UN CASA EN CASA
El Instituto de Cultura Puertorriqueña ha entregado a un grupo de artistas una serie de espacios en el Museo Casa Blanca para recuperar la tradición del taller
Son incontables los artistas que han teorizado sobre la importancia de la soledad en el proceso creativo. Sin embargo, no es exagerado decir que el contacto con otros artistas y su influencia directa también ha sido esencial en la historia del desarrollo del arte. Ya sea por amistad, por enemistad o por pura casualidad, el encuentro de dos mentes creativas algún efecto tiene en el resultado de una obra.
El arte puertorriqueño está plagado de ejemplos, sobre todo, en espacios como la gráfica, uno de los pilares de nuestra tradición. Y es con esa tradición como marco que el Instituto de Cultura Puertorriqueña dio pie durante el comienzo de este semestre al proyecto Talleres de Artista en Casa Blanca, una iniciativa que tiene como fin ofrecerle un espacio -a modo de es- tudio- a un grupo de artistas plásticos para que desde allí trabajen su obra.
Los seleccionados fueron: Karlo Andrei Ibarra, Rogelio Báez, Rafael J. Miranda y Omar Velázquez. Igualmente, se le ha dado un espacio al galerista Alexis Figueroa, creador del proyecto Trailer Park Proyects, para que funja como gestor cultural de la obra que allí se genere. Cada uno tiene un espacio independiente a excepción de Miranda y Ve- lázquez quienes han establecido allí el Taller Gráfico José Rosa desde el cual no solo laboran en proyectos propios sino que ofrecen servicios a personas privadas e instituciones.
“Hay mucho que habilitar todavía pero era un espacio que estaba disponible y pensamos en ofrecerlo a los artistas que más necesitan apoyo que son los artistas emergentes”, explicó Melissa Ramos Borges, curadora asociada del Programa de Artes Plás-
ticas del Instituto de Cultura Puertorriqueña quien laboró en la selección de los artistas junto a la directora del programa, Marilú Purcell.
Los criterios para la selección se basaron esencialmente en la calidad de la obra de los artistas, así como de su potencial para convertirse en figuras internacionales. A eso sumaron el que se tratara de personas que ya hubiesen compartido espacios en el pasado de manera que se creara una dinámica sólida entre ellos. Aún así llamó la atención la ausencia de mujeres.
“Sabíamos que esa iba a ser una gran crítica y tenemos esa preocupación pero estamos ante un proyecto piloto y queríamos ver inicialmente dinámicas que sabíamos que funcionaban. Hay muchas mujeres artistas en las que pensamos y que podrían estar y definitivamente las contemplamos para el futuro”, explicó la curadora toda vez que destacó que se decidió apoyar además al Trailer Park Proyects por entender que trabaja con una visión afín a lo que buscan lograr con los talleres. “Ojalá esto lo podamos reproducir en otros espacios que sean del ICP”.
De manera que así han quedado establecidos, puerta con puerta una serie de estudios desde los cuales lo mismo se cons- truyen maquetas para esculturas, que se crean pinturas o se imprime obra gráfica. En un gran pasillo se cruzan, se hablan, se interconectan y los resultados ya empiezan a ser palpables como el modo en que Rogelio Báez admite haber sido influenciado por sus conversaciones con Karlo Ibarra respecto a la importancia de la palabra escrita en la creación.
En fin, que se cruzan y se intersectan.