“Una experiencia bien liberadora”
Lilliam Brown acaba de cumplir uno de sus sueños: volar en el avión que construyó su hermano, Fred, quien tiene 83 años
Fred y Lilliam Brown Campos nunca es tarde... si el entusiasmo es grande.
Ambos son viudos y están retirados. Él tiene 83 años y ella 77. El construyó un avión liviano y ella fue quien primero ocupó el asiento del pasajero en la nave hace un mes. Así como lo lee. ¡Un avión! “El construyó el avión porque era su pasión”, afirma Lilliam sobre su hermano, quien ya tenía un historial construyendo aviones a escala para volar a control remoto.
Freddy (como le llaman sus familiares) es ingeniero mecánico, fue pi- loto en la Fuerza Aérea y en la Guardia Nacional y se mudó a Florida en el 1993. Cuenta que cerca de su casa se celebra anualmente una exposición de aviación general y de deporte y que ahí vendían un “kit” con un avión parcialmente construido.
“Las piezas que son más difíciles, que necesitan una soldadura que requiere un ‘expertise’, ya vienen hechas. Yo compré ese ‘kit’ y fabriqué ese avión en el garaje de mi casa. Para poder armarlo completo lo llevé al aeropuerto (a un hangar rentado). Tardé un año”. Puntualiza que su nave es de categoría “light aport aircraft”.
Luego de pasar la inspección de la Administración Federal de Aviación y de cumplir el requisito de volar 40 horas antes de tener un acompañante, “mi hermana me había pedido ser la primera en volar como pasajero y le cumplí la promesa. La invité a casa. Hicimos un total de cinco vuelos”.
El hombre, que ha solicitado integrarse a un club de aviadores octogenarios, anticipó que “tengo planes de construir otro. Es más grande en el sentido del peso del motor y de la capacidad para ir más lejos”, aunque tiene dimensiones más pequeñas.
Freddy, quien hace calistenia, levanta pesas y camina tres millas diariamente, afirma que para volar a su edad, lo importante es reconocer las
limitaciones propias del envejecimiento y tomar medidas.
“Hay un balance. Tengo la ventaja de la experiencia. Pero con la edad, uno va perdiendo la capacidad de reaccionar con la rapidez necesaria ante cualquier emergencia. (Por eso) uno elige aviones que vuelan más despacio, con menos potencia, más fáciles de manejar. Es un asunto de prudencia, no exceder las limitaciones que uno sabe que tiene. En cuanto a la visión, si la persona necesita usar espejuelos no es realmente un impedimento. El impedimento en la visión es la percepción de la profundidad porque en la aviación es bien crítico percibir cuán distante uno está de un objeto y eso los espejuelos no lo corrigen”, dice.
Y, en tono divertido, añade: “Y el día en que uno amanece con muchos dolores, no vuela”. También afirma que es vital evitar ingerir bebidas alcohólicas. “Yo bebo todos los días, con moderación. Una copa de vino en el almuerzo. Pero vuelo por las mañanas y si no, espero hasta el día siguiente”.
Por su parte, Lilliam recuerda esos cinco vuelos, que siempre fueron después de las cuatro y media de la tarde, como “una experiencia tan bella. Fue una experiencia bien liberadora”.
De hecho, cuando se le pregunta qué le falta por hacer en la vida, la ponceña de nacimiento, asegura que: “montarme en el avión de Freddy, que ya lo hice; volver a nadar en un río, que yo aprendí a nadar en un río; ir a Florencia, pero mi hermano me dijo que era muy fuerte ir por avión y que lo hiciéramos por crucero. Estamos en eso”.
La mujer, quien asegura que “tengo mucha pasión por la vida, me tomo todo a pecho”, recuerda que “nunca le he tenido miedo a las alturas, cuando venían las ferias a Ponce yo no me bajaba de la estrella y la silla voladora”.
Con ese mismo arrojo, se apuntó a un viaje en un aparato pequeño, que tiene una cabina descubierta que permite sentir el viento mientras se vuela.
De hecho, aunque la pequeña nave puede ascender hasta 10,000 pies de altura, no se puede alcanzar porque la temperatura baja mucha en ese nivel, igual que el oxígeno, explica Freddy.
Aunque Lilliam no lo pensó dos veces antes de anotar el vuelo en su agenda, sus hijas, Anita y Laura, temieron por su seguridad. “Estaban asustadas, pero yo les dije que para morirme en una cama gritando que me den una pastilla me estrello en Florida”, cuenta la mujer, para luego sonreír.
Y es que volar y viajar solo es parte de un calendario lleno de actividades, en el que destacan sus trabajos en la iglesia episcopal a la que asiste, sus largos ratos en el cuarto de costura, bien confeccionando muñecas de tela o haciendo prendas, o sus quehaceres domésticos entre los que se incluyen el cuido de sus plantas y sus tres perros. También le gusta la música. “¿A que no sabes a donde quería ir? Yo estaba loca por ir al concierto de Calle 13. Yo admiro a Calle 13. ¿Tú has leído bien las letras de las canciones que él escribe? Es poesía”.