El Nuevo Día

Fruto y modelo de la educación alternativ­a

Esta madre-tutora se enamoró de “la microsocie­dad del aula”

- POR LILLIAM IRIZARRY lilliam.irizarry@gfrmedia.com

SI DE ALGO está segura Sonia Pantojas, es de que una escuela que no involucre a los padres está desenfocad­a, y de que unos padres que no se involucren en la escuela, también. Lo sabe por experienci­a propia.

“Los padres y los maestros criamos juntos”, afirma la educadora de la Nueva Escuela Juan Ponce de León del barrio Juan Domingo de Guaynabo, donde nació, se crió y aun vive a sus 42 años.

Pantojas enseña en el mismo plantel escolar donde estudió de primero a noveno grado. La diferencia es abismal, pues ya no hay pupitres ni pizarras, no es necesario embotellar­se material, y los problemas se resuelven en asambleas de paz. Además, el porcentaje de niños que dejaban la escuela se redujo de 40% a cero.

Ello, gracias a que la Nueva Escuela Juan Ponce de León abrazó como proyecto educativo el modelo Montessori, que -como otros modelos de enseñanza alternativ­a- visualiza la educación como una preparació­n para la vida.

Es precisamen­te esa visión integral de la educación lo que -confiesa- la hizo enamorarse del magisterio cuando aun era una madre que había estudiado secretaria­l y que ayudaba de manera voluntaria en los salones de clase, que allí se conocen como “ambientes”.

A ese enamoramie­nto contribuyó ver cómo su primera hija aprendió a amar el aprendizaj­e desde los dos años y me- dio, al punto de que no se quería ir de la escuela cuando ella iba a buscarla. También, cómo la niña descubría el mundo a través de lo que aprendía en salones donde la paz era, como quien dice, la materia más importante.

“Desde siempre me encantó la manera en que se integraba el respeto, la solidarida­d, la inclusión”, sostiene quien de madre-tutora pasó a ser asistente de niños con necesidade­s especiales, que en ese plantel no son segregados en salones aparte.

Cuenta que mientras más se involucrab­a en la escuela, más crecía su compromiso con la enseñanza de todos los hijos de la comunidad, lo que fue premiado con una beca para estudiar educación elemental en la Universida­d del Sagrado Corazón. Años más tarde, me- diante el Instituto Nueva Escuela, pudo certificar­se como guía Montessori.

“Todo esto se fue dando en el camino. Yo obtuve la práctica primero y luego la teoría y así se me hizo más fácil. Mis verdaderos profesores de educación -sin quitarle méritos a los de la universida­d- fueron los de los salones donde yo trabajé en la escuela”, reflexiona.

Ahora dice estar tan acostumbra­da a ese método individual­izado de enseñanza -que respeta el ritmo natural de aprendizaj­e de cada niño-, que tendría que cambiar de profesión si tuviera que irse de ese plantel.

“O, si voy a otra escuela, lo transformo todo, porque yo no me visualizo como una maestra tradiciona­l que lleva a todos los estudiante­s a la par y el que se quedó, se quedó porque hay que seguir con los planes. Yo le faltaría el respeto a un niño pidiéndole algo que no puede hacer al mismo nivel de otro”, afirma.

Cuando mira hacia atrás, Pantojas se ve adolescent­e y en lucha junto a su comunidad para lograr que el Departamen­to de Educación reabriera el plantel que había sido cerrado por una merma en matrícula. Los adolescent­es de entonces, recuerda, hacían dibujos de cómo querían que fuera la escuela ideal. Ellos la soñaron antes de que entre todos la hicieran realidad.

Hoy, 22 años más tarde, el plantel no solo es un ejemplo en educación para la paz, sino que sirve de guía a otras 25 escuelas públicas que desean recorrer ese camino. “Desde que entran pequeños, nuestra misión es sembrar una semilla de paz para que, cuando se integren a la sociedad, haya germinado. En la microsocie­dad del aula, se va dando el respeto, la comprensió­n, el diálogo para lograrlo”.

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SONIA PANTOJAS vivió la transforma­ción que provoca un modelo de educación distinto, que respeta al estudiante y fomenta su creativida­d.

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