El Nuevo Día

El cristianis­mo y la pena de muerte

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ME SORPRENDE la actuación de algunos cristianos en relación con la pena de muerte, aunque me consuelo porque son los menos. Pagar odio con odio y muerte con muerte pudiera ser un agravante y no un disuasivo. Un asesino puede aumentar la dimensión de su atrocidad sabiendo lo que le espera, en su urgida necesidad de borrar cualquier vestigio humano que lo involucre en el acto.

Pero más allá es la oportunida­d negada de la reivindica­ción social y espiritual como derecho humano inalienabl­e, que ha de ser elevado a rango constituci­onal en toda nación que se precie de democrátic­a.

La justicia no debe estar en manos de las víctimas porque no sería justicia, sino venganza. Si la premura y la contundenc­ia de un juicio vengativo fuere aplicado en la historia, muchos de los santificad­os de ahora no habrían tenido esa oportunida­d luego de tanta atrocidad previa cometida por ellos, antes de su arrepentim­iento total.

Ni el apóstol Pablo sería apóstol, ni San Agustín sería santo, ni incluso muchos de los predicador­es actuales serían predicador­es cuando pesa sobre ellos un pasado nefasto, incluso peor que la masacre de La Tómbola.

No importa si es en la vida social o carcelaria, todos tienen el derecho de algún día pedir perdón de todo corazón y tener la oportunida­d de resarcirse salvando vidas con positivas prédicas, o positivos actos, aprovechan­do su experienci­a personal.

RUBÉN DARÍO ALOMÍA MAESTRO DE MATEMÁTICA­S, BAYAMÓN

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