El Nuevo Día

¿Tienes un amigo imaginario?

“Ella no me vio, así que para no interrumpi­r aquella parlanchin­a conversaci­ón, silenciosa­mente me quedé untada en la pared como si fuera un bumper sticker”

- Pensando en voz alta SUZETTE BACÓ Actriz suzettebac­o@gmail.com

Estaba caminando por un centro comercial, aguantando la urgencia de ir al baño. Pensaba que, entretenié­ndome con las vitrinas (sí, ¡las mujeres vemos vitrinas y no necesariam­ente compramos!), se tranquiliz­aría mi presionada vejiga, que a pesar de no haber parido, está f lojita, f lojita.

Pero mi vejiga dijo “no más” y apretó. No me gustan los baños públicos (bueno, qué cará, a quién le gustan...), pero realmente tenía que ir al baño o comprarme un Depend, no tenía otra opción. Llegué al baño y, cuando entro, veo a esta niña como de ocho años que estaba sola lavándose las manos mientras conversaba tranquilam­ente… ¡con su amiga imaginaria!

Ella no me vio, así que, para no interrumpi­r aquella parlanchin­a conversaci­ón, silenciosa­mente me quedé untada en la pared como si fuera un

bumper sticker porque no me la quería perder. Trinqué las piernas, haciendo un torniquete que de forma clara le enviara el mensaje a mi vejiga que bregara, por favor.

La niña se parecía a “Pinina”, ¿se acuerdan? La novela que hizo famosa a la actriz argentina Andrea del Boca… ¿no se acuerdan? ¡Pues bre- guen con eso porque, una de dos, o no son de mi generación o no veían telenovela­s en los 80! En resumidas cuentas, la niña era bella.

Pues, Pinina le estaba pidiendo a “su amiga” que se lavara las manos y le decía: “Recuerda lavarte las manos bien, sacarte el sucio de las uñas, estregarte bien con el jabón y luego secarte las manos. Anda, dale, hazlo… Estoy esperando… (pausa) Sigo esperando… ¡Muy bien, así se hace! Eh, eh, eh… recuerda no tocar nada después que están limpias, porque si tocas algo, te las ensucias y te las tienes que volver a lavar”.

De repente, me vio y se asustó tanto que se quedó paralizada frente al lavamanos como si estuviera jugando un, dos, tres, pescao. Se colocó las manos en la cara e inclinó su cabeza como si estuviera rezando. Fue su forma de “desaparece­r” de allí sin mover un pelo. Es la cosa más tierna que haya visto en mucho tiempo.

No quise agobiarla, así que seguí mi camino directo al inodoro (entre otras cosas porque orinarme frente a una niña de ocho años puede marcarme para siempre) y, cuando cerré la puerta, la escuché decir: “Es hora de irnos”, y entonces... se abrieron las compuertas de Carraízo… y me liberé…

Qué maravilla los niños... tienen la capacidad de ver, crear y vivir en libertad. No estoy segura si es un amigo imaginario o no, Pinina sabrá… pero sí estoy segura de que, de haber sido yo a la que ven haciendo eso, me hubieran encerrado en el Panamerica­no. ¿Será acaso que, a medida que crecemos, perdemos la capacidad de ver, creer y vivir en libertad?

Crecer nos hace bien porque supone que, al madurar, aceptas las experienci­as vividas como lecciones aprendidas. Pero, qué tal si en ese largo caminar no perdiéramo­s de vista al niño que una vez creyó y vivió en libertad.

Qué tal si, cada vez que tu vida se llena de sombras, te dices frente a un espejo: “Es hora de irnos”. Qué tal si cuando te ensucias las manos porque has hecho algo mal, te las lavas bien y recuerdas no hacer lo mismo, porque si lo haces… te las vuelves a ensuciar.

Qué tal si, cuando te sientes triste, cansado y abatido, hablas con un amigo que no ves, pero que sabes que está ahí siempre para ti. Qué tal si de forma personal, y sin que nadie se entere, colocas tus manos en tu cara, inclinas tu cabeza (como si estuvieras rezando) y, sin mover ni un pelo, desaparece­s por un rato... y te encuentras con Dios.

Y entonces, qué tal si después de ese encuentro, como Pinina, crees y vives en libertad…

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