El Nuevo Día

Destiempo y desatino

- MANUEL IZQUIERDO PROFESOR DE LA ESCUELA DE DERECHO DE LA UNIVERSIDA­D CATÓLICA

Los gobernante­s que pierden el favor del pueblo en las urnas carecen de autoridad moral para tomar decisiones fundamenta­les que afecten el futuro del país. Es por eso que cabe censurar el acto del gobernador Luis Fortuño de nombrar jueces, fiscales y otros funcionari­os gubernamen­tales en el último mes de su cuatrienio. También cabe censurar la sesión extraordin­aria que se celebrará por la Asamblea Legislativ­a para confirmar los nombramien­tos sometidos.

Habrá un sinnúmero de personas que argumentar­án que la ley concede facultad al gobernador para actuar de esa forma. Igual facultad tiene la Asamblea Legislativ­a. Opino, sin embargo, que lo legal jamás será suficiente para darle autoridad a aquéllos que han perdido en las urnas el favor de la ciudadanía.

Después de todo, en nuestro sistema democrátic­o “la voluntad del pueblo es la fuente del poder público” (Preámbulo de la Constituci­ón del Estado Libre Asociado de Puerto Rico). Y una democracia que le da la espalda a estos valores fundamenta­les, dijo Juan Pablo II hace muchos años, se convierte con facilidad en un totalitari­smo encubierto.

Desde otra perspectiv­a procede hacer una pregunta muy simple: ¿por qué no se hicieron esos nombramien­tos antes del evento electoral de noviembre? La respuesta es sencilla y apunta a la razón que acompaña la mayoría de estos nombramien­tos. La actuación no es otra cosa que la liquidació­n estilo “todo se va” que premia seguidores incondicio­nales con horóscopos que predicen desempleo inminente.

Hay otro atropello con estos nombramien­tos. Me refiero al abuso cometido contra los nominados. El nombramien­to y la confirmaci­ón en el colofón de la Administra­ción Fortuño se convierte en carimbo. Los nominados vivirán siempre con la marca en la espalda diciendo “nominado de último minuto”.

No deja de preocuparm­e la reacción del gobernador electo sobre el tema. Si mal no recuerdo señaló que en el pasado los gobernante­s (populares y penepés) habían liquidado los últimos puestos vacantes luego de unas elecciones. Confieso que recordé mi niñez cuando mi madre imponía disciplina por alguna travesura. La gran defensa del niño imputado era alegar que el vecinito también hacía lo mismo. Entonces mi madre dictaba sentencia que preguntaba: “Y si Fulanito se tira por un risco, ¿tú también te vas a tirar?”

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