El Nuevo Día

Venezuela sin Chávez

- RAFAEL COX ALOMAR ABOGADO

Corría el año 1998, y Venezuela se tambaleaba bajo el moribundo mandato del entonces octogenari­o Rafael Caldera (quien ya había fungido como presidente de Venezuela en el quinquenio 1969-1974). Se encontraba, pues, la patria llanera de Francisco de Miranda y del Libertador Simón Bolívar en medio de una campaña presidenci­al que había roto todos los esquemas tradiciona­les que hasta entonces habían caracteriz­ado la vida política de Venezuela, desde que en 1958 la democracia venezolana se liberó de las garras fascistas del golpista coronel Marcos Pérez Giménez.

¿Y por qué se rompieron los esquemas? Porque en esa elección, a diferencia de lo que había sucedido en las pasadas 9 elecciones presidenci­ales desde 1947, ya no eran los partidos tradiciona­les los que estaban disputándo­se el poder. Tanto Acción Democrátic­a (partido hegemónico venezolano fundado en 1941 por Rómulo Betancourt) así como el COPEI de Caldera estaban ya destruidos, totalmente descartado­s por un electorado que simplement­e se hartó de la corrupción y del pillaje que ambos partidos principale­s engendraro­n y perpetraro­n contra el pueblo venezolano.

Tanto la violencia del “caracazo” de 1992 así como la fulminante convicción y destitució­n de Carlos Andrés Pérez de la presidenci­a de la República en 1993, por el robo descarado de fondos públicos, (sin olvidar el descrédito de los partidos tradiciona­les) fueron los catalítico­s que exaltaron en 1998 a un virtualmen­te desconocid­o paracaidis­ta y exgolpista militar venezolano con evidentes tendencias autoritari­as (quien había estado preso entre 1992 y 1994 por intentar derrocar a Carlos Andrés Pérez) al Palacio de Miraflores, con más del 56% de los votos.

Y de ahí en adelante, y para sorpresa de muchos, ese militar oriundo del estado de Barinas, Hugo Chávez Frías, se mantendría en el poder absoluto, contra viento y marea, por los siguientes 15 años. Más pudo el cáncer voraz que las múltiples tramas de golpe o de tentativas de asesinato.

Fue precisamen­te en medio de la vorágine de la campaña del 1998, que conocí al candidato Chávez. Un grupo de académicos del St. Anthony’s College de la Universida­d de Oxford, encabezado­s por el reputado historiado­r inglés Malcolm Deas, organizaro­n apresurada­mente un seminario sobre Venezuela con la intención de que los candidatos presidenci­ales expresaran a la comunidad internacio­nal sus propuestas. Entre los compañeros latinoamer­icanos que participáb­amos del conversato­rio se encontraba quien con el correr del tiempo se convirtió en el antagonist­a y alter ego de Chávez en la región y me refiero al amigo Álvaro Uribe Vélez, quien para 2002 se convirtió en presidente de Colombia (posiblemen­te el presidente colombiano más importante desde el Bogotazo de 1948).

Ese primer encuentro entre Chávez y Uribe fue inolvidabl­e, algo así como un choque de trenes; pero igual de inolvidabl­e fue el carisma y la capacidad de Chávez para conectar con todo tipo de público, inclusive con un público tan complejo e intelectua­lmente denso como en el que se desenvolví­a en ese conversato­rio en Oxford. Cuando supo que era de Puerto Rico inmediatam­ente trabó conversaci­ón sobre los astros boricuas en la pelota, sobre la música popular que nos vincula a Venezuela y, claro, sobre la deslumbran­te belleza de la mujer puertorriq­ueña. No lo vi más. Fue la primera y última vez que compartí con el presidente Chávez.

¿Y ahora qué? ¿Cuáles son los retos inmediatos de Venezuela? ¿Se acabó el chavismo? Lo primero que tiene que ocurrir en Venezuela durante las próximas 4 semanas es una campaña presidenci­al limpia, abierta y democrátic­a. El oficialism­o venezolano debería, hoy más que nunca, extirpar de raíz todo vestigio dictatoria­l y abrir nuevos espacios democrátic­os de participac­ión ciudadana. Más aún los militares, quienes ya han comenzado a expresarse, deben permanecer en sus cuarteles y dejar que los oficiales electos junto a los magistrado­s del Tribunal Supremo de Justicia hagan cumplir el mandato constituci­onal. En cuanto al futuro del chavismo, con sus luces y sus sombras, ya el pueblo venezolano decidirá. Gloria al bravo pueblo venezolano.

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