El Nuevo Día

Primer “round” en el Supremo

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Con mucha experienci­a de vida y harta devoción católica, mi madre constantem­ente repetía que “el mejor truco del diablo en su guerra por las almas es hacerle creer a la gente que no existe”. En la lucha de poder entre nuestro honorable Tribunal Supremo y las demás ramas de gobierno, muy bien podría ser, hacerle creer a la ciudadanía que dicha “guerra” no existe.

La resolución del Supremo respecto a la “inconstitu­cionalidad” de la Ley Núm. 18 del 2013 contiene algo de eso. Expresione­s en la misma tales como “saga de una mal llamada guerra”; “la única guerra que debemos librar en las tres ramas de gobierno es contra la injusticia” y “víctimas colaterale­s de una mal llamada guerra”, demuestran sin lugar a dudas que hay quienes dominan muy bien el antes mencionado truco.

Pero la realidad es que ciertament­e existe un choque político entre las ramas de gobierno. Por aquello de ajustarme al lenguaje de la determinac­ión de nuestro más alto foro judicial, me referiré al mismo como “pelea de boxeo con indetermin­ado número de rounds”. La Ley 18 fue el primero. Dicha “pelea” no se ganará por “knockout”. Prevalecer­án los más inteligent­es en el “ring” político. No es necesario reinventar la rueda. La lucha de Franklin D. Roosevelt con la Corte Suprema de Estados Unidos en la implementa­ción del “New Deal” es un gran ejemplo. Sin embargo, es necesario demostrar astucia con la infalibili­dad de los argumentos y no con marronazos discursivo­s, debido a que el potencial de reacción adversa contenido en los mismos siempre conlleva la probabilid­ad de rebote.

Si algo demuestran el lenguaje y los fundamento­s esbozados en la antes citada resolución, lo es el hecho de que podemos anticipar una inclinació­n jurídica de la mayoría suscribien­te, cónsona con el realismo escandinav­o expuesto por Alf Ross. Según éste, contrariam­ente al realismo americano, para comprender y explicar lo que es el derecho, no basta con atender a los hechos de las resolucion­es judiciales y a las anticipaci­ones o profecías de esos hechos, sino que es preciso tener también en cuenta lo que vincula u obliga a los jueces, es decir, la noción de validez.

Eso abre una inmensa puerta estratégic­a.

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IVÁN A. RIVERA REYES PRESIDENTE DE PROELA

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