El papa Francisco, jesuita y latinoamericano
Hace unos años conversaba con un amigo jesuita. Hablamos sobre la fe y las obras, sobre el más allá y el más acá. Recuerdo sus últimas palabras: “Rubén, no pierdas el sueño. Sólo pregúntate, ¿quién quiere más al padre, el hijo que le dice lo mucho que le ama, o el que le discute, cuestiona –y a veces hasta reniega de élpero siempre lo cuida y atiende?”
Yo ya conocía a los jesuitas. Con ellos me eduqué en el Colegio San Ignacio y en la Universidad de Georgetown. Pero no fue hasta la pregunta sencilla del padre José Ángel Borges que comprendí lo que quiso decir Dostoievski, para quien los jesuitas eran parte de una “liga secreta” fundada para “provecho de los desgraciados y los débiles y para el objeto de hacer felices a los hombres”.
Nada tiene de extraño pues que la elección del primer papa jesuita en la Historia, como arzobispo también reconocido por su sencillez y trabajo con los desposeídos, encendiera mi imaginación. Pero en la viña jesuita hay de todo. Y como para que no quedara duda, en su primer acto como papa escogió el nombre de Francisco. El del “varón” que echó su suerte con los pobres de la tierra y que según Rubén Darío tenía “corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, el mínimo y dulce Francisco de Asís”. El que, de acuerdo con la tradición, oyó la voz: “Francisco, repara mi Iglesia”.
Pero hay más, porque Francisco es también el primer papa latinoamericano. Perfila una tendencia, un rumbo nuevo. Latinoamérica es sur, mundo en vías de desarrollo con necesidades y formas distintas de enfrentar la vida en contraste con el mundo imperial. Ante los grandes problemas del sur (desde las relaciones económicas norte-sur, la pobreza y las desigualdades, hasta la guerra y la paz y el ambiente, entre otros) un papa latinoamericano identificado con “la opción preferencial por los pobres” y cuya abuela le decía que “los sudarios no tienen bolsillos” constituye un haber inestimable.
Para mi, como puertorriqueño inde- pendentista comprometido con la gran patria latinoamericana, es además motivo de júbilo la elección de un papa que antes de serlo escribió: “Un pueblo que no tiene memoria y que vive importando programas de supervivencia, de acción, de crecimiento, desde otro lado, está perdiendo uno de los pilares de su identidad como pueblo”. Más aún cuando en su primera reunión como papa con un jefe de estado expresó su satisfacción por los esfuerzos dirigidos a construir, en sus palabras, “la Patria Grande” que soñaron “Bolívar y San Martín”.
Las imputaciones políticas contra el nuevo papa han sido refutadas por Adolfo Pérez Esquivel y por el propio sacerdote a quien supuestamente desprotegió. Pero ciertamente, el papa Francisco tiene posiciones conservadoras respecto a importantes asuntos sociales. No puede olvidarse que el papa es jefe de la iglesia católica, una organización que es, en sus palabras, una institución de fe no una “ONG piadosa”. Difícilmente podría esperarse que un papa nombrado por un cónclave conservador sea portaestandarte de modificaciones fundamentales en áreas como la familia, los derechos reproductivos y la sexualidad, asuntos que aun en las sociedades más desarrolladas, apenas han logrado cierto grado de consenso en las últimas décadas. En todo caso, ya Martí nos enseñó que los hombres no pueden ser más perfectos que el Sol y el Sol tiene manchas; algunos se fijan en las manchas, otros en la luz.
Francisco, el jesuita comprometido con los pobres y el latinoamericano comprometido con la patria grande es una señal de los tiempos, una esperanza.
Ante la elección del papa Francisco, los hombres y mujeres de fe deben hacerse la pregunta del Padre Borges sobre quién quiere más al padre y recordar que “la fe sin obra está muerta”. Y también deben hacerse la misma pregunta el resto de los mortales.
Porque ama más quien cuida al prójimo, particularmente al más débil y necesitado.