El Nuevo Día

La elección más importante

- ANTONIO QUIÑONES CALDERÓN ESCRITOR Y PERIODISTA

Es lugar común asegurar que “esta es la elección más importante en toda la historia de Puerto Rico”. De hecho, es la frase trillada de cada año bisiesto electoral. Se está escuchando otra vez cara al próximo 6 de noviembre.

Pues, miren: esta vez el dictum vale. La cercana elección general -la número 33 desde 1900 cuando inició el ciclo de elecciones generales bajo la soberanía de Estados Unidos, soberanía que, 114 años después, continúa-, es ciertament­e la más importante en toda la historia de nuestro pueblo. Al menos desde que estamos eligiendo nuestro gobernador.

Más que la muy importante de 1968, que inició el bipartidis­mo con la primera derrota del hasta entonces todopodero­so Partido Popular Democrátic­o y el debut del cuarto partido “emergente” (“partido emergente”, escucho decir el disparate de cuando en vez): el Nuevo Progresist­a. Para entonces, la democracia puertorriq­ueña estaba apabullada y en grave peligro ante el embate del cuerpo místico del popularism­o que desde la ermita de Trujillo Alto, con su sumo pontífice en el altar de la traición a sus venteados principios democrátic­os, se empeñaba en excomulgar a su propio gobernador, renegando del principal símbolo del sistema democrátic­o: la institució­n de la gobernació­n por elección del pueblo. El electorado vio el peligro escrito en la pared y actuó en consecuenc­ia.

Más que la de 1976, que cerraba cuatro años en los que el gobernador popular de entonces iniciaba la era de los déficits presupuest­arios con sus políticas socialisto­ides incluyendo la compra a sobrepreci­o de unos barquitos viejos y “nuestra telefónica”, el almacén de línea directa y el saqueo de los bancos obrero y cooperativ­ista por personeros del gobierno del popularism­o. El electorado decidió cambiar aquel estado de cosas.

Más que la de 2004, que concluía cuatro años de un gobierno inconsecue­nte en el que, por primera vez en la historia, desde que estamos eligiendo nuestro gobernador, la corrupción traspasaba los portones de La Fortaleza a resultas del lavado de dinero en las campañas de la gobernador­a Calderón y el comisionad­o residente Acevedo Vilá. El electorado prefirió votar neutro por más de lo mismo, que se pondría peor en el siguiente cuatrienio de 2005-08.

Más que la de 2008, cuando el pueblo se enfrentaba a la peor crisis económica desde los años de la Gran Depresión; a un gobierno al garete, sin dirección y sin obra, mandado por la inescrupul­osidad, la mediocrida­d y la corrupción, con un gobernador acusado de un esquema de conspiraci­ón pero declarado “no culpable” por un jurado que no escuchaba. El electorado votó para sacudirse de aquellos días de angustia e incertidum­bre.

Y así llegamos a la elección general del próximo 6 de noviembre.

Seis partidos se presentan ante los electores en demanda de sus votos. Sólo dos de ellos tienen probabilid­ades reales de prevalecer: el Partido Nuevo Progresist­a y el Popular Democrátic­o. Ambos, con visiones de gobierno diametralm­ente opuestas.

Tenemos al Partido Independen­tista Puertorriq­ueño, con su discurso de siempre, con su campaña de siempre, que, por el récord electoral de siempre, debería mover a sus líderes de siempre a una introspecc­ión de actitudes y propuestas coherentes.

El Partido Puertorriq­ueños Por Puerto Rico, que no es otra cosa que el partido de Rogelio Figueroa, siempre entretenie­ndo, aunque ya no tanto como en 2008, sino por lo contrario con un feo récord en su reinscripc­ión y la grosería como parte publicitar­io.

El Partido de los Trabajador­es –de los trabajador­es del partido, esto es–, con el líder máximo disfrazand­o con nueva careta su revolucion­ario Movimiento al Socialismo de 2008 y preocupado -lo dijo él mismo- por que los electores vayan a recordar su reciente pasado.

El Movimiento Unión Soberanist­a, que de todos los partidos de oposición es el que más honestamen­te ha hablado y actuado en asuntos medulares para el pueblo, incluyendo la pulcritud en la financiaci­ón de las campañas políticas y en una correcta escala de las prioridade­s de todo buen gobierno.

Volveré con el tema.

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