Las mujeres nacionalistas
La situación actual del país propicia la reinterpretación –a la luz de la evidente obsolescencia de la fórmula del ELA- de la historia política del siglo XX. Uno de los aspectos más susceptibles de tal reinterpretación es la insurrección nacionalista del 50, sus antecedentes, sus incidencias y la manera de considerarla. Lo que muchos pensaron era un ataque insensato a una fórmula de gobierno que conseguiría mayor autonomía para la Isla, se puede ver ahora como un intento desesperado de evitar la institucionalización de una “farsa” (así la llamó Vicente Géigel Polanco) en tanto que tal fórmula no cambiaba la esencia de la colonia. (El hecho de que funcionara bien por unos veinte años y que lograra –efectivamenteel mejoramiento de las condiciones socioeconómicas del país es también cierto: reconocer su eficacia en la práctica debe ir ahora de la mano con otro reconocimiento: el de su fracaso conceptual.)
El libro de Olga Jiménez de Wagenheim, historiadora de la revolución de 1868 en Lares, incide sobre esa otra insurrección del siglo XX, cuando los nacionalistas puertorriqueños se levantaron en armas contra Estados Unidos y el gobierno puertorriqueño de Luis Muñoz Marín, quien, amparado en la Ley 600 pasada en julio de 1950 por el Congreso, preparaba un referendum para que los puertorriqueños aprobaran esa ley, con lo cual quedaría li- bre el camino hacia una asamblea constituyente y –por lo tanto- para el ELA. Su enfoque principal es el papel cumplido por las mujeres que tomaron parte en ella y las consecuencias que sufrieron.
Algunas –como Blanca Canales, líder nacionalista de Jayuya- son muy conocidas; también lo es Lolita Lebrón, participante en una especie de corolario del 50: el ataque al Congreso del 1 de marzo de 1954 con otros tres nacionalistas, en el que resultaron heridos cinco representantes. También participantes activas en los hechos del 50 fueron Leonides Díaz Díaz, Carmen María Pérez González, Isabel Rosado Morales, Doris Torresola Roura, Olga Isabel Viscal Garriga, Rosa Cortés Collazo, Carmen Dolores Otero de Torresola, Juana Mills Rosa, Juanita Ojeda Maldonado, Ramona Padilla de Negrón, Angelina Torresola, Monserrate Valle de López y Ruth Reynolds (esta última estadounidense y pacifista, defensora de los derechos civiles). Todas fueron detenidas, muchas sufrieron penas de cárcel y se vieron sometidas a injusticias aquí descritas.
El activismo de Dominga de la Cruz Becerril fue anterior a la insurrección del cincuenta. En 1937 fue testigo presencial de la masacre de Ponce, a la que había asistido como miembro del Partido Nacionalista y rescató la bandera puertorriqueña de manos de un cadete agonizante. Todas estaban comprometidas con la causa nacionalista y, sobre todo, con la persona de Albizu. Todas se encararon con entereza a las fuerzas de la ley, especialmente represiva en sus casos, debido a la severidad de la Ley 53, también conocida como “la mordaza” o el “little Smith Act” por estar calcada de la funesta ley estadounidense de ese nombre. La autora ofrece un perfil completo de cada una, describiendo sus circunstancias personales y políticas y reproduciendo, sobre todo, el saldo de los juicios que se les hicieron y que por lo general violaban sus derechos civiles y legales, manteniéndolas detenidas por largo tiempo antes de acusarlas. Abunda también en las experiencias carcelarias y en datos poco conocidos sobre la insurrección.
Utilizando un valioso material de archivo y descansando también sobre entrevistas –suyas y de otros- a las mujeres nacionalistas, Jiménez de Wagenheim incorpora a la historia un grupo de mujeres que lucharon por sus convicciones y las defendieron aún a costa de su bienestar, su libertad y su vida. (CDH)