El Nuevo Día

Un cuerpo para construir

DE CARA A SU INTERPRETA­CIÓN DEL COMPOSITOR RAFAEL HERNÁNDEZ, EL ACTOR MODESTO LACÉN REFLEXIONA SOBRE SU VIDA Y SU OFICIO

- POR ANA TERESA TORO ana.toro@elnuevodia.com

No es vergüenza, es pudor. Queda un dejo de eso que le da a la gente cuando sabe que lo miran, en el rostro del actor Modesto Lacén. Impercepti­ble cuando está en el escenario, pero fuera de él, algo hay en su gestualida­d que lo confirma: todavía, de vez en cuando, llega el estupor.

Se nota cuando habla de su niñez, cuando rememora el niño que fue en Loíza y el hombre de 36 años que es hoy y que siempre regresa a su Isla, que ya no es su casa -hace seis años que vive en Nueva York-, pero siempre y de muchas maneras es su hogar.

En esta ocasión se encuentra en el País por varias razones. La primera para asistir al Festival Internacio­nal de Cortometra­jes Cinefiesta, que culminó recienteme­nte, y en el que se presentó por primera vez como actor en el corto Cualquier infinito po

sible de Roi Fernández. La segunda, para recibir el homenaje que se le rinde esta noche en el marco de la primera edición del Puerto Rico Internatio­nal Film Fest and Convention que culmina hoy. Y la última para interpreta­r por tercera ocasión en su carrera a un personaje histórico que sigue presente y vivo en la cultura pues, este viernes, subirá a escena para dar vida al compositor Rafael Hernández en la pieza teatral Sophy... A Rafael Hernández... Hasta siempre, mi Jibarito.

Primero fue Pedro Knight, en el 2007 en el musical que nació en Nueva York y que narró la vida de Celia Cruz. El segundo, fue Roberto Clemente en la memorable pieza teatral DC-7: La

historia de Roberto Clemente y ahora el jibarito, Rafael Hernández, ese hombre que todos los días nos pone palabras en la boca cuando cantamos sus boleros y sus canciones, cuando toca sentir la Ausencia , añorar las Campanitas de cristal, bailar

El cumbancher­o o vivir una vez

más el Lamento Borincano.

La grandeza de cada uno de estos personajes es, a su vez, la complejida­d que pueden representa­r para un actor. Todo el mundo ya tiene una imagen preconcebi­da de estas figuras, los sienten suyos, los conocen. Podría ser muy fácil no llenar las expectativ­as. Pero hasta los iconos se construyen y se reconstruy­en sobre el cuerpo de un actor. De ahí que Lacén comience su proceso desde el cuerpo mismo y todo lo que carga. “Por ejemplo, con don Pedro Knight, más allá de la fisicalida­d y el parecido que pudiera tener con él, busqué entender su humanidad, sus virtudes, sus defectos porque todos esos hombres históricos, por su propia naturaleza, son mitificado­s”, cuenta Lacén durante el preámbulo a la sesión de fotos que acompaña este artículo y en la que demostró una vez más que su relación con las cámaras es un asunto de intimidad. Ellas lo miran, pero él las mira de vuelta.

Soy un hombre, un ser humano y sí soy negro y puertorriq­ueño pero tenemos que quitarnos esa cosa de víctimas y darnos a respetar por nuestro trabajo y el que quiera ser racista que lo sea pero a mí me tienes que respetar porque estoy haciendo un trabajo como es”.

MODESTO LACÉN

ACTOR

Con cada uno de estos personajes buscó además un elemento personal que lo vinculara con sus historias. En el caso de don Pedro, por ejemplo, fue el amor de sus padres, un matrimonio de 48 años lo que le permitió conectar con la historia de amor de don Pedro y Celia. Con Clemente, la conexión vino “del orgullo grande que él tenía de ser negro puertorriq­ueño”.

Asimismo, con todos urga en uno de los elementos primarios en una caracteriz­ación, algo que no vemos pero llena el espacio. Se ocupa de la voz. “Es un detalle que toma trabajo porque la gente siempre ve imágenes de estos personajes”, lo dice y gesticula cómo Clemente movía su boca de lado a lado al hablar, o cómo don Pedro paraba sus labios un poquito hacia alfrente, como encapsulan­do esa voz redondita que regala el acento cubano. De don Rafael Hernández hay mucho menos pietaje que él haya podido estudiar, aún así sigue buscando su sonido y sobre todo insistiend­o en prestar atención a aquello que los hace humanos.

“Roberto por ejemplo tenía problemas de anger issues. Cuando jugó con los Royales de Montreal lo multaron varias veces por romper cascos porque no lo ponían a jugar y eso le daba mucho coraje y en ese momento en la obra me molesto muchísimo y menciono la palabra favorita de los puertorriq­ueños, la que empieza con la p y termina con la a. Mi acercamien­to viene de ahí, de verlos en su vulnerabil­idad, en su fragilidad porque ahí es que uno conecta con ellos”, ejemplific­a Lacén quien siente a Roberto siempre cercano y no abandona el sueño de protagoniz­ar un largometra­je sobre su vida.

QUERER CON DOLOR

Con don Rafael Hernández es un asunto de amor por el país, por lo que es capaz de hacer la cultura cuando se comparte. Pero amar a alguien o a algo que no siempre te correspond­e igual, es un dilema no solo de la gente enamorada. Querer a un País en el que no existen necesariam­ente todas las oportunida­des que se quisieran para desarrolla­r una carrera como la actuación cuesta pero, para Lacén, hay manera de conciliar la querencia.

“Soy de Loíza y me da mucha tristeza todo lo que pasa allí con la violencia, con la falta de visión de los líderes y a veces me cuestiono si valdrá la pena sacrificar todo lo que se sacrifica -en términos personales, económicos- en pos de un trabajo, de uno seguir un sueño, de aportar un granito de arena al quehacer cultural y vuelvo al principio, estoy en la actuación porque me apasiona, porque creo que a pesar de todos esos problemas, y muy a pesar del País mismo hay que seguir apostando al País desde adentro y desde afuera”, explica el actor que tiene muy claro la base de su vocación, ese por qué y para qué se hace lo que se hace.

Por un lado, porque sabe que es un ejemplo para los que como él buscan romper con prejuicios y retrocesos sociales. “Soy un hombre, un ser humano y sí soy negro y puertorriq­ueño pero tenemos que quitarnos esa cosa de víctimas y darnos a respetar por nuestro trabajo y el que quiera ser racista que lo sea pero a mí me tienes que respetar porque estoy haciendo un trabajo como es”.

Por otro lado, la vocación le viene por una necesidad de conectar con el otro. Y es que en tiempos en los que en el mundo hay tanta informació­n, en donde el Internet ha cambiado las maneras en las que nos relacionam­os, a su juicio, en lugar de potenciars­e el contacto humano más bien se ha limitado. Ahí, surge el teatro para ponernos en contacto con la otredad, con los muchos rostros de lo humano. “Cuando la actuación se hace desde un lugar muy honesto de alguna manera te permite conectarte con esa humanidad y sana. Creo que eso es lo que me propongo hacer a través de la actuación, sanar, porque cuando uno conecta con la alegría, con el dolor del otro te das cuenta de que no hay razón por la cual juzgar o discrimina­r al otro. El arte tiene ese poder”. De ahí que sea un intérprete de los que, como dice, “les gusta ensuciarse, se tiran pa'l monte... en esa vulnerabil­idad es que uno se abre, como me dijo un profesor estadounid­ense Alan Langdon: ‘acting is to be private in public’”.

Y aunque actuar puede sentirse igual en cualquier parte, lo cierto es que ser actor no es lo mismo aquí que allá. Luego de trabajar durante años en Puerto Rico, Lacén se trasladó a Los Ángeles donde se dió cuenta de que no solo era un actor más en las filas de audiciones, sino que además era un actor con un acento que no encajaba con los estereotip­os de la industria. Más de una vez escuchó el incómodo: “You don't, look puertorric­an”. “No es que fuera arrogante antes pero eso me dio una lección de humildad, fue un reality check al ego... Ahí entendí que tener éxito en la actuación no es un 10K, es un maratón completo”.

Con el tiempo y ante nuevas oportunida­des de trabajo se trasladó a Nueva York donde se ha dado a conocer en el circuito teatral de la ciudad y donde curiosamen­te ha interpreta­do pe-

ruanos, dominicano­s, cubanos pero solo en una ocasión ha encarnado un boricua, y se trató de Clemente. “Uno madura mucho en Nueva York, uno se da cuenta también de que no porque seas latino o negro es que estás pasando trabajo porque ves al americano de Wisconsin al lado tuyo pasando el mismo trabajo que tú. Es la naturaleza del trabajo, toma tiempo y saber eso de alguna manera te calma. Me siento cómodo allí”.

Pero Nueva York también es ciudad de etiquetas, de latinos o hispanos, de afroameric­anos o judíos, por mencionar algunas. Y, aunque las etiquetas suelen molestar, también es cierto que lo que no se nombra no existe. “Yo no me siento cómodo con las etiquetas pero esa es la realidad y si no la acepto no puedo trabajar en ella. Entonces, pues sí, soy afrolatino, afrocaribe­ño, puertorriq­ueño, eso es lo que soy”.

LOÍZA Y LA RAÍZ

Actuar no es de Dios. Bastó esa frase para que Lacén, un muchachito de Loíza criado en una familia que asistía a la Iglesia Bautista, se pusiera inquieto. La fe se encontraba con la pasión y cuando eso pasa, es difícil mantenerse tranquilo. “Tuve ese conflicto, incluso cuando comencé en la Universida­d de Puerto Rico, pero ganó mi intuición y entendí que este es el talento que Dios me dió y que los artistas somos instrument­os de Dios. Y si eres ateo, igualmente, somos instrument­os de algo más grande que nosotros”.

Es hijo de Modesto Lacén, padre quien laboró como inspector ambiental y de Carmen Julia Cepeda, tecnóloga médica de profesión y propietari­a de un laboratori­o. Es el menor de tres hermanos, dos varones que le llevan diez años. De su niñez en Loíza, que recuerda con una sonrisa espontánea y acaparador­a, puede decir que fue prácticame­nte perfecta. Fue un niño feliz, rompe curva en la escuela y amante confeso de los sandwichit­os de mezcla y el bizcocho -con abundante

frosting - de las fiestas de cumpleaños. Habla con devoción de los limbers de doña Fela y de los besitos de coco, las empanadas de jueyes y las tortitas de calabaza que hacía su abuelo Toño Lacén. Ni hablar del caldo santo de Semana Santa que ya el hombre comienza a salivar.

Era un muchacho tranquilo, medio tofetito, de ver películas los fines de semana y participar en certámenes de oratoria. “Ahí me empezó a gustar esa sensación de estar frente a la gente, estar presente,

aceptar que me están mirando y que estoy aquí para compartir una historia. Uno siempre sabe cuando el público compró la historia. Ya no son ni nervios, es la adrenalina del salto al vacío”.

A ese salto sigue apostando desde la disciplina tanto en el oficio como en su instrument­o, el cuerpo. Hace yoga, corre maratones, juega tennis y asegura que es el momento en el que “mejor me siento con mi cuerpo”.

Mira a la cámara y juega con el lazo del cuello, con una silla, con una boina. Mira a la cámara y está en control. Está ahí, presente y hacer eso es una especie de ciencia. Estar presente no es poca cosa. En este caso, sin vergüenza, ni pudor.

Eso es lo que me propongo hacer a través de la actuación, sanar, porque cuando uno conecta con la alegría, con el dolor del otro te das cuenta de que no hay razón por la cual juzgar” MODESTO LACÉN ACTOR

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Stylist:
Claudia Madrid
Arreglo:
Elda Samano
Ropa: Hugo Boss y Brooks Brothers
FOTOS ANDRE.KANG@GFRMEDIA.COM Créditos Stylist: Claudia Madrid Arreglo: Elda Samano Ropa: Hugo Boss y Brooks Brothers
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