Destiempo y desatino
Los gobernantes que pierden el favor del pueblo en las urnas carecen de autoridad moral para tomar decisiones fundamentales que afecten el futuro del país. Es por eso que cabe censurar el acto del gobernador Luis Fortuño de nombrar jueces, fiscales y otros funcionarios gubernamentales en el último mes de su cuatrienio. También cabe censurar la sesión extraordinaria que se celebrará por la Asamblea Legislativa para confirmar los nombramientos sometidos.
Habrá un sinnúmero de personas que argumentarán que la ley concede facultad al gobernador para actuar de esa forma. Igual facultad tiene la Asamblea Legislativa. Opino, sin embargo, que lo legal jamás será suficiente para darle autoridad a aquéllos que han perdido en las urnas el favor de la ciudadanía.
Después de todo, en nuestro sistema democrático “la voluntad del pueblo es la fuente del poder público” (Preámbulo de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico). Y una democracia que le da la espalda a estos valores fundamentales, dijo Juan Pablo II hace muchos años, se convierte con facilidad en un totalitarismo encubierto.
Desde otra perspectiva procede hacer una pregunta muy simple: ¿por qué no se hicieron esos nombramientos antes del evento electoral de noviembre? La respuesta es sencilla y apunta a la razón que acompaña la mayoría de estos nombramientos. La actuación no es otra cosa que la liquidación estilo “todo se va” que premia seguidores incondicionales con horóscopos que predicen desempleo inminente.
Hay otro atropello con estos nombramientos. Me refiero al abuso cometido contra los nominados. El nombramiento y la confirmación en el colofón de la Administración Fortuño se convierte en carimbo. Los nominados vivirán siempre con la marca en la espalda diciendo “nominado de último minuto”.
No deja de preocuparme la reacción del gobernador electo sobre el tema. Si mal no recuerdo señaló que en el pasado los gobernantes (populares y penepés) habían liquidado los últimos puestos vacantes luego de unas elecciones. Confieso que recordé mi niñez cuando mi madre imponía disciplina por alguna travesura. La gran defensa del niño imputado era alegar que el vecinito también hacía lo mismo. Entonces mi madre dictaba sentencia que preguntaba: “Y si Fulanito se tira por un risco, ¿tú también te vas a tirar?”