Pese a todo no a la pena de muerte
EXPRESIDENTE DEL COLEGIO DE CONTADORES PÚBLICOS AUTORIZADOS
Los incidentes relacionados con el secuestro y posterior asesinato de un joven publicista, nos hace pensar: ¿debemos creer en la pena de muerte? Sobre todo pensando en la forma viciosa e inhumana en que ese grupo de jóvenes decidió imponer la condena a muerte a dicho ciudadano.
Escribo por aquéllos que hemos sufrido el sufrimiento que produce la muerte de un ser querido a manos de un criminal. Nadie imagina el dolor y la angustia que sufrimos los que tuvimos que identificar el cadáver de un familiar o el de un amigo asesinado por un familiar o un amigo de otra persona. La congoja que queda en nuestro corazón y la soledad resultante cuando parte de nuestra sangre o de nuestra vida nos fue arrebatada. El dolor que produjo la muerte de Paola Nicole Ortega, de Ana M. Ángel, de Miguel Cáceres Cruz o de José E. Gómez, a manos de “machos” cobardes.
No creo en la pena de muerte impuesta a personas inocentes que enfrentan el asesinato de uno de sus seres queridos, so pretexto de “estar bajo la influencia de drogas, esteroides, estrés, alcohol, ira o celos”. O porque, cuando niño, su padre o madre lo regañó o lo maltrató o sufre de trastornos inculcados por un abogado o un psicólogo a sueldo.
No creo en la pena de muerte. Pero, debo aclarar que tampoco creo en la imposición de la condena a muerte de esos criminales que, en vez de enderezar su vida y esforzarse por no caer, deciden cometer el crimen y asesinar a aquéllos que sí dieron dirección a su vida en la comunidad y se esforzaban por su familia y por regresar esa tarde, esa noche o esa madrugada a su hogar para descansar y dar comienzo al que sería el próximo día de su vida.
Porque, no importan las excusas, no creo en la pena de muerte.