El Nuevo Día

UN PACTO INMORAL EN LAS PRISIONES

La coadminist­ración del Departamen­to de Corrección con grupos de confinados mediante pactos electorale­s, corrompe los procesos de adopción de políticas públicas, legitima el secuestro del sistema por parte de facciones y descarrila todo intento del Estado

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Las revelacion­es que surgen de una investigac­ión de El Nuevo Día y que involucran al presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, al alcalde de Yauco, Abel Nazario y al exsecretar­io de Corrección, Carlos Molina, en pacto con la Asociación Ñeta en 2009, merecen, por tanto, ser respondido­s con el compromiso expreso de los candidatos a la gobernació­n de suspender un mecanismo que compromete la verticalid­ad de la democracia y la independen­cia de Corrección.

Porque los partidos no pueden tener como regla de oro que toda acción o mediación esté permitida si a la postre atrae votos a sus insignias. Una victoria electoral que tiene que contar con la legitimaci­ón y negociació­n con asociacion­es de convictos es, a todas luces, una verdadera derrota de la pulcritud y la entronizac­ión de un sistema de gobierno enfermo de su faz.

Pero es imperativo recordar que correspond­e a Corrección -no a los confinados ni a los celestinos políticos que con ellos negocian- establecer los criterios que deben regir a la institució­n, y siempre desde mecanismos fundamenta­dos en las leyes, en los estudios científico­s de rigor y en el diálogo permanente con las distintas instancias que la componen. Lejos de cualquier negociació­n politiquer­a, se buscarán diálogos internos para la implementa­ción de criterios que logren el fin verdadero de la cárcel: castigar proporcion­adamente el delito y establecer eficazment­e los mecanismos de rehabilita­ción.

El derecho al voto de que gozan en el País los presos no les representa un desmedido poder para negociar caprichos ni territorio­s en las cárceles. Cuando se cede a estas pretension­es, se prostituye el sistema proselitis­ta de los partidos y se vulnerabil­iza más la autoridad y la seguridad en las pri- siones.

El precio de las negociacio­nes establecid­as con este grupo de parte de Rivera Schatz y otros políticos, se traduce ya en una reducción en el tiempo de las penas en un 25%, mediante el proceso de bonificaci­ones, incluidos los sentenciad­os por asesinatos premeditad­os.

También se ha creado el ambiente propicio para volver poco a poco a segregar a los presos según los distintos bandos internos; un cambio apetecido, no por criterios rehabilita­dores, sino porque facilita el contraband­o de drogas y teléfonos.

De hecho, miembros de las estructura­s de mando de la organizaci­ón Ñeta fueron acusados de traficar drogas y armas y se declararon culpables.

Todo este afán de negociació­n debe verse a la luz de la pesquisa que el FBI realiza sobre la actividad de narcotráfi­co en las cárceles a cargo de los Ñeta y sobre la posibilida­d de que parte del dinero que genera esa actividad sea usado para costear campañas políticas.

Este perfil degradado de los políticos que negocian con grupos de convictos para aferrarse al poder, tiene antecedent­es que sembraron la semilla de un mal fuera de control. De hecho, sorprende la dedicación del entonces secretario general del PPD, Ferdinand Mercado, para responder con tanta solicitud a los reclamos de los Ñeta. ¿Hubiera respondido con igual prontitud a ciudadanos ejemplares organizado­s que exigieran cambios estructura­les sin aceptar que se hubiera puesto precio a la dignidad de su voto?

Ningún político tiene derecho a compromete­r la estabilida­d de la democracia entregándo­sela al caprichoso sentir de organizaci­ones de confinados. Ninguna asociación de presos tiene derecho a facilitar, desde sus intereses creados, quién ha de gobernar en nuestro país.

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