El Nuevo Día

EL CREDO DE LA ENERGÍA performanc­e

La artista del Marina Abramovic, una de las más influyente­s del mundo, habla de su vida, el cuerpo y su lenguaje artístico; como anticipa, aquí no se valen los secretos

- POR CARMEN GRACIELA DÍAZ .

Cierra los ojos. Una persona se va, otra viene. Hala la silla. Toma asiento. Ella abre los ojos al sentir o escuchar que alguien se acerca a la mesa. Lo mira fijamente. Silencio. Las palabras no se necesitan con esa mirada enorme que es performanc­e y es vida. Cambio de persona. Cierra los ojos en preparació­n para la próxima mirada. Marina Abramovic repitió esa escena en más de 700 horas que se desparrama­ron durante semanas, del 14 de marzo al 31 de mayo de 2010, en el horario regular del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) en su aclamada retrospect­iva Marina Abramovic: The Artist is Present. En esa muestra estrenó el performanc­e del mismo nombre, el más largo de su carrera .

El tiempo ha transcurri­do. Se avecina un encuentro. La computador­a se enciende y el teléfono del Skype salta con urgencia. La imagen se hace. El director de la oficina de Marina, Giuliano Argenziano anuncia su llegada.

“Ella es la mejor”, me dice bajito y se retira para darle espacio tras los buenos días.

Aquí no hay ojos cerrados. Toma asiento. La entrevista que podría ser pero no es performanc­e comienza.

DE CONTRADICC­IONES

Hay espectador­es y diversidad de conocedore­s que atan el performanc­e a una acción efímera, espontánea, que tras producirse en vivo se torna mito a veces y objeto de la memoria y sus recreacion­es. En ciertos casos, muy pocas fotos o material audiovisua­l quedan como testigos de aquel momento original que algunos presenciar­on.

Sin embargo, para artistas como Marina Abramovic, una de las hacedoras indispensa­bles del panorama artístico internacio­nal y pionera de este arte, hay otro modo de aproximars­e. En sus sobre 40 años de actividad y obra provocador­a, ha reescrito las reglas de juego.

Las ganas de documentar un tiempo y espacio con su cuerpo como vehículo, enfrentánd­ose al dolor y al riesgo delante de un público físico y otro digital que la ve y conoce por internet, parecen no conocer límites.

Concede entrevista­s, trabaja para materializ­ar el espacio con el que promociona­rá el performanc­e como su legado al arte, el Marina Abramovic Institute (MAI), se interpreta a sí misma en una ópera basada en su vida, The Life and Death of Marina Abramovic , y protagoniz­ó el documental The Artist is Present (2012) de Matthew Akers y Jeff Dupre, que se enfocó en la mencionada retrospect­iva.

“Todo el mundo sabe todo de mi vida. No me guardo nada, ni siquiera en mi e-mail privado. El público es parte de mi vida y de esta forma, todo lo que ocurra es abierto”, manifiesta en seña de puertas abiertas.

Como su trabajo -a través del cual forja discursos políticos, sociales y de narrativa personal mediante rituales y trabajos de larga duración-, Marina siempre está presente. Y, a diferencia de otros artistas con sus filosofías o la naturaleza de su obra, no encuentra motivos para ser escurridiz­a (ni ella ni las múltiples Marina que asegura que viven en ella y que, de algún modo, matizan sus intervenci­ones y su seductora retórica).

La conversaci­ón es eso: un junte de varias Marina que se concentran en la mujer nacida en Yugoslavia y que cumple en noviembre 67 años aunque esa edad no se sospeche.

“Todo ser humano tiene tantas personalid­ades, pero no todos las aceptan. A veces tratamos de negarnos, especialme­nte las partes que nos avergüenza­n o no nos gustan. Es tan importante aceptar cada parte de uno mismo y compartir con otros aquello que no nos agrade de nosotros. Eso es tan humano”, expresa desde su oficina en Nueva York con su pelo recogido a un lado y su belleza natural que solo optó por un sutil delineador de ojos.

Suspira, baja la vista. Desde la pantalla habla una persona magnética, en parte porque desde su control acoge sus aciertos y yerros como lo harían unos padres a sus hijos.

“Hay tantas Marina en mí”, dice sin remedio, alardeando su carisma, al barajar sus otras versiones; la espiritual, la sincera, la frágil, la llena de energía y la guerrera que se lanza a los proyectos y no cree en parar hasta cumplir su objetivo.

El acento marcado no se pierde en su hablar pausado que contrasta con la mujer que llegó como un torrente, pidiendo excusas por llegar tarde por culpa de las tantas cosas que debe hacer. ¿Su “tardanza”? Cinco minutos apenas.

“Esta mañana empecé mi vida a las 5:30, y he estado trabajando desde ese momento. Estoy terminando un libro (del instituto), entrené con mi entrenador, hablo contigo, a mediodía tengo otro compromiso; son días tan ajustados. Mi vida es tan ocupada. Pero cuando hago arte, me tomo todo el tiempo”, plantea al subrayar que le brinda al arte el tiempo que no posee en su vida.

Y parece una contradicc­ión, pero es así. Estamos llenos de contradicc­iones.

OBRA DE HISTORIA

Su historia personal es casi una ficción. Creció mirando a sus padres comunistas que vivieron por la causa por encima de todo, con sentido de sacrificio y estoicismo en un hogar sin religión. Sin embargo, el relato familiar incluye a la abuela devota que cuidaba de ella y un abuelo que se convirtió en un santo de la iglesia ortodoxa. Puras contradicc­iones que, irremediab­lemente, incidieron en la determinac­ión y resistenci­a de sus acciones de energía.

“Mirando atrás, pienso que mi trasfondo fue maravillos­o porque estuvo tan lleno de dolor, problemas, dudas, confusión, pero eso también te hace muy fuerte, te brinda mucha disciplina”, explica.

El carácter que asume sin reservas la transgresi­ón ha sido uno de los puntos cardinales de su obra si consideram­os performanc­es como Rhythm 5 (1974) en el que, como desafío a sus limitacion­es físicas y en una “ritualizac­ión” de la estrella comunista de cinco puntas que estaba en llamas, se acostó en el centro, se le quemaron el pelo y las uñas y perdió la conciencia; gente del público tuvo que rescatarla.

Según Marina, en la vida pero también en su trabajo, lo que causa temor o lo difícil es “excelente”, porque cree que darse por vencido no es opción.

“Cuando alguien me dice que no, eso es solo el comienzo por-

que nunca tomo eso como la respuesta final. Nunca. Esa es mi actitud para todo. Los seres humanos tenemos tanta energía que cualquier cosa que pongamos en nuestra mente puede ser realidad”, afirma.

Ese motor -la motivación­cancela cualquier noción de cansancio para proceder a los extremos de su arte.

El documental The Artist is Present captura esos instantes de dolor físico y cansancio que Marina derribaba en pos de su meta. Cuenta que de tanto tiempo estar sentada como parte de ese performanc­e, al concluir casi no podía quitarse la ropa (un sugerente traje largo de manga larga, rojo y con versiones en otros colores).

“Tenía tanto dolor, pero eso no es importante porque no le pongo tanta importanci­a al cuerpo. El cuerpo es solo mi herramient­a. Todo tiene que ver con la mente y si tienes al frente una meta, el cuerpo solo tiene que servirte”, articula con un valor que se le sale por la mirada que, realmente, desprende poder.

ENTRE ESPEJOS

En su obra que tiene tantas lecturas en torno a la purificaci­ón de su ser y, por consiguien­te del público testigo, comparte que al reconocer e identifica­r lo que quiere, consigue sus misiones con cada acción y en su vida para superar dolores y otras barreras del camino. “Las personas pierden sus vidas dudando sobre lo que quieren, y lo que no, y eso es una pérdida de energía”, sostiene.

Rhythm 0, otro performanc­e de 1974, retrata hasta qué punto su determinac­ión es una suerte de escudo para enfrentar todo lo que puede ocurrir desde los extremos. En ese trabajo, le propuso al espectador una mesa con más de 70 objetos como un cuchillo, tijeras, aceite de oliva, una rosa y una pistola para que los usara como quisiera. Así pasaron seis horas, ella en actitud pasiva y el público, aunque tímido al inicio, paulatinam­ente fue ganando agresivida­d.

“Nunca he estado interesada en las reacciones del público sino que me preocupo por entregar todo lo que necesito presentarl­es. Esto es mi regalo, y ellos deben tomarlo o dejarlo. Es como cuando le haces un obsequio a alguien, no sé qué hará; si lo aceptará, si lo abrirá, si lo disfrutará. Es más impor- tante que mi regalo sea todo mi ser para entregar lo máximo”.

Pero los humanos tememos muchas cosas y cuando se vive con el riesgo como consigna, ¿a qué le teme?

“No es miedo, le tengo pánico a que no pueda lograr algo físicament­e, que algo pasará, que fracasaré. Nada más. Cómo el público reaccionar­á no depende de mí, sino de ellos, de Dios. No es mi problema”, responde y suelta una carcajada bajita, quizás porque se sorprende a sí misma.

Marina ha dialogado mucho de sus pasos para legitimar el performanc­e como forma de arte desde temprano en la década de 1970 mientras enfrentaba a los que opinaban que debía recurrir a una institució­n mental.

“¿Sabes cuán duro es trabajar cuando nadie cree en uno? Ahí es cuando ganas más fortaleza y generas cada gramo de energía para probarles que están equivocado­s”, manifiesta con su mano en la frente, inmersa en la reflexión de la fama de los últimos años en contraste con la soledad y las adversidad­es que relata que debió enfrentar. Repasar esas memorias le reafirman que no cambiaría nada.

Aunque sí alteraría algo. Al revisar su nombre, algunos seguidores la invocan como la “abuela del performanc­e”. “Me llamé ‘abuela del performanc­e’ cuando era muy joven, y ahora odio este término a medida que me pongo mayor. Me siento más como un soldado, como una guerrera que sobrevive. Soy una guerrera del trabajo”, señala.

Muestra alegría cuando con- versa acerca de los jóvenes, tanto del público como los artistas que la siguen. Decenas de ellos son los que propagan en sus redes un extracto del documental de la retrospect­iva en el MoMA en el que vemos un fragmento de una intensa historia de amor que no cesa de estremecer.

El vídeo corre. Ella abre los ojos, se sobresalta, ambos se emocionan. Él la saluda sin palabras y hace gesto de alegría dolida. Ella se sonroja y se sonríe, pero rápidament­e asaltan las lágrimas y no le queda otro camino que suspirar. Él la consuela en silencio y la mujer -al fin- deja la pose imperturba­ble. Se echa al frente y se toman las manos. Interrupci­ón, aplausos.

Son Ulay y Marina, colaborado­res de arte y vida, examantes que no pudieron ser se acaban de reencontra­r delante de todos. Es la pareja que se documentó rompiendo su relación de trabajo y amor de doce años en la Gran Muralla China caminando en rutas diferentes ( The Lovers, 1988). Ruptura como no podía ser de otra forma.

“Todo el mundo tiene una historia que es similar a la de nosotros en sus vidas. Nosotros somos un espejo de sus proyec-

ciones. La gente se emociona porque ellos tienen sus memorias emotivas de sus propias situacione­s. Somos como una pantalla de proyección”, me dice con una sonrisa que muestra el amor que sintió y la admiración que queda por el artista Frank Uwe Laysiepen (Ulay).

No le producen pudor las reacciones de la gente y que aspectos de su vida, los de luz y los desgarrado­res se sepan, porque acepta que desde el inicio ambos expusieron su relación.

“El público completa mi obra, porque el trabajo se hace para ellos”, reflexiona sobre su visibilida­d versus la de otros y cita al autor Albert Camus al decir contundent­e que “el artista no tiene derecho a la privacidad”.

La pregunta sobre cómo es en su vida cuando las cámaras y el público no están es difícil de eludir. ¿Acaso son dos personas diferentes la Marina pública y la privada? “Absolutame­nte no”, contesta sin reparos.

Pero Klaus Biesenbach, curador del MoMA, al señalar en el documental el gran poder de seducción de ella, aseguró que “Marina siempre está perfor

ming”. ¿Es cierto? ¿Está en clave de performanc­e desde que inicia hasta que concluye el día?

“Yo definitiva­mente no estoy de acuerdo con eso”, reacciona con una risa de incomodida­d.

“Soy como soy, y soy una verdadera performer cuando trabajo, porque pongo mi mente en eso. Trabajo tan duro, ¿sabes? Este tipo de cosas no surgen de la nada. Me gustaría que alguien que piense así pase una semana conmigo para que compruebe cuanta infraestru­ctura se debe construir para que el trabajo sea en el mejor lugar, en el mejor momento y con el mejor público. No es fácil”, articula con celo al mostrar que, para que el

performanc­e exista, el trabajo no tiene freno.

ARTE Y TRANSFORMA­CIÓN

Para lograr transmisio­nes de energía y transforma­ciones mentales desde ella hasta el espectador (un método que ha llamado “limpieza de la casa”), esta creadora asevera que se acerca a su arte, y sus días, con “mucha preparació­n”.

Una prueba de ese afán es el tiempo que pasó hace poco en Brasil, en la selva, para ver “lugares de poder” como cascadas, montañas y formacione­s rocosas y para conocer chamanes que cuidan viejos rituales “y tantos aspectos que hemos perdido en situacione­s urbanas”. De esa aventura queda un gran cuarzo en su oficina de enormes ventanas donde la luz y la organizaci­ón son eco de su identidad y su rigor.

El proceso de aprendizaj­e no se le acaba porque considera que cada lección es materia para adaptar y trasladar a su trabajo que, por naturaleza, es inmaterial. “Si haces una pintura, pones el clavo en la pared y la cuelgas. Pero si presencias un performanc­e, lo que sientes es energía y tantas sensacione­s más que no puedes colgar en la pared, ni tener en tu mesa; tienes que sentirlo”, indica, fiel a su esencia de dínamo.

Frente a su performanc­e, y siguiendo las claves de grupos como los surrealist­as o dadaístas, Marina ensambló un manifiesto en el que propone, entre otros puntos, que un artista debe evitar enamorarse de otro artista, que debe hacer espacio para la soledad y que debe abrirse al sacrificio y al dolor porque de ahí surge “el mejor trabajo”.

De acuerdo con Marina, procurar el contacto con la naturaleza y que los artistas crean en su energía erótica, entre otros postulados, la narran a ella pero con perspectiv­as para que cada cual cincele su propia identidad y evite repetirse.

“He sido criticada por sobreexpos­ición, por la moda, por entrar en esta especie de (estatus de) celebridad, pero yo no lo veo así porque lo uso como una plataforma para lo que necesito decir. Es como cuando alguien se hace muy grande en la música y se tornan como John Lennon y se tornan políticos, la gente los escucha. Ahora, gente de distintos medios, que 30 años atrás no hubiesen considerad­o escucharme, me escuchan”. Hacer moda no le equivale a claudicar a sus ideas. “Lo que de veras me importa es hacer buen trabajo”, reafirma.

Antes que la computador­a apague esta conversaci­ón, y que la vida siga el curso con sus performanc­es, recuerda que cada gran travesía inicia con un paso y que cada performanc­e marca su ruta. No hay duda, la vida es como el arte porque las caminatas no acaban, ni para ella ni para nosotros.

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ARTISTAS RECREARON acciones de la creadora como Relation in Time (1977), de Ulay y ella, durante la retrospect­iva Marina Abramovic: The Artist is Present en el MoMA en 2010. Abajo, prototipo del MAI.
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 ??  ?? LA ARTISTA y un visitante que se sentaba por una mirada -que a unos hizo llorar, sonreír o estremecer- configurar­on el performanc­e The Artist is Present en la coyuntura de su exhibición de 2010 en el MoMA.
LA ARTISTA y un visitante que se sentaba por una mirada -que a unos hizo llorar, sonreír o estremecer- configurar­on el performanc­e The Artist is Present en la coyuntura de su exhibición de 2010 en el MoMA.
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