Poesía de altos y arriesgados vuelos
Leer la poesía de Hjalmar Flax es siempre una aventura que exige, necesariamente, la relectura
QLeer la poesía de Hjalmar Flax es una aventura: sorprende, confronta, irrita y –también- subyuga con su ironía, sus equívocos, sus paradojas; con su inteligencia e intuiciones. Hay más en ella de lo que a primera vista (o lectura) aparece. Se imponen las relecturas.
Desde hace algún tiempo se ha ido atemperando la ironía mordaz que primaba con la emoción cada vez más patente. La mueca sarcástica que tapaba el dolor, la incertidumbre, el vacío, no consigue ya disimular el sentimiento cada vez más trágico de la vida. Los que antes eran atisbos que asomaban –contenidos, incluso sofocados- se han ido apoderando del verso. Queda aún el pudor de quien asume el dolor, evitando que devengue en espectáculo sentimental. Tal tensión le presta potencia y complejidad a esta poesía.
No es que haya desaparecido el juego – mucho menos la ironía. La sección titulada “Apotegmas” (dichos breves y sentenciosos) lo demuestra. “Encerronas” conserva la sátira mordaz en poemas como “Hora del Comemierda” o “Vida decimada”; la gracia irreverente en otros -“Dominguesca al freso”, “Paraíso Para Lelo”, “Prodigio en La Hacienda”- y las síntesis apretadas con juegos de palabras (como en “Epitafios”: ... II- Aquí yace por error/ un error ya corregido.)
Hay ecos aquí, además, de una tradición cuyos temas perennes son –según se señala en las “Advertencias” iniciales- el amor, la vida, la muerte y la poesía misma, cuyas formas clásicas se incorporan. Maestro Flax del soneto –forma difícil, si alguna, por la precisión que exige- este suele aparecer súbitamente, sorpresivamente, en sus libros como hitos felices que los vertebran. También aquí. Desde el titulado “Puerto Rico”, que recuerda la saña de un Manuel del Palacio, hasta el melancólico “Presagio”, pasando
por el hermoso soneto de amor, “Cuando”, Flax demuestra su dominio de la forma. (El primer cuarteto de este dice: Cuando se cruce amor en tu camino,/ si se vuelve a cruzar, abre los brazos./ Olvídate de penas y fracasos/ No pienses que se trata del destino...) La sección “Espejos”, reflexiva, se centra en el misterio de la vida que nos hermana (Pueda yo ver la esencia de cada cosa inerte,/ la especial maravilla de cada ser viviente/ que comparte conmigo este espacio, este instante,/ este aire, esta luz, este destino) y nos provoca. Resuena insistentemente el lamento fatal de Rubén Darío, con diferente énfasis: Yo prefiero sentir que desde siempre/ estuvimos y estamos en una nave cósmica/ que se desplaza por el universo/ y llega a todas partes y a ninguna/ porque no se detiene, que el destino/ es un retorno interminable/ a lo desconocido. Se insiste en lo cósmico, en la visión de la muerte como retorno y de la vida como instante suspendido sobre un vacío.
Aparece una emoción infrecuente en poemarios anteriores: la ternura. En “Parquecito de Miramar” y “Que--
rida abuela” el poeta valora lo pequeño, lo cotidiano y la esperanza –amenazada por el tiempo- que representa la niñez. Esa ternura, junto con el dolor de la orfandad, universalmente reconocible, animan la “Elegía”, centro del libro. Crónica de una muerte anunciada y del efecto sobre los sobrevivientes, irradia un sentido de pérdida, de nostalgia por lo irrecuperable que conforma la tónica dominante del poemario. Sencillo, casi escueto, este largo poema dividido en partes aspira a una objetividad que lo elude; se impone la devastación íntima (Todo estaba previsto y preparado .../ salvo los ojos para verlo muerto,/ y el corazón para aceptarlo). El dolor contenido prorrumpe en una hermosa letanía/oración a la madre tierra que nos acoge, muertos, en su seno. El ritmo repetitivo de las preces es un doble de campanas que tañen.
El otro gran tema del libro -en la sección “En la orilla”- es la poesía. Puente hacia el futuro – Por él pasa la gloria de la vida/ y es, cuanto más, efímera la historia/ cuanto mejor rimada y escandida- nos permite distanciarnos brevemente de la realidad a la que luego nos devuelve – porque al pulirla brotan tonos grises,/ suena la consabida barcarola/ sale mi soledad bogando sola- y es salto eufórico de fantasía. Cuerda tendida entre el logro y el fracaso, la poesía es oficio peligroso, acechado por la falsedad del lenguaje, el artificio, las distorsiones académicas y la vanidad de los poetas. No son ellos, sino su poesía, lo que debe permanecer: Ojalá dure en lengua de mi prójimo/ algún poema mío, algún verso/ que espolée su pensamiento,/ que sople en su corazón.
Estos, de Hjalmar, permanecerán. Su gracia e ingenio nos alegran; su visión de la condición humana nos ilumina. Su inteligencia mueve a la admiración; sus intuiciones a la compasión que nos hermana.