El Nuevo Día

Un no a la pena de muerte

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SI EN VERDAD queremos un mundo de paz, sin crímenes, solo hay una alternativ­a: la educación cimentada en la razón, nada de superstici­ones ni dogmas.

No podemos corregir un mal con otro peor. La pena de muerte representa el derrumbe de la capacidad de nuestros líderes religiosos, políticos y educativos.

Soy un convencido de la reencarnac­ión. Quien desencarna delincuent­e, cuando vuelve a tomar nueva envoltura material, o sea otro cuerpo físico, trae ese lastre, esas reminiscen­cias de las experienci­as de sus vidas anteriores. Estas experienci­as van a tomar parte de nuestra vida actual. La única forma de hacer un futuro halagador es educando al hombre en su inmortalid­ad, en su eternidad.

Nuestra sociedad se ha deja- do guiar por la Biblia, libro ambiguo y conflictiv­o, dizque inspirado por Dios. Un libro que solo ha servido para dividir la humanidad en grupos de fanáticos que no se aman y todos creen tener la verdad. Lo mismo pasa en lo político. Cada partido cree tener la panacea para resolver nuestros males económicos y sociales.

Todavía nos falta mucho por evoluciona­r para lograr la paz que soñamos. Tenemos que estimular a nuestra juventud para que estudie filosofía, a que conozca de la vida y sepa de sus causas.

Nos estamos cegando y por combatir el crimen vamos a crear la nefasta pena de muerte. Amar, estudiar y trabajar, ese es el camino; lo demás es locura. HÉCTOR SOTO VERA

SAN SEBASTIÁN

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