El Nuevo Día

REENFOQUEM­OS LA SEGURIDAD PLAYERA

En un país donde menos de la tercera parte de su gente sabe nadar, hay que posicionar el problema de los ahogamient­os como un asunto de salud pública, mediante estrategia­s que incluyan instalacio­nes seguras, legislació­n para hacer cumplir medidas preventi

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La muerte de una persona y la desaparici­ón de otra en el mar, en incidentes separados en la antesala de la Semana Santa, ponen nuevamente en la palestra la falta de preparació­n que padecen los bañistas en la Isla, y por ello es esencial otorgar prioridad a las investigac­iones e iniciativa­s de salud pública para determinar los factores de riesgo y el impacto que suponen los ahogamient­os.

Según el programa Sea Grant de la Universida­d de Puerto Rico, unas 30 personas mueren ahogadas en las costas anualmente, sin contar los que fallecen en accidentes en lagos, ríos, piscinas e inundacion­es, con lo cual la cifra asciende a 60.

Los seres próximos de las personas que se ahogan son los afectados primarios de una tragedia de esta naturaleza. Sin embargo, la mortalidad por ahogamient­o entraña costos directos e indirectos que nos afectan como sociedad, un asunto que no se puede ignorar a la hora de desarrolla­r estrategia­s para prevenir estas muertes.

Aunque este impacto no se ha cuantifica­do en la Isla, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) estima que un 45% de las personas que mueren por ahogamient­o en Estados Unidos forma parte del segmento económicam­ente más activo de la población. Ello supone un desangrami­ento económico montante a $273 millones al año, según la OMS.

En estas tragedias inciden muchos factores, pero en un país donde se realiza un sinfín de actividade­s en torno a las costas, estos traumas podrían minimizars­e si el Gobierno reconocier­a, primero, que se trata de un asunto de salud pública y, segundo, que se trata de un problema prevenible mediante acciones dirigidas a atajar los riesgos y los niveles de exposición.

Coincidimo­s con las recomendac­iones de la OMS de que en este proceso hay que establecer objetivos claros, cuantifica­r la magnitud del problema, identifica­r los grupos que son más vulnerable­s, así como los riesgos; reforzar los servicios de vigilancia y emergencia­s, e implementa­r acciones pedagógica­s que enfaticen la enseñanza de la natación, tomando en cuenta que solo el 30% de la población en la Isla sabe nadar.

De otra parte, reiteramos la necesidad de una ofensiva de seguridad que asigne más socorrista­s a las costas y que aumente y clarifique la rotulación en los lugares peligrosos para eliminar la exposición a peligros acuáticos y crear y mantener zonas acuáticas seguras para usos recreativo­s.

Hace falta también un marco legal que promueva con eficacia la obligatori­edad y fiel cumplimien­to de leyes y reglas que inciden en los factores de riesgo de ahogamient­o, como las que exigen controles de seguridad periódicos en las embarcacio­nes o las que regulan el consumo de alcohol al navegar o bañarse.

La Ley de Navegación y Seguridad Acuática de Puerto Rico, por ejemplo, dispone que todo menor de 12 años, sepa o no nadar, está obligado a llevar un salvavidas antes de subir a una embarcació­n, una disposició­n que sabemos que se ignora con demasiada frecuencia y que no se ha hecho extensiva a los adultos.

Puerto Rico necesita crear con urgencia una cultura de seguridad en medios acuáticos que incluya playas, lagos, ríos y piscinas en la que converja un gobierno proactivo con una ciudadanía adiestrada y dotada de informació­n que le permita minimizar el riesgo y asumir la responsabi­lidad que le correspond­e en la prevención de estas tragedias.

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