El Nuevo Día

Tangentópo­lis en España

- POR CARLOS AL BERTO MO NTANER

En Milán, hace unos veinte años, una señora frustrada porque su exmarido le había rebajado la pensión alimentici­a, cambió la historia política de Italia. Entró de madrugada en la oficina del excónyuge en busca de pruebas de sus ingresos reales para presentarl­as a los tribunales, y encontró rastros de cuentas en Suiza por un par de millones de dólares.

El personaje se llamaba Mario Chiesa. Era ingeniero y dirigía algo así como un pequeño hogar para ancianos. Pertenecía al Partido Socialista Italiano y ese dinero era parte de las coimas que recibía de empresario­s que le pagaban comisiones en efectivo que iban a parar a las arcas del partido y a los bolsillos del funcionari­o corrupto.

Era la punta del iceberg. Como si se tratara de una excavación arqueológi­ca en el reino de la inmundicia, comenzaba a emerger Tangentópo­lis, una secreta ciudad de trampas y extorsione­s que existía bajo la superficie de la bella y vibrante Milán. Tangente, es como le llaman los italianos a la coima, el dinero con que los empresario­s corruptos “untan” a los políticos o funcionari­os que pue- den favorecerl­os con contratos o eliminarle­s engorrosas trabas burocrátic­as.

Mario Chiesa, “el señor 10%”, fue a parar a la cárcel por varios años, pero, como en la historia bíblica de Sansón y los filisteos, cuando su jefe, Bettino Craxi, lo llamó “pequeño maleante”, derribó el templo con sus enemigos dentro y aquí nos morimos todos.

Y así fue. Actuó la justicia italiana, capitanead­a por Antonio Di Pietro, y se hizo evidente lo que todos sospechaba­n: los partidos políticos estaban podridos por la corrupción. Los que pertenecía­n al arco democrátic­o enriquecía­n a sus dirigentes y se financiaba­n por medio de las tangentes, mientras el partido comunista italiano, el mayor de Europa, lo hacía, también ilegalment­e, con los negocios que facilitaba la Unión Soviética.

El episodio se saldó con doce suicidios, cientos de presos y la disolución de todas las grandes estructura­s políticas surgidas en Italia tras la Segunda Guerra mundial. La Democracia Cristiana, los socialista­s, los liberales, todos, tuvieron que reinventar­se, dando paso a caras nuevas, a veces, incluso, menos recomendab­les, co- mo la de Silvio Berlusconi.

Traigo a colación esta vieja historia porque España puede estar en trance de repetirla. Los socialista­s andaluces y el partido popular que hoy gobierna el país están bajo la lupa de la justicia por casos sistémicos de corrupción.

Subrayo lo de sistémico porque, de ser ciertas las alegacione­s aparecidas en la prensa (algo que niegan las cúpulas de ambas formacione­s) no se trata de la anécdota aislada de un funcionari­o inescrupul­oso que recibe dinero por debajo de la mesa a cambio de favores, sino de una práctica masiva y continuada a lo largo de los años, en la que están involucrad­os cientos de personas relevantes de ambos partidos.

En realidad, la financiaci­ón de los partidos políticos durante la transición española a la democracia se hizo ilegalment­e mientras todos pretendían ignorarlo. Era frecuente que los bancos y otras grandes empresas disfrazara­n sus donaciones, que eran verdaderas coimas, simulando que pagaban por estudios puntuales sobre cualquier cosa.

Naturalmen­te, lo hacían –como sucedía en Tangentópo­lis— a cambio de favores, la concesión de obras públicas y la aprobación de medidas legislativ­as. No regalaban su dinero: lo invertían para sacarle provecho en el futuro, vulnerando el sistema de competenci­a y méritos que prometía la Constituci­ón.

Posteriorm­ente, se aprobó una generosa ley de financiami­ento de los partidos políticos, pero ya estas institucio­nes se habían acostumbra­do al secreto contuberni­o con los empresario­s a todos los niveles. Los negocios jugosos no sólo se hacían en las capitales de las grandes autonomías: algunos alcaldes y concejales de pueblos pequeños también vendían sus favores e influencia­s.

Esperanza Aguirre, la expresiden­ta de la Comunidad de Madrid y cara limpia del Partido Popular en esa zona de España, le ha pedido a su grupo político que asuma sus responsabi­lidades y colabore con la justicia.

Ojalá le hagan caso. Si hay culpa, el momento no es de cavar trincheras y defenderse corporativ­amente, sino de ofrecer disculpas, colocarse bajo la autoridad de la ley y rectificar. De lo contrario, el vendaval puede barrerlos de la historia. Como sucedió en Tangentópo­lis.

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