La elección más importante
Es lugar común asegurar que “esta es la elección más importante en toda la historia de Puerto Rico”. De hecho, es la frase trillada de cada año bisiesto electoral. Se está escuchando otra vez cara al próximo 6 de noviembre.
Pues, miren: esta vez el dictum vale. La cercana elección general -la número 33 desde 1900 cuando inició el ciclo de elecciones generales bajo la soberanía de Estados Unidos, soberanía que, 114 años después, continúa-, es ciertamente la más importante en toda la historia de nuestro pueblo. Al menos desde que estamos eligiendo nuestro gobernador.
Más que la muy importante de 1968, que inició el bipartidismo con la primera derrota del hasta entonces todopoderoso Partido Popular Democrático y el debut del cuarto partido “emergente” (“partido emergente”, escucho decir el disparate de cuando en vez): el Nuevo Progresista. Para entonces, la democracia puertorriqueña estaba apabullada y en grave peligro ante el embate del cuerpo místico del popularismo que desde la ermita de Trujillo Alto, con su sumo pontífice en el altar de la traición a sus venteados principios democráticos, se empeñaba en excomulgar a su propio gobernador, renegando del principal símbolo del sistema democrático: la institución de la gobernación por elección del pueblo. El electorado vio el peligro escrito en la pared y actuó en consecuencia.
Más que la de 1976, que cerraba cuatro años en los que el gobernador popular de entonces iniciaba la era de los déficits presupuestarios con sus políticas socialistoides incluyendo la compra a sobreprecio de unos barquitos viejos y “nuestra telefónica”, el almacén de línea directa y el saqueo de los bancos obrero y cooperativista por personeros del gobierno del popularismo. El electorado decidió cambiar aquel estado de cosas.
Más que la de 2004, que concluía cuatro años de un gobierno inconsecuente en el que, por primera vez en la historia, desde que estamos eligiendo nuestro gobernador, la corrupción traspasaba los portones de La Fortaleza a resultas del lavado de dinero en las campañas de la gobernadora Calderón y el comisionado residente Acevedo Vilá. El electorado prefirió votar neutro por más de lo mismo, que se pondría peor en el siguiente cuatrienio de 2005-08.
Más que la de 2008, cuando el pueblo se enfrentaba a la peor crisis económica desde los años de la Gran Depresión; a un gobierno al garete, sin dirección y sin obra, mandado por la inescrupulosidad, la mediocridad y la corrupción, con un gobernador acusado de un esquema de conspiración pero declarado “no culpable” por un jurado que no escuchaba. El electorado votó para sacudirse de aquellos días de angustia e incertidumbre.
Y así llegamos a la elección general del próximo 6 de noviembre.
Seis partidos se presentan ante los electores en demanda de sus votos. Sólo dos de ellos tienen probabilidades reales de prevalecer: el Partido Nuevo Progresista y el Popular Democrático. Ambos, con visiones de gobierno diametralmente opuestas.
Tenemos al Partido Independentista Puertorriqueño, con su discurso de siempre, con su campaña de siempre, que, por el récord electoral de siempre, debería mover a sus líderes de siempre a una introspección de actitudes y propuestas coherentes.
El Partido Puertorriqueños Por Puerto Rico, que no es otra cosa que el partido de Rogelio Figueroa, siempre entreteniendo, aunque ya no tanto como en 2008, sino por lo contrario con un feo récord en su reinscripción y la grosería como parte publicitario.
El Partido de los Trabajadores –de los trabajadores del partido, esto es–, con el líder máximo disfrazando con nueva careta su revolucionario Movimiento al Socialismo de 2008 y preocupado -lo dijo él mismo- por que los electores vayan a recordar su reciente pasado.
El Movimiento Unión Soberanista, que de todos los partidos de oposición es el que más honestamente ha hablado y actuado en asuntos medulares para el pueblo, incluyendo la pulcritud en la financiación de las campañas políticas y en una correcta escala de las prioridades de todo buen gobierno.
Volveré con el tema.