Legado para el amor
La solidaridad de Virginia Moshy transformó vidas y trascendió la muerte
CUANDO ZULMA LICHA y la Junta de Directores del Hogar Cuna San Cristóbal de Caguas decidieron que los menores necesitaban un espacio que les diera más comodidad, seguridad y sentido de pertenencia, tan solo contaban con unos pocos ahorros en el banco.
Pero, como les sobraba fe en los corazones bondadosos de sus aliados de la empresa privada y del Gobierno municipal, comenzaron la construcción de las modernas instalaciones de $1.7 millones sin tener garantizado todo el dinero necesario para su culminación.
Quizá porque se atrevieron a anteponer la confianza a la preocupación, cuando más necesitados estaban para impulsar la obra, la presidenta de la Junta de Directores recibió aquella primera llamada telefónica. Y luego llegó la segunda, y más tarde la tercera. Las tres con un legado de compromiso y solidaridad.
“Justo un día que yo estaba en casa tratando de bajar revoluciones –porque cuando uno comienza una construcción como esta sin tener el dinero completo es medio risky (arriesgado)–, entra su llamada para decirme que su esposo había fallecido y ella quería hacer una donación en su memoria”, recuerda Licha sobre su amiga Virginia Moshy, una amante de las artes que fue esposa de quien por muchos años llevó las riendas de Island Finance, Ed Moshy.
Virginia, de origen italiano, y Ed, de raíces libanesas, se criaron en Estados Unidos pero vivieron, hicieron negocios y dieron de sí durante al menos 15 años en Puerto Rico. Se retiraron a Carolina del Norte a principios de la década de 1990. Nunca tuvieron hijos.
Al año de la primera llamada, Virginia volvió a contactar a Licha para dejarle saber que tenía cáncer y que quería hacer otro donativo, esta vez en su nombre. En enero de este año, entró la tercera llamada: la Sra. Moshy había fallecido y había dejado todo su fondo de retiro al Hogar Cuna San Cristóbal.
“Con ese dinero pudimos dar un impulso genuino a la construcción y la terminamos sin dejar deuda añadida al Hogar. Con su última donación, saldamos todo y tenemos dinero para comenzar nuestro próximo proyecto”, sostiene sobre el nuevo sueño de convertir las viejas instalaciones, ubicadas justo al lado de las nuevas, en una escuela para los menores.
El Hogar Cuna San Cristóbal alberga a 16 niños y niñas hasta los siete años de edad, la mayoría víctimas de maltrato, incluso en los hogares de crianza donde fueron enviados para protegerlos. El Hogar también cuenta con un programa de entrega voluntaria para mujeres que ven la adopción como la mejor alternativa de amor para sus hijos o hijas de hasta tres años.
“La gran mayoría son remociones del Departamento de la Familia donde se contempla la adopción. Son casos más graves que los simples retiros momentáneos… Si cumplen siete años estando aquí y nadie los ha adoptado, desgraciadamente deben pasar a un hogar de crianza. No es fácil, es bien duro, pero nosotros no podemos pelear en contra del Estado”, expresa.
Uno de los mayores problemas para la adopción –destaca– es la burocracia gubernamental. Por eso exhorta a las mujeres que no desean o no pueden criar a sus criaturas de hasta tres años, que las entreguen de manera voluntaria para garantizarles una familia adoptiva en un periodo de tiempo muchísimo más corto que cuando el menor es removido por el Departamento de la Familia.
Según Ivonne Vélez, directora ejecutiva del Hogar, desde su fundación en 1992 han atendido 318 menores, de los cuales 187 han sido dados en adopción. Los demás han retornado al círculo familiar o han pasado a hogares de crianza. Ninguno de los niños adoptados ha tenido que regresar al Hogar.
Vélez destaca que la estancia en el Hogar Cuna San Cristóbal es quizá la única oportunidad que tendrán algunos de esos menores de recibir las atenciones que necesitan para convertirse en seres humanos saludables física y emocionalmente. Por suerte, para ello cuentan con manos solidarias que hacen donaciones, regalan tiempo, comparten conocimientos; todo lo cual termina transformado en amor.
“Para nosotros es una gran bendición cada aportación que recibimos. Es como que se hacen parte de nuestro compromiso y nuestra causa, y nos dan la oportunidad de llenar de amor a estos niños y transformar sus vidas. La solidaridad se mide ahí, en demostrar que todos somos parte”.