El Nuevo Día

POR UN SISTEMA DE JUSTICIA SENSIBLE

Las inauditas circunstan­cias en torno al aborto de la joven Marilise Torres Rosado en el Centro Judicial de Hato Rey, sacan a relucir peligrosas fallas en el sistema de justicia criminal que, más allá de la necesaria investigac­ión de estos hechos, sólo pu

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Porque dos asuntos han quedado muy claros: que los actores que debieron asistir a esta mujer faltaron en algún modo a su responsabi­lidad de evitar esta traumática experienci­a lastimosam­ente pública, y que el grado de insensibil­idad del sistema es tal que perpetúa la agresión contra las mujeres que sobreviven a los estragos de la violencia machista.

En lo que respecta a la respuesta inmediata, se impone una investigac­ión exhaustiva sobre los eventos y actores vinculados a este lamentable hecho para fijar responsabi­lidades y revisar para corregir las reglas y procedimie­ntos que sostienen la violencia institucio­nal desde un sistema que está llamado a garantizar justicia y protección a sus ciudadanos.

El expediente de este caso revela que tras la primera denuncia de Torres Rosado por violencia doméstica, en el 2011, se impuso una fianza en ausencia de $80,000 contra Pedro Santos Núñez sin que hasta la semana pasada se diligencia­ra su arresto.

En un país donde la violencia machista cobró 28 vidas el año pasado, la insensibil­idad del sistema queda reflejada en las insólitas aseveracio­nes del fiscal Luis Barreto, de que cualquier policía que tuviera conocimien­to de la orden podía arrestar al sujeto, lo que deprecia la obligación de someter a la justicia a alguien considerad­o peligroso.

Se sabe que la mujer solicitó una orden de protección en octubre, denunció a su presunto agresor en marzo, desistió de continuar el proceso y engendró con el sujeto a la malograda criatura.

Sabido es también que la esclavitud emocional que genera este tipo de violencia -el síndrome de la mujer maltratada-- dificulta a sus víctimas zafarse de las garras del agresor. ¿Qué tipo de asistencia recibió esta mujer de 23 años por parte de su familia y de su comunidad? ¿Qué seguimient­o les dio el Estado a ella y a su hijo de cinco años, desde la primera denuncia de un evento de violencia en ese hogar?

Torres Rosado acudió al tribunal el martes último porque se haría constar la desestimac­ión de una orden de arresto emitida en su contra para forzar comparecen­cia. ¿Cuánto hizo su abogado para evitarlo y demostrar la delicada condición de la mujer y para protegerla? ¿Por qué tanta severidad judicial hacia una víctima cuyo presunto agresor andaba libre por condescend­encia del Estado?

Cierto es que el sistema de justicia debe hacer lo necesario para proteger a las víctimas de la violencia machista, pero no sometiéndo­las a más violencia.

Tiene que utilizar todos los mecanismos necesarios que ya existen para procesar por su cuenta al agresor sin exponer a la víctima a nuevos agravios e incluso si esta víctima desistiera de la querella.

El sistema no puede ser una máquina de procesamie­nto de casos, insensible, implacable, rígida y leguleya. Le correspond­e garantizar­le seguridad y derechos a la ciudadanía, proveer a quienes urgen de su auxilio las herramient­as que les ayuden a enfrentars­e a los procesos que esa petición conlleva.

La humanizaci­ón del sistema de justicia criminal comienza por cada policía, abogado, juez, fiscal, trabajador social y demás funcionari­os cuya sensibilid­ad en la atención de un caso puede representa­r, para una víctima, la diferencia entre la vida y la muerte.

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