Plástica y palabras
Una artista plástica descubre las palabas y se transforma en escritora sin dejar su arte. “Siempre supe que quería pintar con muchos colores, pero nunca supe que hay más palabras que colores”, dice en una de las breves reflexiones que abundan en el libro. Junto a ellas hay poemas, un diálogo dramático entre los útiles de pintura personificados y pequeñísimos ensayos. Se alternan con imágenes de lo que son, propiamente, reproducciones de “collages” de su autoría. Y, en la portada, un nido con un gracioso pajarito removible.
El libro entero, en su factura artesanal, proyecta un sentido de vulnerabilidad. Los nidos, después de todo, no solo son efímeros sino frágiles. Pero representan también un sentido de pertenencia: el nido es hogar, seguridad, protección. Cada uno de los escritos proyecta parecida dualidad: al anidar con cierta finalidad en el papel, las palabras encuentran su destino cabal, aunque expresen insistentemente incertidumbre, tristeza, perplejidad.
Los poemas son especialmente impactantes. El titulado “El poema que se va” capta (como lo captó magníficamente Hjalmar Flax en “Y ya”, de su poemario “Abrazos partidos y otros poemas”), el instante de la intuición y también su desaparición súbita. Annette Blasini escribe: “Anoche me vino un verso de pocas palabras/ flotaba como una chiringa/ la cola lo escribía en escarcha/ no era de nadie; lo tomaré al despertar... Se fue/ El volantín se lo llevó; ya no lo puedo leer”.
El poema titulado “Ya no creo en el surrealismo”, que cierra el libro, es una denuncia apasionada de lo que fue, al parecer, el aviso de un accidente nuclear en Rincón, que pasó inadvertido. Sus imágenes son sombrías, las alusiones – a Fukushima, Chernóbil, Rincón- descoyuntadas. El tono va de factual a informativo a desconsolado. Hay intimaciones de muerte y denuncias de engaños: “Taparon el sol con las manos./ El reactor nuclear se levanta como un vientre de metal/ en el punto más occidental, guapo y masculino de la isla...”
Con este libro-objeto, Annette Blasini se establece como una creadora multifacética, comprometida con nuestra realidad y con su arte, a través del cual denuncia, pero también expresa impulsos fundamentales como la sorpresa, el descubrimiento, la perplejidad, el hastío, combinándolos con un leve espíritu lúdico que le permite a las palabras elevarse sobre lo cotidiano. (CDH)