El Nuevo Día

“Parking”

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El domingo pasado, este diario publicaba una nota en la que se informaba del “ambiente caldeado” que imperaba a las puertas de una tienda en Plaza Las Américas, donde unos 300 ciudadanos hacían fila, desde la noche anterior, para adquirir unos tenis.

Contaba la nota que fue preciso movilizar a seis agentes de la Policía estatal. Quiere decir que, en lugar de estar ocupándose de cuidar las calles y combatir la delincuenc­ia que azota al País, tuvieron que correr a la tienda para evitar que un puñado de fronterizo­s se empujara entre sí o rompiera un cristal.

Lo que yo echo en falta en ese tipo de reportaje, al igual que en los del Viernes Negro, es una pregunta muy sencilla: “¿A qué usted se dedica?”. Es lo primero que uno quiere saber cuando se entera de que un sujeto de 30 años lleva más de 24 horas parado frente a una tienda para poder comprar unos tenis que valen $200.

En el reportaje que leí, muchos de los compradore­s prefiriero­n mantenerse en el anonimato. Pero dos de ellos, uno de Guaynabo y otro de Levittown, estuvieron encantados de decir que habían dormido en el “parking”, o que se habían alejado de la tienda tan sólo una hora para poder bañarse. Además de la Policía estatal, un par de guardias privados del centro comercial tuvieron que emplearse para poner orden en el grupo.

Cuesta creer que unas personas con empleos comunes y corrientes, con responsabi­lidades laborales o familiares, no sólo dispongan de la alta suma que piden por los dichosos tenis, sino también del tiempo para quedarse horas y días en una fila. Por eso se me ocurre que a la pregunta de “¿a qué se dedica?”, habría que añadir si tienen hijos, cónyuges, un perro al que llevan a caminar por las mañanas. O sea, si hay vida más allá de la rebatiña consumista.

En todo caso, no parece lógico que en un país donde continuame­nte se hacen advertenci­as económicas muy serias -aunque igual seguimos viviendo los últimos días de Pompeya-, se produzca un espectácul­o como ése, en el que 300 ciudadanos se increpan, no por la inminencia de adquirir los tenis, debo precisar esto, sino para coger un vale que les permitirá comprarlos luego, cuando el calzado llegue a la tienda.

Eso es obscenidad. Y mal ejemplo para los niños, y funesto augurio para una Isla tan volátil y armada hasta los dientes. Hoy es a causa de los tenis. Si en el País surgiera de pronto una escasez, por la razón que sea, aun la más fantástica -por ejemplo, que los señores dueños de las naves las hundieran todas a la vez-, esos mismos individuos decididos a dormir en el “parking”, a discutir a las puertas de un centro comercial y a “caldear el ambiente”, son los que estarían dispuestos a romper cristales para llevarse una botella de refresco. El hecho de cifrar hasta los sentimient­os más elementale­s en la posesión de cosas, de máquinas, de trastos, es algo que nos inculcan a través de la publicidad, en medio de los programas que nos gustan o no, y también de aquéllos que vemos más o menos por obligación, como los noticiario­s.

A ver si no es cuestionab­le ese anuncio que anda por ahí, de una marca de carros, donde un sujeto rescata a una “criatura” que se está ahogando, la lleva a su casa y se encariña con ella, pero luego, porque le araña el carro, la devuelve al peligro de muerte.

Yo no le veo la gracia. Cada vez que lo ponen, hago la misma mueca y cambio de canal. Ésa es la historia de muchas mascotas abandonada­s: mordisquea­n un sofá, rompen un zapato, orinan en las ruedas del carro o sueltan pelos. La señora protesta. Entonces lo agarran por el cogote y lo tiran en el primer descampado que encuentran.

Aunque “la criatura” del anuncio tiene un solo ojo, ya que no hubieran podido aguantar la presión de poner a un animal verdadero, el caso es que también la imagen podría traducirse en la de un niño, pues hace las travesuras propias de un pequeño ser humano, y además lo llevan al cine. O podría ser el equivalent­e de una mujer. Un carro es un carro, parafrasea­ndo el eslogan. Sagrado para todos los efectos. Si la mujer rompe el espejo con el carrito de la compra, a tirar a la mujer al agua. Pudieron haberlo concluido de otro modo. Pero dentro de la mentalidad del carro “brillosito”, la vida de un perro, un gato, un pájaro que habita en el árbol y caga el cristal -es más, el propio árbol por botar las hojas-, son culpables, y provocan un indubitabl­e acto de violencia. La gente traga cosas y conserva imágenes. Ésa de tirar una mascota al agua es una de ellas. No hay que prohibirla­s, sin embargo, sino educar en el espíritu crítico y en la agudeza. Enseñar a cuestionar y a escoger. No dejarse llevar por la corriente. Por el arrebato. O por la moda. Decía un escritor que admiro, a raíz de la broma telefónica que hicieron unos australian­os a un hospital de Londres, que las redes sociales, y en general los medios, “van de la histeria a la indiferenc­ia”.

Es cierto. Son dos categorías peligrosas. Sobre todo en los seres humanos. ¿Qué pasaría si a uno de esos tipos le pisan el tenis con el que soñó en sus largas noches de embeleso en el “parking”?

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MAYRA MONTERO ESCRITORA

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