El Nuevo Día

MÁS QUE UN GUAGUANCÓ

A diez años de la muerte del maestro Tite Curet Alonso, celebramos la trascenden­cia de su obra

- POR ANA TERESA TORO .ana.toro@elnuevodia.com

La estatua de don Catalino “Tite” Curet Alonso en la Plaza de Armas te abraza, te ofrece un hueco donde acomodarte, donde volverte familia. La camisa fresca, el sombrero, la nobleza de la mirada del que cuenta... eso evoca el sencillo homenaje que le rinde el Viejo San Juan al gran maestro compositor de la música caribeña, autor de cientas de canciones en las que más de una generación vio reflejada su vida, con alegrías y tragedias, con sus vueltas y revueltas.

Amigo de la niñez de Rafael Cortijo, Ismael Rivera y Daniel Santos, Tite nació en el barrio Hoyo Inglés del municipio de Guayama. Su madre era costurera; su padre músico de la orquesta de Simón Madera y profesor de español. Tras la separación de sus padres se trasladó a Barrio Obrero en San Juan.

Se formó en sociología y periodismo. Trabajó en el Servicio Postal de los Estados Unidos, en el diario La Prensa en Nueva York y en publicacio­nes como Variedades , Vea , Estrellas , El Mundo , El Reportero, El Vocero y Primera Hora. Publicó el libro De la vida misma y mantuvo por años el programa semanal, Tropicalís­imo, en Radio Universida­d.

Según documenta la biografía de don Tite, escrita por Javier Santiago de la Fundación Nacional para la Cultura Popular, fue La tirana, en voz de La Lupe, seguida de Carcajada final y Puro teatro, la canción que lo dio a conocer como compositor. Sus vivencias de barrio, sus experienci­as como periodista y el hecho de que poseía tal dominio del lenguaje que sabía cuándo y cómo usar una palabra de domingo en una letra que contara algo cotidiano sin que ni la historia o el público lo resintiera­n, fueron algunos elementos clave de su prolífica creación musical.

Esas historias/canciones las aprovechar­on voces como Los Andinos, Los Condes, Tito Rodríguez, Ismael Rivera, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Pete “El Conde” Rodríguez, Cheo Feliciano así como otras que creó para el maestro Cortijo, para Ray Barreto y Willie Colón, entre otros nombres puntales de la salsa.

Y es que no podía ser de otra manera porque, como dicen y repiten quienes lo han admirado siempre, nadie como don Tite para retratar la calle, para encontrar poesía en las cosas más sencillas, para hacernos bailar como pensando con el cuerpo.

Su biografía es extensa y la trascenden­cia de su música incuestion­able, aunque no estuvo en su momento exenta de controvers­ia.

“A su partida del plano físico, acaecida el 5 de agosto de 2003, el pueblo se volcó en las calles en expresión de duelo. Por años sus canciones quedaron fuera de la radio debido a una controvers­ia con su entonces casa editora. Tras un intenso litigio, en enero de 2009 unas 700 canciones de su autoría fueron liberadas”, señala Santiago en su biografía.

Un año antes, su obra musical fue analizada en el libro Tite Curet Alonso: Lírica y poesía, de la folklorist­a Norma Salazar. Y en el 2011, el Banco Popular le dedicó su especial navideño de 2011 titulado Sonó, sonó… Tite Curet . Al momento, aún se espera por la salida de la producción La poesía negrista de Tite Curet Alonso, grabada en 2002 bajo su supervisió­n por Norma Salazar y el grupo Plenibom para la Fundación Nacional para la Cultura Popular.

Pero en la calle, a diez años de su muerte que se cumplieron el pasado lunes, don Tite resuena. Quienes lo aprecian rememoran el tiempo que siempre dedicaba a quienes se acercaban a conversar con él en la Plaza de Armas o lo recuerdan entrando y saliendo de Radio Universida­d para hacer su programa. Quienes no lo conocimos en vida, evocamos la primera vez que escuchamos una canción suya; era como bailar leyendo, mover el cuerpo mientras se imaginan historias, era recordar -como dice el sociólogo Ángel “Chuco” Quintero- que el cuerpo y desde el cuerpo también se hace cultura y que, en muchas circunstan­cias y de muchas maneras, siempre valdrá más un guaguancó que un maldeamor.

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