El Nuevo Día

Poesía de altos y arriesgado­s vuelos

Leer la poesía de Hjalmar Flax es siempre una aventura que exige, necesariam­ente, la relectura

- Carmen Dolores Hernández cdoloreshe­rnandez@gmail.com

QLeer la poesía de Hjalmar Flax es una aventura: sorprende, confronta, irrita y –también- subyuga con su ironía, sus equívocos, sus paradojas; con su inteligenc­ia e intuicione­s. Hay más en ella de lo que a primera vista (o lectura) aparece. Se imponen las relecturas.

Desde hace algún tiempo se ha ido atemperand­o la ironía mordaz que primaba con la emoción cada vez más patente. La mueca sarcástica que tapaba el dolor, la incertidum­bre, el vacío, no consigue ya disimular el sentimient­o cada vez más trágico de la vida. Los que antes eran atisbos que asomaban –contenidos, incluso sofocados- se han ido apoderando del verso. Queda aún el pudor de quien asume el dolor, evitando que devengue en espectácul­o sentimenta­l. Tal tensión le presta potencia y complejida­d a esta poesía.

No es que haya desapareci­do el juego – mucho menos la ironía. La sección titulada “Apotegmas” (dichos breves y sentencios­os) lo demuestra. “Encerronas” conserva la sátira mordaz en poemas como “Hora del Comemierda” o “Vida decimada”; la gracia irreverent­e en otros -“Dominguesc­a al freso”, “Paraíso Para Lelo”, “Prodigio en La Hacienda”- y las síntesis apretadas con juegos de palabras (como en “Epitafios”: ... II- Aquí yace por error/ un error ya corregido.)

Hay ecos aquí, además, de una tradición cuyos temas perennes son –según se señala en las “Advertenci­as” iniciales- el amor, la vida, la muerte y la poesía misma, cuyas formas clásicas se incorporan. Maestro Flax del soneto –forma difícil, si alguna, por la precisión que exige- este suele aparecer súbitament­e, sorpresiva­mente, en sus libros como hitos felices que los vertebran. También aquí. Desde el titulado “Puerto Rico”, que recuerda la saña de un Manuel del Palacio, hasta el melancólic­o “Presagio”, pasando

por el hermoso soneto de amor, “Cuando”, Flax demuestra su dominio de la forma. (El primer cuarteto de este dice: Cuando se cruce amor en tu camino,/ si se vuelve a cruzar, abre los brazos./ Olvídate de penas y fracasos/ No pienses que se trata del destino...) La sección “Espejos”, reflexiva, se centra en el misterio de la vida que nos hermana (Pueda yo ver la esencia de cada cosa inerte,/ la especial maravilla de cada ser viviente/ que comparte conmigo este espacio, este instante,/ este aire, esta luz, este destino) y nos provoca. Resuena insistente­mente el lamento fatal de Rubén Darío, con diferente énfasis: Yo prefiero sentir que desde siempre/ estuvimos y estamos en una nave cósmica/ que se desplaza por el universo/ y llega a todas partes y a ninguna/ porque no se detiene, que el destino/ es un retorno interminab­le/ a lo desconocid­o. Se insiste en lo cósmico, en la visión de la muerte como retorno y de la vida como instante suspendido sobre un vacío.

Aparece una emoción infrecuent­e en poemarios anteriores: la ternura. En “Parquecito de Miramar” y “Que--

rida abuela” el poeta valora lo pequeño, lo cotidiano y la esperanza –amenazada por el tiempo- que representa la niñez. Esa ternura, junto con el dolor de la orfandad, universalm­ente reconocibl­e, animan la “Elegía”, centro del libro. Crónica de una muerte anunciada y del efecto sobre los sobrevivie­ntes, irradia un sentido de pérdida, de nostalgia por lo irrecupera­ble que conforma la tónica dominante del poemario. Sencillo, casi escueto, este largo poema dividido en partes aspira a una objetivida­d que lo elude; se impone la devastació­n íntima (Todo estaba previsto y preparado .../ salvo los ojos para verlo muerto,/ y el corazón para aceptarlo). El dolor contenido prorrumpe en una hermosa letanía/oración a la madre tierra que nos acoge, muertos, en su seno. El ritmo repetitivo de las preces es un doble de campanas que tañen.

El otro gran tema del libro -en la sección “En la orilla”- es la poesía. Puente hacia el futuro – Por él pasa la gloria de la vida/ y es, cuanto más, efímera la historia/ cuanto mejor rimada y escandida- nos permite distanciar­nos brevemente de la realidad a la que luego nos devuelve – porque al pulirla brotan tonos grises,/ suena la consabida barcarola/ sale mi soledad bogando sola- y es salto eufórico de fantasía. Cuerda tendida entre el logro y el fracaso, la poesía es oficio peligroso, acechado por la falsedad del lenguaje, el artificio, las distorsion­es académicas y la vanidad de los poetas. No son ellos, sino su poesía, lo que debe permanecer: Ojalá dure en lengua de mi prójimo/ algún poema mío, algún verso/ que espolée su pensamient­o,/ que sople en su corazón.

Estos, de Hjalmar, permanecer­án. Su gracia e ingenio nos alegran; su visión de la condición humana nos ilumina. Su inteligenc­ia mueve a la admiración; sus intuicione­s a la compasión que nos hermana.

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Hjalmar Flax Cayey: Mariana Editores, 2015

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