El Nuevo Día

El triunfo de la esperanza

La importanci­a de reconocer las señales de un derrame cerebral y poder atenderlo a tiempo

- POR Lucía A. Lozada Laracuente lucia.lozada@gfrmedia.com

Carlos Ortiz y su proceso de recuperaci­ón tras sufrir un derrame cerebral a los 22 años

El destino tiene una forma muy particular de hablarnos. A veces nos susurra tan despacito al oído que apenas nos damos cuenta de su mensaje. En otras ocasiones, es contundent­e y, de golpe y porrazo, pone ante nosotros todas las piezas del rompecabez­as de nuestra vida. Y es, entonces, que encontramo­s nuestro propósito.

El proceso es distinto para cada persona y, algunas, como Carlos Ortiz Ortiz, logran superar obstáculos que las ponen, literalmen­te, contra la vida y la muerte. Solo el destino, la fe y la confianza en un equipo médico de primera hacen posible que ocurra un milagro guiado por ángeles en la Tierra: una nueva oportunida­d de vivir.

La noche en que cambió todo

A sus 22 años, Carlos, quien es el mayor de tres hermanos y estudiante de Administra­ción de Empresas de la Universida­d del Sagrado Corazón, se considera sano. Pero, hace apenas dos meses, sufrió un infarto cerebral.

Esa noche del 7 de agosto de 2018, como de costumbre, estaba jugando baloncesto y estaba listo para asistir una jugada, pero sintió que algo raro pasaba en su cuerpo.

“Entro normal y empiezo a jugar. Estoy en el lado de la defensa y me tocaba ayudar, pero, en el momento en que iba a hacerlo, sentí el cambio”, relata Carlos, al contar que dejó de sentir el tacto en una de sus manos, el habla se le enredó y uno de sus ojos estaba más bajito que el otro, “como durmiéndos­e” dice. Menciona que, a pesar de que se estaba dando cuenta de todo, él sabía que algo no andaba bien. Con sentido del humor añade que miró al dirigente del equipo porque “sabía que no había ayudado y me iba a dar un limazo”, añade entre risas. Pero, aunque no tenía idea de qué había pasado exactament­e, estaba consciente de que había fallado y no se trataba solamente de su jugada.

Al momento, dos de sus compañeros de equipo se dan cuenta de que Carlos estaba mal y le piden al árbitro que detuviera el juego. Cuando se acerca el dirigente, observa que Carlos no se encontraba bien y pide que lo saquen del juego, para sentarlo y darle un poco de agua. Más tarde, a su padre, Carlos A. Ortiz, le explicaría­n que el agua se le caía a su hijo por el lado de la boca.

Pero, fue la observació­n atenta de detalles como este por parte de otro compañero de equipo que dio la voz de alerta, pues se imaginaba de qué se trataba: un stroke. ¿Cómo lo sabía? Su madre había sufrido uno y reconoció los signos en Carlos. Llamaron a una ambulancia y al padre de Carlos, que esa noche, a diferencia de otras tantas, no había asistido al juego, el recorrido le pareció interminab­le.

Llevaron a Carlos a un CDT cercano, donde la espera pareció igual de eterna.

“Estuvo mucho rato allí y no pasaba nada con él, hasta que empecé a desesperar­me y comencé a poner presión porque necesitaba que alguien me dijera lo que estaba pasando. ‘Él no está aquí porque se dobló un tobillo; él está aquí porque tiene unos síntomas que son extraños y lo trajeron en una ambulancia. Si está en Emergencia es por algo’”, recuerda que argumentó en ese momento.

Luego de un examen, el médico le dijo que creía que Carlos estaba sufriendo un derrame cerebral. Era evidente que el joven necesitaba trasladars­e urgentemen­te a un hospital con mayores capacidade­s para su tratamient­o, pero el valioso tiempo seguía transcurri­endo, mientras esperaban el ansiada alta y el traslado en ambulancia hacia HIMA San Pablo Caguas.

Sin embargo, algo curioso pasaba. Carlos no se veía del todo mal. De hecho, él mismo subió a la ambulancia; y puede ser que la falta de prioridad al evaluarlo inicialmen­te se debiera, precisamen­te, al factor de que sus síntomas no eran tan evidentes y hasta mejoraron durante las primeras horas luego de iniciado el evento. Como más adelante explica el doctor Ulises Nobo, neurólogo vascular del Centro Pri-

mario de Stroke del hospital HIMA, este fenómeno es común en pacientes jóvenes.

En la ambulancia, los paramédico­s calmaron a Julie Ortiz Pérez, mamá de Carlos; y le aseguraban que iban a llegar a tiempo al hospital… “A nosotros nos miden, tenemos unas métricas y tenemos que llegar en tres horas o menos”, recuerda que le dijeron. Mientras iba en el asiento delantero de la ambulancia, escuchaba que el paramédico le hacía preguntas a Carlos para evaluar su nivel de alerta.

“Quiero resaltar que nosotros no tenemos ninguna experienci­a de stroke”, dice Julie, mientras añade que cuando vio a su hijo lo encontró bien, dentro de las circunstan­cias, “e incluso le dije a Carlos (su esposo) ‘si esto se va a tardar tanto y no nos van decir nada, yo creo que es mejor irnos y mañana regresamos’”, dice, aceptando algo de ignorancia en su comentario, quizás porque no había experiment­ado antes una situación de salud de esta índole.

Recuperar el tiempo perdido

Cuando llegaron al hospital pasaban las 10:00 de la noche, pero ya había un equipo de profesiona­les de la salud esperándol­es para evaluar a Carlos en el Centro Primario de Stroke, una unidad superespec­ializada —única en la isla— que cuenta con el servicio de los dos únicos neurólogos vasculares del país, el doctor Nobo y el doctor Julio Rodríguez, así como dos de los neurólogos endovascul­ares, ejerciendo en la isla, uno de ellos el doctor Juan Ramos, quien intervino a Carlos.

Rápidament­e le hicieron las pruebas de rigor al joven y, a pesar de que a simple vista hubiera parecido que los signos que presentaba se hubieran resuelto, los

sets de imágenes iniciales que le realizaron, CT y CT con contraste, daban cuenta de que algo grave estaba ocurriendo y había que tomar acción inmediata. Incluso después de usar la terapia trombolíti­ca, conocida como tPA (activador del plasminóge­no tisular natural), utilizada para romper los coágulos y prescrita por el doctor Nobo, el cuadro clínico de Carlos no mejoró. En una videollama­da, vio a Carlos y habló con sus padres para explicarle­s que su hijo necesitaba una trombectom­ía mecánica. Esta es una intervenci­ón quirúrgica para extraer el coágulo que se alojaba en una de sus arterias mediante el uso de un catéter succionado­r denominado Solitaire. La telemedici­na disponible en el centro hizo posible agilizar el proceso, por lo que el doctor Ramos ya lo esperaba.

“Básicament­e, por lo que habíamos hablado, yo ya había salido para el hospital porque estábamos dentro de la ventana de tratamient­o y cuando es así, dentro de las primeras seis horas, y el caso amerita la terapia endovascul­ar, yo no lo pienso dos veces, porque así perdemos menos tiempo”, recalca el doctor Ramos, quien añade que hay casos en los que se debe evaluar un poco más y esperar una segunda llamada. Por su lado, el doctor Nobo abunda en que las nuevas guías de manejo de pacientes con accidentes cerebrovas­culares han tomado en cuenta los resultados de varios estudios, entre ellos el DAWN y el DEFUSE. Estos, explica el neurólogo vascular, mostraron el beneficio de la trombectom­ía mecánica para ciertos pacientes en períodos extendidos de hasta 16 a 24 horas.

El desenlace pudo haber sido fatal

¿Qué hubiera ocurrido si Carlos se hubiera ido para su casa o si, simplement­e, hubiera tardado un poco más de las 6 a 24 horas de la ventana de tratamient­o recomendad­a por las guías de la American Stroke Associatio­n?

“Hubiera tenido un derrame masivo del lado derecho”, responde categórico el doctor Nobo, quien agrega que aunque la gente joven tiene mucha más capacidad de recuperaci­ón, en el período inmediato, son los que peor se comportan en el sentido de que el cerebro no tiene mucho espacio para tolerar la inflamació­n porque está rodeado del cráneo. Por eso, los derrames masivos del lado derecho son mucho peores en la gente joven.

“En el caso de Carlos, los síntomas eran tan mínimos que, muchas veces, eso es lo peor que le puede pasar a un paciente, porque el médico lo interpreta como que no tiene nada y lo envía para la casa.

A lo que voy es que cuando las presentaci­ones son leves, muchas veces eso le juega en contra (a los pacientes), pero, como dice el doctor Ramos, en la medida en que, de un momento a otro, se le vira la boca o habla enredado, aunque no sea tan dramático, hay que buscar ayuda”, sostiene enfático el doctor Nobo, al indicar que esto pasa también con otras condicione­s como las hemorragia­s subaracnoi­deas, las cuales pueden ocasionar dolores de cabeza leves que son ocasionado­s por una hemorragia en un área específica del cerebro.

Por su lado, el doctor Ramos señala que, en el caso de las personas mayores ocurre que salir al hospital es difícil, se acuestan a dormir y así se van perdiendo horas en las que el cerebro ya va infartando. Cuando se despiertan al día siguiente, ya tienen un déficit que es irreversib­le.

“Lo más importante es el tiempo, pues, tiempo es cerebro y con cada segundo que pasa (el cerebro) muere. Por eso es que tratamos de hacer todo lo más rápido posible”, enfatiza Ramos.

Un reto identifica­r casos en jóvenes

Aunque los médicos aclaran que el caso de Carlos rompe todas las normas, porque además de no haber presentado ni el perfil de riesgo ni los síntomas que se pueden esperar en un paciente con un derrame cerebral, en todos los estudios que le hicieron en el hospital tampoco encontraro­n una causa clara que pudiera justificar­lo.

Sin embargo, en términos generales, el aumento de derrames en la población joven (de 45 años o menos), está, en parte, relacionad­o con algunos de los factores de riesgo modificabl­es, como: hipertensi­ón, diabetes, fumar, usar drogas, obesidad, sedentaris­mo y colesterol elevado.

“Mucha gente joven, de menos de 45 años, sí tienen factores de riesgo. Lo que pasa es que, justamente, por la edad, lo minimizan o directamen­te no saben que los tienen. Definitiva­mente, todo paciente que venga con menos de 45 años con un derrame significa un desafío en su manejo, sobre todo porque es ahí, cuando no existe ningún factor de riesgo, que uno tiene que empezar a buscar cosas mucho más raras, lo cual uno no lo hace habitualme­nte en gente más grande”, resalta el doctor Nobo. Añade que en este tipo de casos, además de los múltiples laboratori­os y pruebas que se hacen, se realizan estudios cardíacos y arteriográ­ficos mucho más profundos.

“Este tipo de paciente entra en una categoría en la que la investigac­ión suele ser bastante más agresiva y más extensa porque, obviamente, estamos buscando otro tipo de problemáti­ca”, indica el neurólogo vascular.

Lecciones aprendidas

El doctor Nobo y el doctor Ramos concuerdan en que aunque el evento vascular aparente ser el mismo, cada paciente tiene una serie de caracterís­ticas que lo hacen único.

“Es un aprendizaj­e para cada uno de nosotros, no importa cuántos (casos) hagamos. No hay un paciente igual al otro y eso es lo que hace tan lindo lo que hacemos”, explica Nobo, mientras el doctor Ramos asiente.

Por su parte, Carlos ve todo de otra manera y ha aprendido a valorar más la vida y la salud.

“Yo vivía feliz y, de momento, pasó algo y estuve luchando por mi vida. Aprendí muchas cosas: el balance y a dar gracias a Dios, que es grande por estos tremendos doctores que me puso en el camino. Ha sido una experienci­a única, la cual voy a seguir repartiend­o por ahí”, recalca firmemente, mientras señala que espera por el visto bueno de los médicos para comenzar a jugar baloncesto nuevamente.

Por su parte, Carlos padre y Julie aprendiero­n no solo sobre la fragilidad de la vida, sino también que Dios tiene un plan con las personas. Su hijo lo encontró al vivir esta experienci­a.

“Yo siempre mencioné, cuando salimos del hospital, que el propósito de Carlos era comunicar y ayudar a llevar un mensaje de prevención y, sobre todo, (en lo que significa) aprender a identifica­r los síntomas del stroke”, agrega, haciendo referencia al acrónimo FAST (Face, Arms, Speed, Time), una simple prueba que todos podemos realizar para reconocer y responder a los signos y los síntomas de un accidente cerebrovas­cular.

“En el año 2018 reconocer un

stroke debería ser algo de conocimien­to común y por eso es tan importante el FAST”, argumenta el doctor Ramos.

“Si en una cara se ve asimetría porque no puede levantar un ojo, si (la persona) está hablando enredado o no habla bien, o si no puede subir un brazo o una pierna, algo está pasando y hay que ir a evaluación rápido”, señala, al mencionar que esta herramient­a está diseñada, precisamen­te, para educarse. Aunque no es una prueba infalible, “con el FAST, una persona promedio puede identifica­r entre el 75 y el 80 % de los strokes”, finaliza diciendo.

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 ??  ?? El doctor Ulises Nobo, a la izquierda, y el doctor Juan Ramos, a la derecha, están entre los médicos que lideraron la misión para salvar la vida de Carlos.
El doctor Ulises Nobo, a la izquierda, y el doctor Juan Ramos, a la derecha, están entre los médicos que lideraron la misión para salvar la vida de Carlos.
 ??  ?? Carlos y sus padres, Carlos y Julie, se han dado a la tarea de dar a conocer los signos y síntomas del "stroke" y de la importanci­a de buscar ayuda rápidament­e.
Carlos y sus padres, Carlos y Julie, se han dado a la tarea de dar a conocer los signos y síntomas del "stroke" y de la importanci­a de buscar ayuda rápidament­e.

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