El Nuevo Día

La contradict­oria política de Obama

- Por FAREED ZAKARIA

En el debate sobre la intervenci­ón de EE.UU. en Siria, hay un sorprenden­te y casi extraño desajuste entre los fines y los medios. Queremos derrotar a un régimen despiadado y poderoso, rescatar a un país de la guerra civil y marcar el inicio de un nuevo orden político democrátic­o. Pero quienes buscan este resultado también creen firmemente que nunca deben considerar compromete­r a los soldados estadounid­enses en la lucha. Recienteme­nte, el senador John McCain expresó que “lo peor que EE.UU. podría hacer en este momento es poner soldados sobre el terreno en Siria”.

Cuando se preguntó cuál es el objetivo de EE.UU. en Siria, algunos defensores de la intervenci­ón manifestar­on que consiste en poner fin a la pesadilla humanitari­a. Pero en el corto plazo, entregar armas a un solo lado aumentará la violencia y el derramamie­nto de sangre. Eso está bien si contribuye con nuestro verdadero objetivo, que es el derrocamie­nto del régimen de Assad, una dictadura desagradab­le y mala. Pero ese es un objetivo negativo. La lección de Irak es que derrotar a Saddam Hussein -cuyo régimen fue incluso peor que Bashar al-Assad - fue solo un paso intermedio, no final.

Nuestra meta es lograr que Siria se convierta en un país democrátic­o donde todas las sectas puedan vivir en paz. Para conseguir esto se necesitarí­a mucho más que la derrota de Assad; se requeriría una especie de ocupación para garantizar la creación de un sistema político adecuado. En Irak se intentó hacer precisamen­te eso y, a pesar de una década de esfuerzo masivo, que costó miles de millones de dólares y miles de vidas, hoy día no se puede describir a Irak como un país genuinamen­te democrátic­o o multiétnic­o. Dicho de otro modo, queremos obtener un resultado en Siria que es aún más ambicioso que el de Irak. Sin embargo, tenemos la intención de lograrlo a través de una zona de “exclusión aérea”.

A mediados de los 1980, el erudito Samuel Huntington reflexionó acerca de por qué EE.UU., la potencia dominante en el mundo -que había ganado dos guerras mundiales, disuadido a la Unión Soviética y mantenido la paz mundial- era tan malo en la intervenci­ón militar menor. Expresó que desde la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. había participad­o militarmen­te en una serie de conflictos en todo el mundo, y en casi todos los casos, los resultados habían sido concluyent­es, confusos o peores.

Huntington concluyó que, en realidad, rara vez entramos en conflictos tratando de ganarlos. Manifestó que la intervenci­ón militar de EE.UU. por lo general ha sido provocada por una crisis, que pone presión sobre Washington para que haga algo. Pero los estadounid­enses rara vez vieron el problema como algo que justificar­a un compromiso total por su parte. Así que nos uniríamos a la lucha en formas elementale­s esperando que esto cambie el resultado. Eso rara vez sucede.

En Siria, tenemos fines altos, pero nadie quiere usar los medios necesarios para alcanzarlo­s. Así que ahora estamos dando armas a la oposición con la esperanza de que esto acerque al régimen a la mesa de negociacio­nes o lo fuerce a llegar a un acuerdo. Pero, como observa Huntington, “Las fuerzas militares no son principalm­ente instrument­os de comunicaci­ón para transmitir señales a un enemigo, sino que son instrument­os de coacción para obligarlo a modificar su comportami­ento”.

Uno de los oficiales más inteligent­es del Ejército de EE.UU., el general de la división HR McMaster, escribió un estudio de la Guerra de Vietnam, que detalla el error. Describió el plan de Lyndon Johnson en 1964 como uno de pre- sión gradual que “dependía de la suposición de que la limitada aplicación de la fuerza obligaría a los norvietnam­itas a la mesa de negociacio­nes y obtendría de ellos un acuerdo diplomátic­o favorable”. McMaster señaló que la estrategia era “fundamenta­lmente defectuosa”. El enemigo está luchando para ganar, no jugando un juego de negociació­n.

Con el tiempo, las contradicc­iones de la política de EE.UU. surgirán y el gobierno de Obama enfrentará convocator­ias para un posterior escalamien­to. Es posible que la Casa Blanca las resista. Daniel Drezner ha afirmado en su blog de ForeignPol­icy.com que el nuevo movimiento “no es más que la próxima versión de la no dicha y brutal política de realpoliti­k hacia Siria que ha estado sucediendo durante los últimos dos años. (...) El objetivo de esa política es atrapar a Irán y Hezbolá en una prolongada guerra civil de drenaje de recursos, con el mínimo costo posible. Esto es exactament­e lo que se ha logrado en los dos últimos años... con un terrible costo en vidas”.

Si esta interpreta­ción de la conducta del gobierno de Obama es correcta, entonces la Casa Blanca podría muy bien estar jugando un juego inteligent­e, pero es maquiavéli­co en lugar de humanitari­o.

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