubristas, unos estadounidenses, la mayoría puertorriqueños, quienes desarrollaron un plan estratégico que culminó en un sistema de salud ejemplar y de reconocimiento internacional.
Fue un relevo a través de seis décadas, con el Dr. Bailey Ashford y su Comisión de Anemia (1904-1911) en el primer tramo, y el Dr. Guillermo Arbona y su sistema público de salud, integrado y por niveles de servicio, en el tramo ancla entre 1956 y 1960.
Entre 1940 y 1970 se alinearon todos los planetas de la salud en nuestra isla. No sólo contábamos con un gran sistema de prestación de servicios de salud en formación, sino con un gobierno que atendió vigorosamente las variadas determinantes socioeconómicas de la salud: pobreza, empleo, educación, higiene, estilos de vida, alimentación, vivienda.
Esa extraordinaria alianza nos condujo a incrementar 26 años en nuestra esperanza de vida, de 46 a 72 años entre 1940 y 1970. Más dramático aún, entre 1940 y 1950 incrementamos 15 años en esperanza de vida, una marca mundial para una década.
Para 1970, nuestra esperanza de vida de 72 años era la decimocuarta mejor del mundo. Habíamos alcanzado a EE.UU., Francia y Japón. Estábamos en la primera fila de la salud mundial.
A nuestra salud no le ha ido tan bien desde entonces. Desaprovechamos la oportunidad en 1974 de adoptar un sistema universal.
Los tantos países que lo hicieron, son hoy más saludables que nosotros. Pero peor aún, adoptamos el modelo estadounidense, el que allí dominaba el mercado desde 1950, uno basado en la salud como negocio, donde el lucro de las aseguradoras desplazó el bienestar del paciente. Como resultado de copiar ese modelo, hemos corrido la misma suerte que los Estados Unidos. Ambos hemos apenas incrementado 7 años en esperanza de vida desde 1970 y hoy ocupamos peores posiciones en el mundo (36 y 37) en esperanza de vida.
La grandeza del sistema Arbona quedará permanentemente grabada en nuestra memoria histórica.
Pero es imprescindible que reencontremos aquella estrella salubrista que tan admirablemente nos guió en tiempos de mayor pobreza.