La canasta de Juan Bobo
La economía de Puerto Rico es como la canasta de la hermosa escultura-fuente de Juan Bobo en la placita del Condado. Tiene unos rotos obvios y efectivos, por donde se cuela el agua constantemente. Ésa es la idea. A nadie se le ocurre tapar los rotos de la canasta porque la idea no es contener el agua. Es que se cuele para que la escultura tenga sentido.
Igual nuestra economía. La idea no es tapar los rotos por donde se nos escapa el dinero. La idea es que se escape más dinero por los rotos. Para que la economía neoliberal tenga sentido. Para que el capitalismo salvaje tenga sentido. Para que los que más tienen sigan teniendo más, la economía nacional esté supeditada a la globalizada de las multinacionales, los bonistas sean felices a costa del pueblo y el Gobierno siga endeudándose con ellos cada día más para mantener la llave de la corrupción abierta y reducir forzosamente el sistema de bienestar social.
Nos preguntamos por qué no conso- lidar agencias para evitar la dualidad de ejecutivos, contratos y empleados de confianza que son los que encarecen el sistema. ¿Por qué en lugar de aumentar los impuestos no buscamos como recaudarlos mejor? ¿Por qué no protegemos la producción local agresivamente? Porque esa no es la idea.
En el foro público que precedió el acuerdo del presupuesto entre la Rama Ejecutiva y la Legislativa la semana pasada no participó ni un solo representante de las empresas multinacionales que controlan nuestro mercado. Si el país decidiera posponer el pago de la deuda hasta levantar primero la economía local o promover agresivamente la sustitución de importaciones con producción local poniéndole trabas al “dumping”, sería otra cosa.
Mientras las medidas sean para pagar la deuda, endeudarse más, cobrarle más al pequeño y mediano comerciante, y gravar el bolsillo del ciudadano promedio directa o indirectamente, ellos no tienen de qué preocuparse.
Dicen que en ese foro protestó el sector privado. Hay que cualificar eso. El sector privado que vimos es el precario empresarismo nativo que no se convierte nunca en economía nacional sólida porque de una u otra forma le cortan las alas. Pobres ilusos que se llaman a sí mismos capitalistas y nunca han controlado el capital.
Es que en el fondo es cuestión de ideología y nadie quiere aceptarlo. La ideología imperante es la del capitalismo salvaje. La que postula que a los grandes capitales hay que dejarlos sueltos como gabete e incentivarlos para que produzcan más capital para ellos y creen empleos y muevan la economía como resultado colateral.
El problema es que eso no ha pasado ni va a pasar. La economía benigna del libre mercado que suponía un capitalismo con sentido común que generaría una evolución social positiva nunca ocurrió.
Por el contrario, degeneró en una avaricia desmedida que ha abierto la bre- cha de la desigualdad social.
A esa economía descontrolada, los países pequeños no pueden oponerse porque carecen de los sistemas políticos y legales para enfrentar su poder. El capitalismo cada día exige y obtiene más libertad y privatización, menos regulación gubernamental, más restricciones a la organización de los trabajadores, menos restricciones de impuestos y menos restricciones ambientales y sociales a la inversión.
Es la economía descontrolada que produce una elite de ganadores que cada día son más ricos y una masa de perdedores que cada día es más pobre; agrupaciones entre empresas que cierran talleres de empleo para producir más con menos gente, y un control político a nivel mundial que permite que eso siga ocurriendo.
No nos engañemos, Puerto Rico no tiene cómo oponerse a ese poder. La caída del capitalismo salvaje no va a ocurrir aquí. Habría que cambiar de ideología.