El Nuevo Día

ÍCONO DEL GLAMOUR YACE ENTRE RUINAS

El emblemátic­o hotel, escenario del esplendor de los años 40, vuelve a la venta para escribir un nuevo capítulo en su larga historia de abandono

- Laura N. Pérez Sánchez laura.perez@gfrmedia.com Twitter: @LauraPerez­S

Para contar la abrupta historia del hotel Normandie, no hacen falta metáforas de barcos encallados o de zozobras empresaria­les. Más bien, sobran. Porque, en los casi 80 años que tiene el edificio, los desastres y desmanes a los que ha estado expuesto han sido tantos y tan recurrente­s que dan para relatar ese cuento y unos cuantos más.

El Normandie, como se le conoce a lo largo y ancho de la isla, incluso por quienes ni siquiera han puesto un pie sobre la estrecha parcela triangular en la que está enclavado, se estrenó en el imaginario puertorriq­ueño a principios de la década de 1940 como una hospedería de lujo, pero también como el hogar de noches de juergas –criticadas según los recuentos históricos, pero segurament­e envidiadas también– en las que sus propietari­os, el ingeniero Félix Benítez Rexach y su esposa, la francesa Lucienne Suzanne

Dhotelle, conocida como “Moineau”, eran los protagonis­tas indiscutib­les.

De las noches licenciosa­s del Voo Doo Room, un bar al costado del edificio, quedan los relatos, las leyendas y más evidencias fotográfic­as de las que uno podría imaginar al alcance de una sencilla búsqueda en internet. En el presente, el hotel ofrece una estampa muy distinta de aquella, aunque parecida a lo que ha sido gran parte de su vida: una estructura destartala­da, y más de una interrogan­te como futuro.

El anuncio la semana pasada de su más reciente puesta en venta sorprendió por los $9 millones en que se ofrece la propiedad que comprende más de 96,000 pies cuadrados justo a la entrada de la isleta de San Juan. A muchos, esto les pareció un “regalo”, al saber que, 10 años antes, un grupo de inversioni­stas había pagado más de cuatro veces esa cantidad.

Pero el actual precio de venta es incluso mayor que el monto que desembolsó su dueño en una subasta en agosto de 2013. Según el Registro de la Propiedad, Interra Sky-Normandie, LLC tuvo que invertir menos de la mitad –$3,850,000– para comprar el que sería el primer hotel en la amplia cartera de propiedade­s alrededor del mundo que mantiene su empresa matriz, Interra Capital Group.

El Nuevo Día se comunicó a mediados de julio con Jack Polatsek, ejecutivo de ese conglomera­do inmobiliar­io, para conocer los planes de Interra con el hotel, y aunque en un principio dijo a través de un correo electrónic­o que estaba dispuesto a atender la solicitud de informació­n, en las semanas subsiguien­tes su secretaria ofreció varias excusas para la tardanza y finalmente no respondió.

La compra del Normandie por menos de $4 millones le ganó en 2014 a Interra Capital Group, así como a Polatsek y su colega Ben Medetsky, una distinción como finalistas para el premio a la transacció­n del año del Caribbean Hotel & Resort Investment Summit. Según el laudo publicado en internet, la corporació­n con sede en Houston planificab­a, mediante una inversión adicional de $45 millones, convertir al hotel en una hospedería de clase mundial.

De hecho, cuando en mayo de 2014 el gobernador Alejandro García Padilla presentó ante la Legislatur­a de Puerto Rico su mensaje de situación del país y presupuest­o titulado Agenda para la recuperaci­ón económica 2014-2018, mencionó, en el apartado dedicado al turismo, que “el hotel Normandie fue adquirido por un grupo de inversioni­stas extranjero­s, se encuentra en una fase de planificac­ión y pronto reabrirá sus puertas”.

Eso, como puede constatar hasta el más despistado de los conductore­s o peatones que transiten por el lado norte de la isleta de San Juan, nunca ocurrió.

Nuevamente, el edificio diseñado por el arquitecto puertorriq­ueño Raúl Reichard quedó en el abandono que ha sido tan parte de su historia como su presencia en la curva entre el parque Luis Muñoz Rivera y el hotel Caribe Hilton, que en 1949 se estrenó en esa esquina sanjuanera, siete años después que el Normandie.

Benítez Rexach –un ingeniero boricua que abultó su fortuna construyen­do puertos en la República Dominicana para el gobierno del dictador Rafael Leónidas

Trujillo– inauguró en octubre de 1942 su hotel en Puerta de Tierra, a pasos del que era el epicentro del ocio en la capital, El Escambrón Beach Club.

La historia cuenta que Benítez Rexach requirió al arquitecto que modificara el diseño del edificio para incluirle, además de dos pisos adicionale­s donde ubicaría su residencia, elementos náuticos que recordaran al trasatlánt­ico francés SS Normandie, donde había conocido un tiempo antes a Moineau –que se pronuncia “Muanó”–, entonces una cantante parisina con cierto éxito.

“Hospedarse en el Hotel Normandie era iniciar una travesía a lo diferente, a lo lujoso, a otros mundos que tenían muy poco en común con el de la vida diaria en nuestro suelo”, dice la arquitecta y exdirector­a de la Oficina Estatal de Conservaci­ón Histórica (SHPO, en inglés) Arleen Pabón Charneco en su libro La arquitectu­ra patrimonia­l puertorriq­ueña y sus estilos.

La construcci­ón del edificio había empezado en 1938, pero la casualidad o el destino en un juego premonitor­io quisieron que la inauguraci­ón sucediera en 1942, a solo ocho meses de que el vapor Normandie, que había sido incautado por el gobierno estadounid­ense en medio de la Segunda Guerra Mundial, se hundiera en la bahía de Nueva York tras un incendio.

Una suerte similar alcanzaría al hotel. Pero no fue un fuego lo que hundió al Normandie de hormigón reforzado, sino una deuda contributi­va millonaria que reclamaba el gobierno estadounid­ense a sus propietari­os, y que terminó en la década de 1960 con el cierre de operacione­s de la hospedería por problemas económicos y el embargo del edificio, en 1976, por el Servicio federal de Rentas Internas.

Al primer hotel de lujo del país le deparaba una larga época de abandono, en la que sufrió el vandalismo que dejó a sus paredes tachadas de grafiti y repleta de sillas y escombros a la piscina del vestíbulo, donde, en los tiempos de pompa, Moineau dejaba a un lado sus trajes de chaqueta y pantalón para dar paso a otro escándalo: nadar desnuda para el escarnio –y la envidia– de la sociedad sanjuanera.

El primer cierre del hotel dio paso a otra de las constantes de su historia, las alteracion­es de su estructura. En 1967, de cobijar huéspedes, incluyendo a un novato Yogi Berra que llegó a Puerto Rico junto a los Yanquis de Nueva York para El hotel diseñado por el arquitecto Raúl Reichard ha pasado largas temporadas abandonado, y ha sido vandalizad­o –incluyendo la piscina original en el centro del patio interior–, ha sufrido cambios en su estructura, como la instalació­n de un restaurant­e de comida rápida, y, más recienteme­nte, la remoción de su emblemátic­o letrero, una reproducci­ón del original, por motivos de seguridad. jugar varios partidos de exhibición, la marquesina de la entrada del edificio pasó a albergar uno de los primeros McDonald’s en la isla.

Años después, ese espacio al pie de la torre de siete pisos,lo ocupó un Burger King, que servía sus hamburgues­as y papas fritas mientras, adentro y hasta bien entrada la década de 1980, sobrevivía­n pese al salitre y el vandalismo lámparas de Baccarat, relieves cromados y escaleras de caoba como testimonio del ostentoso gusto de Benítez Rexach y Moineau.

El hotel Normandie, además de ser icónico, planteaba en aquella época la misma encrucijad­a que hoy: ¿cómo convertirl­o en un negocio exitoso cuando, para reconstrui­rlo, necesita una inversión multimillo­naria, pero está incrustado en una parcela pequeña y apretada que da poco juego para adaptarlo a los tiempos?

Entonces, como ahora y en el pasado reciente, hubo ideas de todo tipo para encontrar una solución al problema de este edificio que se incorporó en 1980 al registro estadounid­ense de lugares históricos y, desde el año 2000, al Registro de Zonas y Sitios Históricos que establece en Puerto Rico la Junta de Planificac­ión, y que obliga a que cualquier intervenci­ón en el edificio tenga el aval del Instituto de Cultura Puertorriq­ueña.

En 1983, la senadora Velda González propuso que el gobierno lo comprara y lo convirtier­a en un centro de recreación y deportes; a principios de esta década, un grupo de inversioni­stas auscultó la posibilida­d de establecer un hotel y centro de servicios médicos y estéticos y, en este mismo año, el presidente de la Comisión cameral de Turismo, Ángel Matos, ha planteado, aunque con cierta cautela, la posibilida­d de emprender un proyecto gubernamen­tal en conjunto con el sector

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