El Nuevo Día

Diálogo con el DOLOR

El autor Javier Moscoso habla sobre este tema en la cultura en su libro La historia cultural del dolor

- POR GLORIA HELENA REY El Tiempo / GDA

Según la Biblia, Dios durmió a Adán para evitarle dolor al extraerle la costilla y después castigó a Eva y a su descendenc­ia con el dolor del parto cuando los expulsó del paraíso. Desde entonces, el dolor está presente en la historia de la humanidad.

Ha sido una alarma para detectar múltiples enfermedad­es físicas o mentales, motor de importante­s investigac­iones científica­s, elemento modificado­r de comportami­entos, de sanación o de expiación espiritual, de terror, de guerra y, más recienteme­nte, filón económico de laboratori­os farmacéuti­cos o de editoriale­s, que venden analgésico­s o publican libros sobre el tema.

Pero sabemos poco sobre el dolor y nuestro diálogo con él apenas comienza. Por eso, investigad­ores sociales, historiado­res y filósofos, como el español Javier Moscoso, indagan acerca del tema. Profesor de investigac­ión de Historia y Filosofía de las Ciencias en el Instituto de Filosofía del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC), de Madrid, Moscoso habló sobre la materia en la Universida­d de Harvard y en Chicago, Londres, París, Berlín y, por supuesto, en España, antes de visitar a Colombia. Moscoso, autor de La historia

cultural del dolor, editado en español, traducido al inglés y a punto de salir en italiano y alemán, habló de su obra, invitado por la Universida­d de los Andes en Colombia.

¿Por qué atravesar el mundo para dar una conferenci­a sobre el dolor? Por responsabi­lidad. Porque, aunque odio volar, creo que hay que hacer un esfuerzo por intentar ofrecer respuestas donde otros puedan tener preguntas y, al mismo tiempo, plantear otras nuevas. El dolor es uno de los grandes interrogan­tes de la condición humana y entraña dificultad­es interpreta­tivas que deben ser analizadas. ¿Por qué es una responsabi­lidad hablar sobre el dolor? Es una responsabi­lidad en un doble sentido. En primer lugar, porque los académicos somos también agentes sociales, que podemos tener un impacto sobre la política o la sociedad civil y porque espero que mi trabajo permita pensar sobre las formas de abordar el problema del dolor.

¿De qué trata su libro? Trata de las formas que hemos utilizado los seres humanos a lo largo de la historia para hacer comprensib­le nuestra experienci­a del daño. Trata de la simpatía, de la representa­ción, de la imitación, de la narración del dolor, entre otras cosas. Por ejemplo, si usted sufre un dolor y quiere que los demás lo comprendan, buscará representa­rlo mediante gestos o signos expresivos, que pueda ser narrado o imitado, o que produzca simpatía, o que haya otras muchas personas que digan tener sus mismos síntomas. Estas son solo algunas de las formas retóricas para expresar el dolor y dotarlo de significac­ión colectiva. Lo que yo he intentado decir en mi libro no es sobre si el dolor cambia con el contexto cultural (esto es muy evidente), sino de qué manera cambia, cuáles son las formas culturales que hemos venido utilizando los seres humanos para percibir una determinad­a experienci­a como dolor. Usted habla en su libro del dolor como elemento de sanación, como modificado­r de comportami­entos... ¿Podría hablarnos sobre el dolor como un elemento de guerra? La guerra es un buen ejemplo de la experienci­a del dolor, al menos en la medida en que suele considerar­se un estado transicion­al. Cuando los conflictos armados se vuelven crónicos, como ha ocurrido muchas veces en la historia de la humanidad, la guerra también aniquila las razones que la originaron, así como las condicione­s bajo las cuales podría ponerse un punto final al conflicto armado. En su forma crónica, la guerra, como el dolor, es lo más parecido al infierno. ¿Cómo define lo que usted llama la “política del dolor”? La política del dolor es hacer visible no solo el dolor de los derrotados de la historia, o el dolor de las víctimas, sino, sobre todo, el dolor de aquellos que ni siquiera describier­on con ese nombre sus condicione­s de vida. La política del dolor por la que yo abogo no busca la reconcilia­ción, sino, en primer lugar, la denuncia. ¿Podría explicarse un poco más? Puesto que el dolor requiere siempre un espectador social, hablo de cualquier forma de dolor que pueda y deba ser reconocido como tal. No solo el producido por perversas condicione­s de vida, sino el que los contendien­tes de un conflicto armado no reconocen como resultado de sus actos, o el dolor innecesari­o y prescindib­le al que se enfrentan muchos enfermos terminales, o al que se somete a muchos animales. La política del dolor define un espacio de responsabi­lidad colectiva, en el que los miembros de una comunidad, social o política, comienzan por señalar el dolor de los demás como paso previo a la búsqueda de su remedio o de su cuidado. ¿El dolor cambia según el contexto cultural? El dolor es una sensación o emoción culturalme­nte mediada y que, en consecuenc­ia, está modulada por valores, enseñanzas y expectativ­as culturales. Lo que yo intento decir en mi libro no es si el dolor cambia con el contexto cultural (esto es muy evidente), sino de qué manera cambia, cuáles son las formas culturales que hemos venido utilizando los seres humanos para percibir una determinad­a experienci­a como dolor.

¿Nos podría dar un ejemplo? Sí. El flagelo que golpea el cuerpo en las prácticas de mortificac­ión del ascetismo moderno no se distingue, desde un punto de vista físico o fisiológic­o, del mismo flagelo que golpea el cuerpo del masoquismo sexual de finales del siglo XIX. Sin embargo, la interpreta­ción cultural, la valoración emocional, la sensación, incluso, es muy diferente en ambos casos. El golpe puede ser similar, pero la experienci­a es muy distinta. ¿El dolor producido por una guerra también cambia? Durante el desembarco en las playas de Normandía, los soldados americanos que se que- jaban menos eran aquellos que se encontraba­n peor desde un punto de vista clínico. Para estos soldados, muy malheridos, había, sin embargo, algo positivo en su estado: iban a ser evacuados y, en consecuenc­ia, no volverían al frente. ¿Consigue usted dialogar con el dolor? Al contrario de lo que podría parecer, el dolor no es una experienci­a privada. Lo difícil no es dialogar con esta experienci­a, sino pretender que no puede hacerse. La historia entera de la humanidad se apoya en este diálogo. ¿La historia cultural del dolor cambia en nuestros días? Nuestro mundo contemporá­neo ha inventado la representa­ción y el consumo del mal radical; la violencia que no puede ser justificad­a desde ningún parámetro y el dolor que no puede comprender­se desde ninguna lógica. También ha inventado las voces de muchos otros que cuestionan tanto el consumo obsceno del dolor ajeno como la banalidad del mal. ¿Le duele hablar sobre el dolor? Me produce placer el esfuerzo de hacer bien o intentar hacer bien el trabajo, así como la sensación de cumplir con las obligacion­es profesiona­les. Eso me gusta en todo el mundo. No solo en mí, claro. No es más difícil, emocionalm­ente, trabajar sobre la historia del dolor que hacerlo sobre otras experienci­as humanas. En mi investigac­ión, también en mi libro, creo, hay muchos momentos felices, humorístic­os, incluso. ¿Qué deja el diálogo con el dolor?

Esperanza, por supuesto.

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ESPAÑOL FUE TRADUCIDO AL INGLÉS Y ESTÁ A PUNTO DE SALIR EN ITALIANO Y
ALEMÁN.
EL TEXTO EDITADO EN ESPAÑOL FUE TRADUCIDO AL INGLÉS Y ESTÁ A PUNTO DE SALIR EN ITALIANO Y ALEMÁN.

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