DE VUELTA AL BATEY COMUNITARIO
Un examen de la historia nos ilustra que el ser humano ha tenido, históricamente, un lugar de encuentro y reunión en sus asentamientos, sea una ciudad, un pueblo o una villa. En ese espacio de encuentro es donde la comunidad comparte, establece relaciones y hace negocios. Los ejemplos históricos van desde el Ágora griega y el Foro romano de la antigüedad occidental hasta el Batey taíno de nuestra historia precolombina. Esa necesidad humana, que no está adecuadamente suplida en repartos urbanos contemporáneos, es un componente fundamental de nuestra vida social que tenemos que rescatar.
El espacio que construimos debe ser concebido como un escenario en el cual las personas puedan encontrarse y comunicarse. En un recorrido cualquiera vemos que estos espacios abiertos contemporáneos no son planteados y proporcionados correctamente resultando en el aislamiento de las personas. Nuestras edificaciones, es decir, nuestra arquitectura, deben diseñarse para que fomente la comunicación, la conexión y la colaboración. En su lugar vemos edificaciones aisladas, que no reconocen su vecindario o, como decimos los arquitectos, su contexto. Esto tiene como resultado edificios ensimismados, tributo al aislamiento y al individualismo.
En un mundo donde cada vez vemos más cosas desalambradas, “wireless”, donde el WI-FI es un activo que vende desde cafeterías hasta restaurantes de comida rápida, todavía es palpable en nuestra gente la necesidad de congregarse. Cuando la arquitectura de un lugar atiende e incorpora espacios para el uso común y se plantean funciones de uso dentro y fuera del edificio, comenzamos a ver la interacción social, el sentido de comunidad y de vivir la ciudad. Son esos los espacios urbanos y comunitarios los que la arquitectura debe seguir proponiendo y mejorando.
Lugares como La Placita de la 19 y la Ventana al Mar son ejemplos al punto de la fuerza de la arquitectura como disciplina hacedora de espacios que fomentan la interacción social y comunitaria. No son los único ejemplos, claro está. Nuestros centros urbanos tradicionales, todos se organizan alrededor de una plaza donde el poder eclesiástico y civil se emplazaban y a partir de lo cual el poblado crecía en forma de manzanas rectangulares. La plaza del pueblo era el punto de encuentro, del coqueteo, de la fiesta de pueblo, y del quehacer cotidiano.
Ese método de ordenamiento urbano y de desarrollo, que emanaba de las Leyes de Indias en tiempos de España, cayó en desuso y hoy vemos repartos donde el espacio abierto es frecuentemente el espacio residual, lo que sobra, al margen de una subdivisión o un conjunto de unidades de vivienda. En desarrollos
CUANDO LA ARQUITECTURA
DE UN LUGAR ATIENDE E INCORPORA ESPACIOS PARA
EL USO COMÚN Y SE PLANTEAN FUNCIONES DE USO DENTRO Y FUERA DEL EDIFICIO, COMENZAMOS A VER LA INTERACCIÓN SOCIAL, EL SENTIDO DE COMUNIDAD Y DE VIVIR LA CIUDAD. SON
ESOS LOS ESPACIOS URBANOS Y COMUNITARIOS LOS QUE LA ARQUITECTURA DEBE SEGUIR PROPONIENDO
Y MEJORANDO.
como Encantada, Mansiones Reales y Los Paseo vemos los espacios comunitarios consolidados en la entrada o en un extremo del reparto, obligando al uso del vehículo, o lo que es peor, al desuso de estos espacios comunales. Visto desde el punto de vista de desarrollo sostenible, que siempre debe estar presente, un diseño que se organice y distribuya a partir de estos espacios comunales provee oportunidad de ahorro de energía, de espacio y de medios. Esto además de favorecer un sentido de comunidad y de fomentar la solidaridad a través del sentido de pertenencia comunitaria con esos espacios de uso común y comunal.
Tenemos que cuestionarnos si la forma de nuestro entorno construido fomenta una vida en comunidad y solidaria o si debemos cambiarla. Este es el desafío que debemos asumir como país. Y los arquitectos y arquitectos paisajistas debemos asumir nuestra responsabilidad social y profesional en este quehacer. Es profesionalmente ético considerar la solidaridad y el bien común y pensar en una arquitectura solidaria con el usuario y con el medio ambiente para mejorar nuestro entorno físico y nuestro quehacer social y comunitario?
El autor es arquitecto practicante, expresidente del Colegio de Arquitectos y Arquitectos Paisajistas de Puerto Rico y profesor en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Puerto Rico y en el Centros de Estudios para el Desarrollo Sustentable de la Universidad Metropolitana. Para contacto escriba a jamorenorivera@gmail.com.