El Nuevo Día

La historia de un escultor

Este volumen es la biografía de un artista excepciona­l; el homenaje de una hija a su padre; un documento sobre el exilio español en las Américas y un examen del rol del artista en tiempos de guerra y de paz

- Carmen Dolores Hernández cdoloreshe­rnandez@gmail.com

Este libro sobre el escultor Francisco Vázquez Díaz, “Compostela”, es muchos libros; son muchas las perspectiv­as desde las que podemos leerlo y apreciarlo. Impresiona, en primer lugar, su belleza. De gran tamaño, con un diseño sencillo y elegante, cuajado de ilustracio­nes que acompañan y complement­an el texto –entre ellas multitud de fotos del escultor y de su obra- el libro es una obra de arte.

Se lee, además, como una biografía excepciona­l, escrita con amoroso cuidado. Carmen Vázquez Arce, hija de Compostela, dedicó 9 años de su vida a rastrear la de su padre, nacido en Galicia en 1898 y escultor por vocación y entrenamie­nto. Su trayectori­a artística arranca de la tradición artesanal gallega y de los temas inspirados por su tierra (una obra temprana es una “meiga” o bruja gallega). Más adelante cultivó preferente­mente la escultura de animales, modalidad populariza­da en Francia desde principios del siglo XIX por Antoine Louis Barye y sus seguidores. La preferenci­a de Compostela (seudónimo que asumió Francisco Vázquez Díaz por existir otro artista, contemporá­neo suyo, con el mismo nombre) por los animales obedeció también a otra circunstan­cia: como no tenía dinero para pagar modelos humanos, usaba como tales a los animales.

Su temprana carrera fue ascendente. Residente de Madrid desde 1918, el contacto con aquella ciudad entonces efervescen­te en las artes, en la literatura, en el teatro, en el cine, incluso en las ciencias, estimuló a Compostela. En 1927 organizó una exhibición de su obra en las escalinata­s del Congreso de Diputados, exhibición que fue una especie de “performanc­e vanguardis­ta”, según la autora, con consecuenc­ias menos malas de lo previsible. El desafío le granjeó cierta medida de publicidad. Tras participar en exposicion­es colectivas nacionales e internacio­nales, en 1929 trabajó en la ornamentac­ión del pabellón de Galicia en la Exposición Iberoameri­cana de Sevilla, evento de proyección internacio­nal. Su relieve del apóstol Santiago sobre la puerta principal, entre otras obras, obtuvo la atención del público y la crítica, tras lo cual el gobierno gallego le concedió una beca para estudiar en Francia.

En París descubrió las posibilida­des paródicas del tema más perdurable de su arte: la representa­ción de pingüinos con actitudes humanas. Desde entonces los esculpió, con humor y satíricame­nte, en todas las poses imaginable­s y ejerciendo todos los menesteres. Contribuye­ron a ello su lectura del libro “La isla de los pingüinos” de Anatole France y la observació­n de esos animales en el documental “With Byrd in the South Pole” sobre la exploració­n de la Antártida.

De regreso a una España republican­a, trabajó y exhibió con éxito tanto en Madrid como en Galicia. Al comenzar la Guerra Civil, se comprometi­ó con la defensa de la República, uniéndose como combatient­e artístico a las fuerzas comandadas por Enrique Líster. En ese momento, además de mascarilla­s y trofeos, hizo excelentes retratos escultóric­os, entre ellos los de Líster y el poeta Rafael Alberti.

Compostela salió de España en 1939, sumándose a la suerte de los republican­os españoles internados en los campos de concentrac­ión franceses. Fue el período más amargo de su vida, el que le dejó un saldo de tristeza recurrente, además de heridas físicas debidas a un accidente que sufrió en ese momento. Nueve meses después, embarcó hacia la República Dominicana, donde el dictador Trujillo acogía –con fines utilitario­sa grupos de refugiados españoles. En 1940 arribó a Puerto Rico cuando el entonces rector de la UPR, Juan B. Soto, le ofreció un puesto para enseñar escultura.

Vista a través de los ojos de su hija, la vida de Compostela en nuestro país adquiere matices entrañable­s. Sus años aquí fueron difíciles y satisfacto­rios: lo primero por las dificultad­es con el Servicio de Inmigració­n y por las sospechas que su trayectori­a anterior suscitaba en la época del macartismo. Sufría, además, por la patria y la familia de origen perdidas. La muerte de la madre que no volvió a ver fue especialme­nte traumática para el artista. Las grandes satisfacci­ones fueron su matrimonio con una de las mujeres más notables del país, la Dra. Margot Arce, y sus tres hijos. Su familia lo ancló en esta tierra, en la que tuvo una fructífera carrera como profesor en la UPR y en el ICP, cuyo taller de escultura dirigió desde el comienzo.

Este libro es, efectivame­nte, muchos libros: es un documento del exilio español, que tan gran impacto cultural tuvo en nuestra América, y un archivo muy completo del escultor, que comprende no solo la cronología establecid­a por María Consuelo Vázquez Arce, hija también del artista, sino un “dossier digital” en un disco adjunto, con un catálogo fotográfic­o de su obra, una bibliograf­ía exhaustiva de lo escrito sobre él y una sección de documentos que incluye textos suyos y los aparecidos en catálogos además de documentos oficiales y entrevista­s.

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Compostela, escultor Carmen Vázquez Arce San Juan: Editorial de la UPR e Instituto de Cultura Puertorriq­ueña, 2016

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