Servicio que nace del amor
De credos distintos, dos jóvenes caminan la misma senda del compromiso
JAVIER OJEDA se educó en colegios católicos toda la vida. Sergio Centeno es producto de un hogar profundamente protestante. Y aunque no se conocen, están unidos por mucho más que la fe.
Y es que ambos están convencidos de que la solidaridad que han abrazado como derrotero, más que una cuestión de religión, es un asunto de valores y de responsabilidad social.
“Las diferentes religiones inculcan muchos buenos valores, pero uno puede ser ateo y hacer el mismo o más esfuerzo en servir a los demás que alguien que cree en Dios o es religioso”, afirma Javier, universitario de 19 años que descubrió la riqueza del trabajo voluntario desde que estudiaba el séptimo grado en el Colegio San Ignacio de Loyola, en San Juan.
Cuando llegó a cuarto año, se involucró en el programa electivo de servicio Compromiso Magis, en el que tuvo la oportunidad de ofrecer tutorías a niños de Barrio Obrero que lo llevaron a reflexionar sobre “cuán privilegiados” económicamente son algunos seres humanos –incluido él– y cuán responsables socialmente somos todos de las necesidades de los demás. Magis es un concepto que se usa para describir la necesidad del mejoramiento personal por medio de la fe, la apertura al crecimiento, la preparación, el discernimiento y el servicio. El programa, que no es requisito de graduación, busca que los estudiantes dirijan las enseñanzas de los valores humanos y cristianos recibidos en el colegio hacia la construcción de una sociedad más justa y fraternal.
“Llega un momento en que uno ve esas necesidades y las internaliza como si fueran de uno mismo. Veo una necesidad y pienso que es mía también, y esa emoción se fortalece cada vez que me enfrento a alguien necesitado. Por eso siento hasta natural hacer trabajo comunitario”, añade Javier.
Sergio, en tanto, creció en una familia de líderes de la Iglesia Discípulos de Cristo. Se recuerda de muy pequeño sirviendo meriendas y entregando materiales en las actividades comunitarias y cristianas que organizaban sus padres.
“Desde que tengo uso de razón, he hecho trabajo comunitario”, sostiene Sergio, quien es artista gráfico y ha viajado por casi toda América Latina y el Caribe adiestrando a comunidades en aspectos relacionados con campamentos de verano, organización comunitaria, educación popular y experimentación con la creatividad, el arte y los sentidos.
Ahora, acude cada viernes a alimentar a jóvenes homosexuales sin hogar en la ciudad de Chicago, adonde se trasladó hace dos años para hacer una maestría en Divinidad con una certificación en Cuidado Pastoral en el contexto de la comunidad lésbica, gay, bisexual, transexual y transgénero (LGBTT).
Y como lo hace “como una forma de imitar a Jesús y de dar testimonio del amor de Dios”, no cree necesario hablarles de religión a quienes reciben sus servicios.
“Cuando tú alimentas, hablas de Dios en la medida en que asumes o tomas partido en esa acción… El problema es imitar a Jesús y pretender que quien recibe la ayuda tenga que optar por Jesús”, manifiesta.
A juicio de Javier, cuando se hace trabajo voluntario desde la perspectiva religiosa, hay que buscar la manera de hacer un balance, pues “si tú vienes con la mentalidad de conquistar (almas) a todo lo que da, lo que puedes terminar haciendo es alejando a la comunidad que quieres ayudar”.
Para Sergio, la solidaridad y el servicio voluntario, más que asuntos cristianos, son asuntos humanos, pues se manifiestan en todas las religiones e incluso entre los ateos.
En ese contexto, destaca: “El servicio comunitario cristiano debe dejar de ser un anzuelo proselitista y transformarse en la manifestación de la razón de ser como cristianos: amar”.
Por eso –plantea– sus acciones de entrega hacia los demás no nacen de su relación con la Iglesia, sino de su relación con Dios. “Actúo solidariamente porque me mueve un imperativo divino”.