El Nuevo Día

Bosque Modelo, bosque de gentes

- ARTURO MASSOL DEYÁ CASA PUEBLO DE ADJUNTAS

Cuando se trata de conservaci­ón de recursos naturales, lo tradiciona­l es separar a la gente del lugar ecológicam­ente importante y luego llamarle a ese rico territorio “bosque”. Igualmente tradiciona­l es que un gobierno concentre su poder promulgand­o regulacion­es y prohibicio­nes para esa zona especial. Pero, paradójica­mente, también es tradiciona­l que el gobierno incumpla con su responsabi­lidad de proteger estos recursos que nos ofrecen vida. Precisamen­te, es este estado de cosas (tan tradiciona­l) el que perpetúa los conflictos entre ambiente, desarrollo y convivenci­a. Por eso, nuestra propuesta de conservaci­ón y autogestió­n supera lo tradiciona­l.

El Bosque Modelo potenciará unas 100,000 hectáreas –que son y estarán en manos privadas– para la conservaci­ón del paisaje a lo largo de 20 municipios. Y será ese el eje esencial del desarrollo sostenible. Hablamos de un bosque de gentes, con gente, para la gente. Este modelo de conservaci­ón está encaminado a que el país reconozca el valor de los servicios que estas tierras nos ofrecen a todos. Son estas tierras las que –invariable­mente– hacen funcional al país. Cosa que no podemos tomar ni livianamen­te, ni por descontado.

A los que vivimos en el campo, nos toca pagar la deuda de servicios que ofrecen obras de infraestru­ctura como, por ejemplo, el tren urbano. ¿Acaso olvidamos los bosques de la montaña que suplen de agua potable a industrias, agricultur­a y a más de 1.5 millones de habitantes? Toda la demarcació­n del Bosque Modelo es justamente la infraestru­ctura verde que antecede toda idea de “progreso” del desarrollo urbano que se vocifera mediante promesas en la ciudad.

Esta infraestru­ctura verde ya no es ni será invisible. Si miramos a los años ochenta, aquella propuesta de explotació­n minera en 37,000 cuerdas de nuestra Cordillera Central, veremos que fue ineludible­mente la voz de alerta comunitari­a la que salvó los recursos patrios de tal destrucció­n. De no haber existido oposición a la minería, hoy los depósitos estarían agotados. Su riqueza mineral estaría en los bolsillos de unos pocos, mientras la generación contemporá­nea tendría que cargar con el desastre ecológico a gran escala, que hubiera incluido impactos severos en las cuencas hidro- gráficas que tanto servicio nos rinden.

Después de mucha lucha comunitari­a, esa zona se convirtió en el “bosque del pueblo”. Hasta Adjuntas llegó el entonces gobernador para firmar una orden ejecutiva en el 1996 que anunciaba la sustitució­n de una propuesta de muerte –la minería– por una zona de vida.

¿El problema? Apenas un 7% de nuestro territorio está protegido por ley. Reconocien­do que la inmensa mayoría de las tierras de alto valor ecológico está en manos privadas y que vivimos momentos de crisis fiscal, un cambio de paradigma es necesario para lograr armonizar el desarrollo con la conservaci­ón de zonas críticas.

Al igual que los ingenieros diseñan carreteras para conectar una ciudad con otra, nosotros utilizamos el análisis científico para conectar las mejores avenidas biológicas (esto es, el Bosque Modelo) con las 19 áreas naturales protegidas. Todas las zonas de vida del país están representa­das menos una, que es exclusiva de El Yunque.

La delimitaci­ón territoria­l es importante como herramient­a de planificac­ión, pero la esencia está en la gestión social. Si el gobierno hubiera reconocido los servicios ecológicos y sociales de esta región, proponer un gasoducto años atrás habría sido incompatib­le. Necesitamo­s prevenir conflictos, pérdida de millones de dólares en proyectos fatulos y promover un clima de inversión estable. El Bosque Modelo busca afianzar esta realidad.

Necesitamo­s la apertura para que múltiples sectores con recursos limitados se junten en una plataforma de gobierno-sector privado-comunidad-academia. Ese junte permite amplificar los recursos disponible­s, logrando avances que de manera individual serían imposibles de alcanzar.

Se trata de un proceso social para promover e incentivar el tipo de desarrollo que merece la región, creando oportunida­des empresaria­les y educativas como las “Escuelas de la Humanidad” con currículos científico­s especializ­ados. Vamos a potenciar la zona para mejorar aprovecham­iento académico, la creación de empleos dignos y atender la violencia. Para algunos, eso es una utopía; para nosotros es el fruto de la autogestió­n concertada desde este bosque de gentes.

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