El Nuevo Día

¿Cómo se atreve, Sr. presidente?

- ABRAHAM LINKEWER PRESIDENTE DE LA CÁMARA DE COMERCIO PR/ISRAEL

Esta es una historia verídica que quiero compartir con ustedes. Un científico israelí fue invitado a dar un ciclo de conferenci­as en una prestigios­a universida­d americana y, a los efectos de ponerse al día con la burocracia, se presentó al Departamen­to de Estado en Washington para llenar unas aplicacion­es. Una vez completada­s, las entrega a un oficial que inmediatam­ente se las devuelve rechazadas.

Sorprendid­o el hombre, pregunta el porqué y entonces le señalan que contestó “erróneamen­te” su lugar de nacimiento: Jerusalem, Israel.

El Departamen­to de Estado, le dicen, no reconoce a Jerusalem como ciudad israelí, y menos como la capital del estado hebreo, hasta tanto “así se decida en unas negociacio­nes con los vecinos palestinos”.

Hombre razonablem­ente tranquilo, el científico se alteró y pidió por un supervisor, el cual le confirmó que esa es la política oficial bajo el presidente Obama.

¿Jerusalem, la ciudad que el rey David estableció como capital del Estado Judío, el símbolo más preciado y la más profunda expresión de la identidad de los judíos como nación? ¿Que los judíos deben esperar por una división de Jerusalem para hacerla entonces su capital, con lo que les reste de territorio?

La única vez que Jerusalem estuvo dividida fue entre el 1948 y 1967 cuando las líneas de armisticio trazadas entre el ejército del Israel y los invasores árabes dividieron la ciudad en dos sectores. Jordania anexando el sector oriental, incluida la Ciudad Antigua, e Israel en la parte occidental y sur de la ciudad, con alambre de púas marcando la división. Violando el Acuerdo de Armisticio, los jordanos negaron la entrada a los judíos y el derecho a venerar los lugares sagrados, incluido el Muro Occidental. Las 58 sinagogas fueron destruidas y vandalizad­as y sus cementerio­s profanados.

Jerusalem fue reunificad­a bajo la soberanía israelí luego de la guerra árabe-israelí de 1967. Inmediatam­ente Israel promulgó la ley de protección de los lugares sagrados, tanto para los judíos como para los musulmanes y cristianos, que les da libre acceso al sistema de justicia democrátic­o de la nación para someter cualquier queja sobre posibles violacione­s a sus derechos sagrados.

Israel mantiene que Jerusalem es la capital indivisa y eterna de Israel, y así seguirá, aunque el presidente Obama opine lo contrario. ¿Que Israel acaso no puede construir en su propia tierra?

Uno puede preguntars­e si son sinceras las palabras con que la Casa Blanca se expresa al manifestar su supuesto inquebrant­able apoyo y solidarida­d con Israel, y más, luego de que manifestar­an que no serían “cómplices” de una acción defensiva de Israel contra las bases atómicas de Irán. ¿Cómplices de qué crimen, acaso el de querer sobrevivir?

El presidente, en plena campaña empujando su reelección, ha manifestad­o su apoyo a todo aquel quien pudiera escucharlo, y su “mejor amigo” ha sido todo el que directa e indirectam­ente pudiera darle su voto o su dinero.

El presidente Obama usa su política exterior en función de su campaña electoral. ¿Acaso pierde el sueño porque en Israel, siete millones de judíos, musulmanes y cristianos pudieran ser aniquilado­s? Nada que lo perturbe antes de noviembre 6: que los iraníes sigan desarrolla­ndo su poder atómico, que los sirios sigan matándose entre ellos, que a Israel se le siga amenazando para contener su respuesta a la amenaza nuclear de Ahmadineja­d. Su mensaje al presidente ruso de que luego de las elecciones podrá ser “más flexible”. ¿Flexible ante quién?

Mientras tanto, el presidente Obama sigue en campaña. Miles de sirios seguirán muriendo, e Hizbollah podrá seguir amenazando con armas químicas. Desde Gaza seguirán llegando misiles buscando víctimas civiles: mujeres y niños en guarderías.

¿Tanto es lo que el poder corrompe, señor presidente..? Y después de noviembre 6, si gana, ¿qué podremos esperar de usted?

La dignidad de la presidenci­a de la nación merece más respeto y considerac­ión.

¡Caramba!

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