Los nuevos honorables
Muchas veces pasé por el Capitolio y no lo vi. Pero no fui el único. Realmente nadie lo veía. Era un manto invisible que cubría el Palacio de las Leyes e impedía que seres comunes nos enteráramos de las grandes historias de éxito que se desarrollaban debajo de su cúpula.
No hubo mala intención de quienes lo fueron construyendo por los últimos años. Lo hicieron por humildad, para ocultar el gran talento humano que entre aquellos mármoles se escondía. Por eso Tommy había ordenado que nadie diera a conocer sus estados financieros a cualquier periodista preguntón que osara inquirir sobre ellos. Disciplinada al cien por ciento, la muchachada azul se negó a darlos cuando la unidad de investigación de este periódico se los requirió. La mayoría de los rojos, siempre distintos en la forma, aunque no necesariamente en el contenido, los dieron voluntariamente.
En mis veinte años como humortivador me he encargado de recoger his- torias de éxito que hagan que uno exclame, como Loubriel en aquel festival de la canción: ¡yo puedo! Todas se quedan cortas con los logros de los nuevos honorables. Veamos de momento sólo dos extraordinarios ejemplos.
El primero es el honorable Eric Correa quien antes de llegar al Capitolio subsistía, de acuerdo a sus planillas del 2005 al 2006, con sólo $11 míseros al día, o sea, $4,000 al año. ¡La indigencia absoluta! Yo estoy seguro que Moncho, el deambulante del semáforo cercano a mi casa, al que contribuyo con un dólar diario, le hubiese dado un donativo, ya que tiene días en que se va a su casa con cien dólares. En ese fatídico año del 2006, el honorable Correa se tuvo que ajustar su apellido para poder servirle como Dios manda al Senado de Puerto Rico. Pero los milagros ocurren y un año después, como candidato a representante, Eric reportaba a la CEE bienes muebles por $30,000. ¿Cómo los obtuvo? Posiblemente gracias a los sabios consejos espirituales del reverendo He- redia que hicieron que la gracia del Señor se derramara en abundancia sobre ese santo varón.
El segundo es el honorable Roger Iglesias, a quien el prestigioso Colegio de Ingenieros le debe al menos un busto en su sede en la esquina de la calle Antolín Martínez en la urbanización Roosevelt. El exsenador es un extraordinario ejemplo de lo que es amor al trabajo, aunque el mismo no te dé ganancias. Del 2006 al 2011 este abnegado trabajador sólo obtenía de ingreso neto el 10% de sus ingresos brutos. Brutos fueron en Hacienda a quienes esta maravillosa lección de esfuerzo abnegado no les llamó la atención. En el 2006, el honorable Roger le rindió servicios al propio Capitolio ascendentes a $77,500, pero su desprendimiento fue tal que gastó $72,898 para poderlos ofrecer y sólo le sobraron $4,602.
Pero lo anterior palidece ante la extraordinaria historia de “El Gran Chaparral”. Si los productores de aquella famosa serie que protagonizaba Henry Darrow, alias “Manolito”, se llegan a enterar de las hazañas de este Gran Chaparral boricua, reviven la serie, con “Funky Joe” en el papel del honorable Roger Iglesias. En el 2006 las ventas de este negocio en Piñones ascendieron a $221,491; el inventario costó $131,496; le sobraron $89,996, pero al restársele gastos operacionales de $88,996 dejó una ridícula ganancia de $1,376.
Al honorable le hubiera salido mejor económicamente pararse en un semáforo a vender donas. Pero servir era su vocación y esa ínfima ganancia no comparaba con la gran satisfacción de ver la gente salir del Gran Chaparral gorditos y coloraos. En el 2010 El Chaparral bajó dramáticamente sus ventas a sólo $1,049 semanales. Sin embargo la ganancia neta reportada fue de $5,724, más que en el 2006. Esto pone en aprietos a los profesores de administración de empresas de la UPR quienes de ahora en adelante tendrán que enseñar que, a menos ventas hay más probabilidades de ingresos.