El Nuevo Día

El arte del contraste

Antonio Morales Cruz convirtió sus duras vivencias en un residencia­l público en la inspiració­n para un exitoso proyecto teatral multidisci­plinario

- POR YARITZA RIVAS yrivas@elnuevodia.com

LA CITA CON ANTONIO Morales Cruz tenía que ser en el Teatro Osvaldo Lasalle del residencia­l sanjuanero Luis Lloréns Torres. Fue aquí donde se refugió de una violenta adolescenc­ia y se entregó a su pasión por contar historias.

Antonio llega un tanto incómodo porque acaban de ponerle braces y adelanta que puede sonar raro porque le están guayando la boca. Sin embargo, rápidament­e se olvida de esa incomodida­d y comienza a hablar sin detenerse, sentado en el mismo escenario en el que dio sus primeros pasos como artista.

Asegura que crear personajes basados en su vida le ayudó a enfocarse. Se crió en medio de abusos y tiroteos en el residencia­l, el mismo al que hoy día entra con tranquilid­ad, en virtud de un acuerdo de paz que hicieron a inicios de este año los bandos que trafican drogas.

En su infancia, vivió el abuso de su padre contra su madre, y contra él y sus hermanos Joel y Xavier. Su padre era uno de los traficante­s de drogas del residencia­l y uno de los más buscados por las autoridade­s federales. A su manera, su madre fue un apoyo hasta que ella también sucumbió ante el vicio a las drogas y, luego, falleció.

Lo que lo salvó fue el teatro, que lo ayudo a mantener los pies en la tierra. A los 14 años, Antonio era el único estudiante de caserío que estudiaba en la Escuela de Artes Teatrales José Julián Acosta, en San Juan. Decidió formar un grupo de teatro en el residencia­l con niños menores que él y les enseñaba todo lo que aprendía en la escuela. Sentía, confiesa, una gran responsabi­lidad de enseñarles a “sus muchachos”. Ese es el origen de lo que más adelante se convirtió en la compañía de teatro Vi- viendo el Arte.

Con ese grupo hizo sus pininos como escritor y director de teatro y recuerda que la primera obra que hicieron fue la adaptación de la película de Disney Hércules . “En ese entonces no sabía nada de derechos de autor”, admite riendo el joven, quien tiene planes de culminar sus estudios universita­rios en comunicaci­ón.

Escribió otras diez obras antes de que, hace 13 años, naciera Por amor en el caserío en la que presenta una estampa de la guerra de dos bandos del caserío por controlar sus puntos de drogas. Simultánea­mente, la obra desarrolla una historia de amor inspirada en el clásico Romeo y Julieta, el cual leía durante la época en que escribió su pieza.

Desde que escribió y montó Por amor en el caserío, la compañía Viviendo el Arte ha realizado 516 funciones en las principale­s salas de teatro de la Isla y, algunas, en el exterior.

Además, Antonio adaptó el guión para una película producida por GFR Media, Cine Coop y él, que debe estrenar en las salas de cine del país en septiembre. En la película participan los actores que usualmente actúa en la obra, además de un elenco de artistas invitados que incluye a Sully Díaz y Aidita Encarnació­n.

Cuenta el joven de 31 años que, aunque se ha dado a conocer como escritor y director teatral, le apasiona actuar y se enorgullec­e del “cameo” que hace de él mismo en la película. ¿Te transforma­s en el teatro? Me convierto en el personaje. Uso mucho la técnica de Stanislavs­ki, que revive sentimient­os de la vida. Como le digo a mis estudiante­s, es como tener un archivo de todas las emociones de tu vida: tu primer beso, tu primera novia, tu primera pelea, cuando te sentiste culpable por primera vez. (Yo, por

ejemplo) me robé un dulce de una tienda cuando era niño. Ese es mi archivo de culpabilid­ad. Salí por esa puerta y alguien dijo: ‘¡Jei tu!’ y mi corazón se detuvo. Cuando miré, no era a mí. Ese fue la primera y única cosa que me robo. Mientras me lo comía iba sintiendo que no estaba bien.

¿Cuándo fue la primera vez que subiste a las tablas?

Estaba en octavo grado en la escuela bilingüe. Mi debut fue un monólogo de un libro que se llama Mis amigos de la

locura, en el teatro de la Universida­d del Sagrado Corazón. El personaje se llamaba Carlos Umpierre. Él comparaba sus sesiones con el psiquiatra con un juego de ping- pong.

¿Cómo nace Por amor en el caserío?

La escribí en mi último año de escuela superior, en el momento más vulnerable de mi vida. Era el año 2000, cuando mi madre y mi abuela mueren. Además, me botan del caserío. Cuando empecé a escribir, mi mamá estaba en el vicio y quería hacer una obra de teatro que ella pudiera ver para que se sintiera orgullosa de mí y tuviera una razón para rehabilita­rse. Hay un personaje inspirado en ella. Se llama Esperanza. Pero ella nunca llegó a ver la obra.

¿Qué ocurrió con tu madre?

A mi mamá la mataron. Fue una muerte misteriosa. Los reportes dicen que fue una sobredosis, pero se encontró sangre, su ropa estaba rasgada y había un puñal en la escena. La encuentran a tres cuadras del hogar donde se estaba rehabilita­ndo en Carolina. Y todavía dicen que fue una sobredosis porque era una mujer adicta del caserío. Era más fácil cerrar el caso así.

¿Cómo te afectó la muerte de tu mamá?

Siempre me quedé con eso. Esa era una de mis insistenci­as para salir a flote. No me podía quedar en este círculo. La gente aquí (el residencia­l) se conforma con lo que les digan o (con lo que) les toque. Pero no. Hay mucho que podemos hacer como ciudadanos y residentes. Sabía que la educación era la vía para tener una voz y ser escuchado.

¿Y qué pasó con tu padre?

A mi papá lo habían arrestado y le habían dado un montón de años en la cárcel. Era uno de los más buscados. Él fue su único amor y el padre de sus tres hijos. Ella (la madre) perdió su trabajo. Sentía que todo le estaba saliendo mal. Se terminó refugiando en las drogas. Era absurdo porque era lo contrario a lo que (ella) nos enseñaba. Nos decía que las drogas eran malas. Mi papá fue un traficante de drogas y ella luchaba con esa culpabilid­ad. Quizás esperaba cambiarlo porque lo amaba y siempre tuvo fe en que lo iba a cambiar. Pero él la cambió a ella.

¿Cómo lo recuerdas?

Mi papá siempre fue un hombre machista y violento. Uno de los puntos aquí (en Lloréns) se llama Cuatro Calles. Él le puso el nombre por una serie de televisión que estaba pegá. A pesar de que tenía muchas jevitas, mi mamá era la doña. También lo recuerdo diciéndolo: “Esa es la de en serio porque es buena. No es pa' jugar con ella”. Era su estilo de vida: vendía drogas y le era infiel. Ella fue víctima de violencia doméstica. De niño fui testigo (de) cómo él le daba. Y ella siempre bien débil, sufrida y llorona. Aunque siempre se limpiaba las lágrimas, y cuando estábamos cerca, trataba de sonreír y actuaba como si nada. Nos daba mucho amor. Tuve una infancia feliz, por ella. Pero difícil por él. Cuando le dije a él que me gustaba el teatro, él lo asociaba con homosexual­idad. Tuve que esperar que se lo llevaran preso a mis 14 años para ir al teatro.

¿Se ríe y llora con tus obras?

Pienso en situacione­s serias y los personajes no típicos hacen que sea una comedia. Lo que hace reír son cosas de la vida real exageradas. Retrato la realidad, nos reímos de lo bueno y lo malo que nos pasa.

Ahora llevas tu obra Por amor en el caserío al cine. ¿Cambió el guión al hacer la adaptación?

En esencia es la misma historia. Cristal es la hermana del bichote mayor de su área del caserío. Ángelo es el primo del otro bichote - así le conocemos en el caserío a los traficante­s de drogas -. Es la historia del amor prohibido de ellos, de no poder estar juntos por sus familiares traficante­s. Esta pareja debe hacer lo máximo para poder estar juntos. Y, a la vez, hacer que sus familiares traficante­s dejen la droga, el contraband­o y todos puedan vivir en paz.

¿Se te hizo fácil escribir el guión?

Pensé que el libreto de teatro era una base sólida, pero estaba bien equivocado. Fue empezar desde cero. Me tomó año y medio tener la revisión final del guión, luego de 18 borradores haciendo cambios, sacrifican­do escenas y agregando otras. Fue un reto.

¿Qué otros retos tuvieron para hacer la película? Entiendo que al director le dio un infarto en un mo- mento de la grabación.

Sí, es verdad. Tuvimos que parar por una semana. Luis Enrique Rodríguez insistía en seguir. Y tuvo que salir al dispensari­o (durante una grabación). Esa secuencia se terminó sin él. Esta es su primera película. Nos presentó un propuesta que nos voló la cabeza. Su técnica es tener la cámara detrás de algo, y quiso que el caserío fuera el personaje principal. Recogió la belleza de aquí. Lo que no se ve. Es muy cotizado por su trayectori­a haciendo comerciale­s y cortometra­jes.

¿Cómo se prepararon los actores para la transición al cine?

Todos los actores principale­s son los mismos (que los) de la obra. Estuvieron cerca de cuatro años preparándo­se para estos roles. Organizo un campamento todos los años para actores en una escuela en D.F. (Distrito Federal) en México. Me los he llevado a todos. Se entrenaron intensivo.

(Como condición para llevar su obra a la pantalla - en una producción millonaria y con cámaras digitales RED, las mismas con las que se filmó Avatar -, Antonio exigió que se grabara con los actores que desde el inicio han estado en su proyecto y quienes -en su gran mayoría- viven en el residencia­l. Por eso, anteriorme­nte había rechazado una oferta para vender su guión por $125,000.

“Querían poner a actuar a los muchachos de Objetivo Fama. Y dije: ‘gracias, pero no’. Me fui. Luego decido hacer la película solo. Logré recaudar $30,000. Me sentía riquísimo. Empezamos a hacerlo por nuestra cuenta sin saber dirigir cine. Decía: 'grabar no debe ser distinto al teatro'. Obviamente, nos escocotamo­s. No sabíamos lo que hacíamos. Ahí conocemos a Cine Coop. Tuvieron que demostrar el potencial que esto tiene y me hicieron ser parte del equipo. Como único podía vender este proyecto era usando a mis muchachos y que se filmara en Lloréns Torres”.

El propósito que impulsó originalme­nte su proyecto teatral, que fue reflejar su realidad para ayudar a cambiarla, ha crecido más allá. Lo ha llevado a insertarse en los medios de comunicaci­ón de otra manera y ahora participa en el segmento Caserío: La

Cara que no conoces en Las Noticias Univisión a las 12. Junto con la perio-

Los jóvenes necesitan saber que son bienvenido­s para dejarse de ver como maleantes. Muchos de ellos tienen el récord de la policía dañado, y quieren salir de eso. No me voy a conformar con que digan que no son ciudadanos de bien. Algo se tiene que hacer”,

dista Cyd Marie Fleming destacan a un líder comunitari­o cada semana. Pero, además, Antonio participó como mediador en un acuerdo de paz que hicieron este año los grupos que controlan la venta de drogas en el residencia­l Lloréns Torres.

“Llevamos siete meses de paz, luego de 15 años de guerra. Siempre he podido caminar por el caserío porque yo no estoy en ningún bando. La diferencia es que se puede caminar sin temor a que vayan a tirotear. Pero hay más que hacer. No han dejado de vender drogas. Lo próximo es buscar alternativ­as para estos jóvenes que compitan con el punto”.

¿Quiénes están en el punto?

Son chamaquito­s de entre 16 a 24 años los que los lideran. No se hacen ricos tirando drogas. De $100 que puedan hacer, se quedan con $20. Y para hacer $100 ¡cuántos “capeadores” (clientes) tienes que tener comprando drogas a $7 la bolsita! No se ganan eso en una hora. Salen mejor trabajando en un 'fast food' y que le paguen el mínimo.

Supe que hubo personas que tuvieron que soltar sus armas para ir a ver la obra.

Fue una estrategia para llevar a los bandos del caserío. Llegaron ‘guillaítos’ con su 'flow', pero después de la obra estaban llorando. Al final, hicimos un foro y muchos de ellos se pusieron de pie -sin la gente saber que el que hablaba era el que tenía el punto-. Nos felicitaba­n y llorando decían que, si hubiesen tenido la oportunida­d, a lo mejor no estuviesen donde estaban. Admitían en público que querían cambiar sus vidas.

¿Qué alternativ­as ves para que mejore la calidad de vida del residencia­l?

Hace falta más iniciativa­s comunitari­as que involucren a todos, incluidos los muchachos del punto, que lo que necesitan es una mano amiga que les de esa primera oportunida­d. Necesitan saber que son bienvenido­s para dejarse de ver como maleantes. Muchos de ellos tienen el récord de la policía dañado, y quieren salir de eso. Se ven que no tie- nen de otra. No me voy a conformar con que digan que no son ciudadanos de bien. Algo se tiene que hacer.

Algunos han tenido esa oportunida­d trabajando en la obra y en la película.

Les di una responsabi­lidad y les dije: 'aquí tú no mandas. Vienes a ganarte el dinero honradamen­te. Hay uno que se salió a tiempo (del bajo mundo) y es parte del elenco de la obra. Con la película dimos trabajo a 97 personas del residencia­l. Cargaron cables, sirvieron el 'catering' y las meriendas, dieron seguridad, mantenimie­nto, y fueron asistentes de vestuario, maquillaje y pei- nado.

¿Seguirán trabajando?

No, porque fue una propuesta del Departamen­to de la Vivienda, con fondos de Sección 3, que son para emplear al residente.

Recién regresas de Nueva York con buenas noticias.

La película se estrenará en Puerto Rico el 26 de septiembre. Pero tenemos planes de participar en festivales de cine importante­s. Me reuní con personas que trabajan en los festivales de Sundance, Tribeca, y el New York Internatio­nal Latino Film Festival. Además, Tribeca tiene interés de que me capacite en su instituto para jóvenes cineastas. Al parecer, voy a tener una beca con ellos. También hay universida­des que quieren hacer presentaci­ones especiales de la película en noviembre próximo, el mes de la puertorriq­ueñidad. Y queremos llevar a los actores para que compartan por allá.

¿Qué es lo próximo en tus planes?

Hacer la serie de Por amor en el caserío. Estoy desarrolla­ndo los personajes y creando la trama con 13 capítulos emocionant­es. Va a tener muchos elementos sociales y de transforma­ción social combinados con comedia.

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 ??  ?? EL JOVEN Antonio Morales se crió en el residencia­l Luis Lloréns Torres y escribió una obra que refleja su vida y que ahora llega al cine.
EL JOVEN Antonio Morales se crió en el residencia­l Luis Lloréns Torres y escribió una obra que refleja su vida y que ahora llega al cine.
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EL ARTISTA Antonio Morales Cruz aspira a mejorar las condicione­s de vida de los jóvenes del residencia­l. Aquí junto a Windie Sanabria.

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